García

Por Juan Pablo Sánchez Vicedo, @jpsVicedo

Bobby Deglané predijo que el chaval no tenía futuro en la radio. El maestro no adivinaba el cambio que venía: el contenido sobre el continente, el fondo sobre la forma. José María García no tenía buena voz ni buena dicción. Su aventura radiofónica se demoró unos años. En el diario Pueblo, del que se dice que fue escuela de periodismo y de vida, compitió contra sí mismo publicando centenares de reportajes. En 1968 se jugó la vida en la plaza mejicana de las Tres Culturas cubriendo una revuelta sofocada a tiros, y desde entonces es, más que un periodista, un fenómeno de la comunicación. Vicente Ferrer lo ha investigado a fondo y nos muestra un poliedro de incontables caras, con luz, con sombra, todas especiales y con aristas cortantes.

De García sorprenden muchas cosas. Su arrojo, desde luego, pero también su tenacidad, su capacidad de trabajo y su resistencia física y mental. No bebía ni comía ni dormía. Con aquellas cualidades abrió en 1972 el camino de la investigación y la denuncia en la radio, nadando contra la corriente de la mansedumbre periodística frente a la dictadura. Se dedicó a los deportes porque en la información política habría terminado despedido y acaso en la cárcel. Sin embargo, aparcó su especialidad cuando la actualidad lo exigía: superó un cordón policial para cubrir el 23-F desde el Hotel Palace. El deporte era un pretexto para engancharse a la noticia. Habría hecho bien su trabajo en cualquier campo de la información.

Trabajó en Radio España, Pueblo, SER, TVE, Antena 3 Radio, COPE, Onda Cero, sin dejar de firmar colaboraciones muy bien pagadas en otros medios impresos y audiovisuales. Fue tan influyente que cruzó la línea que separa al transmisor de noticias del creador de ellas. En sus buenos tiempos, que duraron muchos años, sus competidores se quedaban sin resuello corriendo tras él. Arrastraba tanta audiencia y a tantos y tan valiosos anunciantes que él solo podía hundir una empresa si se marchaba o reflotarla si lo contrataban.

Iñaki Gabilondo le ha reprochado -no habrá sido el único- el innecesario recurso al insulto, que deslucía una profesionalidad basada en el esfuerzo y la documentación. Le han llovido las demandas civiles y las querellas criminales, y algunos de los que quisieron tomarse la justicia por su mano eran colegas.

Ha combatido en todas las guerras mediáticas de España. Se ha enfrentado a los más feroces enemigos, con algunos de los cuales ha hecho las paces porque es un sentimental. “Tú siempre me has apoyado, pero nunca me has querido”, recriminó a Pedro J. Ramírez. Se ha entregado tanto a su profesión que no ha visto crecer a sus hijos. Ha sobrevivido a un cáncer y ve decrecer el número de sus amigos, a cuyos funerales no va a faltar nunca.

Es un mito. Hace más de una década que se apartó del micrófono, pero todavía lo paran por la calle para saludarlo, hacerse fotos con él y pedirle que vuelva. Está dispuesto si encuentra respaldo en un proyecto empresarial sólido e independiente que hoy no ve en ninguna parte.

Uno lamenta que García sea reacio a escribir sus memorias. Mientras se decide hay que leer el largo y sustancioso reportaje que Vicente Ferrer se ha trabajado con ahínco. Estamos ante uno de esos trabajos periodísticos que tienen que salir en forma de libro porque rebasan los límites del periódico. Ferrer ha leído todo sobre el biografiado y su tiempo, ha entrevistado a casi todos sus contemporáneos vivos y ha cotejado versiones diferentes para que el lector saque sus propias conclusiones. Se agradece que nos trate con respeto. El resultado es un manual de historia del periodismo contemporáneo con García como eje. No exagero. Compruébenlo.

Anoten: «Buenas noches y saludos cordiales. José María García. Historia de un periodista irrepetible». Vicente Ferrer Molina. Editado por Córner.