Echar suertes

Por Javier Roman Minguez

Antiguamente, cuando surgía una cuestión importante para la nación sobre la que no se podía tomar una decisión, se "echaban suertes". El método que se utilizaba era el de echar guijarros dentro de los pliegues recogidos de una prenda de vestir (“el regazo”), y luego, agitarlos. El escogido era aquel cuya suerte se salía o se sacaba.

Ahora, tenemos nuestra versión moderna de "echar suertes": el parlamentarismo. En este sistema, las urnas escupen las suertes: una serie caprichosa de números, una aritmética, que a base de sumas, restas, abstenciones, negociaciones y chantajes, dan con un escogido. La posibilidad de que salga un escogido u otro no tiene nada que ver con lo que votaron los ciudadanos sino con una suerte de azar, unas combinaciones caprichosas de números que pueden hacer que la clave para seleccionar al escogido la tenga un partido minoritario o una combinación de partidos minoritarios. O en el peor de los casos, como está pasando estos días en España, las suertes echadas han salido en tal combinación que hacen casi imposible seleccionar a un escogido y pueden obligar a tener que volver a echar suertes. Y vuelta a empezar.

En vez de participar en este ritual absurdo para decidir un presidente, los partidos podrían ponerse de acuerdo para implantar un sistema más racional y lógico para seleccionar un presidente: el presidencialismo. El pueblo español podría votar directamente a un presidente por mayoría absoluta en elecciones distintas a las del parlamento. De esta forma, la persona que llevará las riendas de nuestra nación en los próximos cuatro años no sería el resultado de una especie de caprichoso azar combinado con oportunistas negociaciones y chantajes, sino sencillamente el resultado de lo que habría decidido, por mayoría absoluta y de manera directa, el conjunto de los españoles.

Pero parece que nuestros políticos prefieren seguir en el juego del parlamentarismo. Y nosotros nos dejamos llevar por esta pérfida deriva. Como los ludópatas que se juegan su dinero en los casinos apostando a números en la ruleta, nosotros nos jugamos nuestra hacienda a las suertes del parlamentarismo, dejando que el escogido sea el resultado de una mezcla absurda de azar y chantajes. Hagan juego, señores.