La nueva política

Por Ana Maria Sainz Samitier

Cuando hace aproximadamente dos años comenzó a difundirse a través de los medios de comunicación, fundamentalmente las televisiones, este lema, me interesó porque como muchos españoles estaba cansada, por no decir harta, del desprestigio en el que se hallaba instalada la política de siempre. Poco depués al adjetivo “nueva” se añadió el de “jóven”, lo cual aparecía como la solución a todos los problemas.

Tengo ya la suficiente experiencia como para no identificar automáticamente la nuevo con lo bueno y por supuesto la juventud no me parece por si misma un valor indiscutible. Sin embargo todavía no soy lo suficientemente cínica para pensar cosas como “no hay nada nuevo bajo el sol” o “es preciso que todo cambie para que todo siga igual”. De manera que me propuse dar una oportunidad a la abstracción de esa “nueva y joven política” en espera de que se plasmase en una realidad concreta.

Efectivamente algo ha cambiado desde entonces en el panorama político. En las sucesivas elecciones han aparecido nuevos partidos, nuevos líderes por supuesto más jóvenes y se ha instalado en la sociedad la necesidad de una regeneración política que también ha llegado a los partidos tradicionales. En consecuencia el panorama político español se ha hecho más plural y la ciudadania más exigente con la limpieza y la transparencia de los políticos. Bien, eso esta muy bien, pero ¿es suficiente?

Para mi la nueva política se resume en un concepto muy simple y que lo abarca todo. La política para ser “nueva” debe ser “honesta” y yo empiezo a tener mis dudas de que vayamos por ese camino. Porque ser honesto no es sólo no meter la mano en la caja y publicar en una página web las finanzas de los partidos, el patrimonio de los políticos y sus respectivas declaraciones de renta, que, por supuesto, lo es, de tan obvio no habría ni que mencionarlo. También es no mentir, no hacer promesas electorales imposibles de cumplir, saber dialogar con todos y de todo, mantenerse firme en las propias convicciones y ceder cuando sea necesario. Es defender cada uno sus legítimas posiciones políticas sin tacticismos mezquinos para salvar los intereses de partidos o, lo que es peor, de las personas. Es posicionarse junto a los débiles, los vulnerables, los marginados y poner sus necesidades por encima de los intereses de los poderosos, porque la dignidad de las personas debe ser el eje vertebrado de la sociedad. Es utilizar los recursos disponibles con justicia y racionalidad. Podría decir muchas cosas más, pero no hace falta porque en el fondo todos las sabemos y todos las hemos oído en los discursos de unos y de otros, el problema es que las promesas no acaban de convertirse en hechos.

Es cierto que las cosas no se cambian en dos días y que hay que dar tiempo al tiempo, pero viendo lo que esta pasando en los últimos tiempos me da la impresión de que algunos piensan que cambiando las formas se cambia el fondo y que los gestos extravagantes son el síntoma de la nueva política y francamente yo no lo veo así. He visto cómo se trata de desvirtuar nuestras tradiciones, que son las de todo el mundo occidental, en aras de una supuesta modernidad. He visto con sonrojo el lamentable espectáculo de la formación del nuevo parlamento utilizando las más variopintas versiones del juramento o promesa al que están obligados por la ley todos los diputados. He visto a un bebé impúdicamente exhibido para reivindicar la necesidad, por otra parte real, de conciliar la vida laboral y familiar cuando su madre tiene el privilegio de poder utilizar una magnífica guardería que pagamos todos los españoles y con una niñera en la puerta no se exactamente para qué. Y he escuchado, atónita, que ese circo era la expresión de la sociedad actual. No, señores, no. La mayoría de los españoles, los de todas las clases sociales, sabemos comportarnos con dignidad. Sabemos respetar nuestro trabajo y a nuestros hijos y nos parece que nuestros representantes en las instituciones deberían, como mínimo, saberlo hacer como nosotros.

El 9 de Septiembre de 1931, a los pocos meses de proclamarse la República, Don José Ortega y Gasset, uno de los principales impulsores de la caída de la monarquía y la implantación de la Segunda República publicó en “Crisol” un artículo en el que se podía leer el famoso “ no es esto, no es esto”. Evidentemente ni la situación de España en aquel momento se parece a la de hoy, ni por supuesto yo soy el Sr Ortega y Gasset, pero desearía que se empezara a trabajar en serio y en la buena dirección y que se abandonara la gestualidad innecesaria para ocuparse de lo realmente necesario, para que nunca nadie pueda cargarse de razones para repetir el famoso “ no es esto, no es esto”.