Gestos

Toma de posesión de Carles Puigdemont//Andreu Dalmau/EFE

Toma de posesión de Carles Puigdemont//Andreu Dalmau/EFE

Por Francisco Miguel Justo Tallón, @pelearocorrer

Artur Mas nunca enseña los dientes cuando sonríe. Yo no me fiaría de un tipo que sonríe sin sonreír; sonreír con la boca cerrada es un gesto de desconfianza, vergüenza o cobardía, enseñar los dientes una muestra de animalidad o al menos, una muestra de autenticidad, uno sonríe de verdad cuando enseña los dientes. Además, Artur Mas disloca sus cejas con extraño dominio, como si le pusiera una tilde a su mirada; David Puigdemont en cambio es un hombre que no parece sujeto al dramatismo de los gestos, todo en su puesta en escena es pura corrección, luego empieza a hablar de independencia y se le despeina la cabellera turgente. En los gestos está cifrado el pálpito de la vida interior.

Con la CUP enviando a la papelera de la historia sus principios ideológicos, vamos comprendiendo que la política es un asunto visceral en el que nadie escapa del único objetivo: el poder. Pensábamos que la CUP era pura desde la inocencia de sus asambleas y llegado el momento la pureza de su estilo se ha ido al estercolero de la desilusión. Cualquier cosa parece valer para la Candidatura de Unidad Popular siempre y cuando pueda ser alcanzada esa meta infame de construir una nación. Todas las nacionalidades responden a equívocos, fundar una nación es un sueño ambiguo, febril y atormentado. Pero la CUP no puede o no sabe desligar patria y socialismo, en un cóctel que ya ha dado al mundo nefastas consecuencias en el pasado. Esa idea ya está superada, aceptando el socialismo yo cambiaría la patria o mejor, la ensancharía: socialismo y ecología. Suena mejor, ¿no?

Estamos ante un escenario inédito en democracia: que los políticos puedan “corregir” el mensaje de las urnas, así ha vendido Artur Mas su victoria sobre la CUP, una victoria táctica que le da un respiro de unos años al político barcelonés y que sirve para desintegrar el principio de representatividad que rige nuestra democracia. A partir de aquí todo se puede volver conjetural, líquido y perverso: puestos a corregir podemos llegar a la ultracorrección de eliminar las urnas, total…

Rajoy es ya el padre sin autoridad que persiste en representar una soberanía moralmente agotada: España lleva siglos ensayando el nombre de su composición territorial, las autonomías no sirven pero el federalismo es inviable porque supondría la aceptación de un proyecto nacional común. Los políticos de la Generalidad han inventado la forma de hacer que la democracia no sirva, solo sirven sus correcciones, en un estado federal el nacionalismo regional no tiene cabida, los estados federales tienen un principio tácito de compromiso: todos delegan en el Estado central la identidad nacional, que es una cosa burocrática o administrativa, mientras que la identidad emocional sigue atada a la tierra. En Cataluña confunden la burocracia con el sentimentalismo.

España debe inventar un modelo que no existe, atreverse a transitar por caminos nuevos. Los experimentos híbridos que se han ido ensayando, mezclando federalismo y regionalismo han dado como resultado este callejón sin salida que lleva a un equívoco tras otro, a un enfrentamiento tras otro. Ahora el nacionalismo catalán se viste de republicanismo pero conviene recordar la historia de las guerras carlistas, donde se defendía en Cataluña un ideario retrógrado mientras en Europa soplaban vientos ilustrados. La misma seriedad gestual de Artur Mas sirve para una república o para una monarquía absoluta.