La rosa está en el puño socialista

Rueda de prensa de Pedro Sánchez/Sergio Barrenechea/EFE

Rueda de prensa de Pedro Sánchez/Sergio Barrenechea/EFE

Por Pilar Encuentra

Sostiene Tolstói en Guerra y paz que la Providencia interviene y determina la historia de los hombres, aunque erróneamente los historiadores atribuyan los grandes acontecimientos a decisiones casuales de personas en momentos concretos. En España, parecería probarse que Dios juega a los dados, como sostiene Stephen Hawking, pero seguramente tenía más razón Einstein, que fue quien acuñó la frase en sentido contrario: "Dios no juega a los dados".

El resultado de las últimas elecciones generales no debe ser fruto de la casualidad. Es espectacular. Una poción mágica. Ningún estratega podría haber preparado una mezcla mejor. En un momento histórico en el que hay dirigentes políticos que retuercen los argumentos para manipular, el resultado electoral desactiva la fuerza de las palabras y obliga a retratarse con hechos. En unas semanas, se va a ver a las claras quién es quién. El tablero es imperativo.

La confluencia de fuerzas que dibujan los gráficos poselectorales no permite formar Gobierno al partido más votado. Pero tampoco oponer una alternativa al segundo. Y nadie cuestiona que tener que ir a nuevas elecciones sería muy malo para el país. Los dirigentes políticos no tienen posibilidad de camuflarse: están abocados a elegir entre dos opciones tan distintas que cualquier ciudadano puede llegar a identificarlas y a valorarlas.

Una es magnífica. No solo la mejor posible porque estamos en una encrucijada, sino la mejor imaginable. El pacto a tres entre PP, PSOE y Ciudadanos, los tres partidos centrados -el espacio con el que se identifica desde el inicio de la democracia la gran mayoría de la población- proporcionaría estabilidad y progreso económico del que los más beneficiados serían los más débiles, gracias a la presión que podría ejercer el PSOE. Su influencia determinante le permitiría forzar al Gobierno a que los frutos revirtieran en provecho de la población más vulnerable, a la que dice defender.

Pero no solo eso. Esta opción permitiría emprender una segunda transición para regenerar la democracia. Justo lo que España necesita. En el preciso momento en que esta tarea resulta imprescindible e impostergable porque los cuarenta años de experiencia democrática han hecho aflorar las ventajas y los fallos de un sistema cuyos cimientos se tambalean en gran parte por efecto del sunami provocado por la crisis económica.

El pacto a tres amortiguaría la nausea que para muchos militantes y votantes socialistas supondría una alianza a solas entre PP y PSOE, que sería tildada de resistencia entre viejos partidos y toda esa palabrería, de la que también abusa Ciudadanos: los viejos partidos se renuevan cada vez que los votantes les reafirman su confianza. La incorporación del partido de Albert Rivera a la gran coalición, además de proporcionarle mayor representatividad, introduciría el matiz de que la alianza no se forja solo para conseguir el poder, puesto que no resulta necesaria esta tercera fuerza para gobernar, sino porque el país precisa una depuración profunda y una renovación, que nadie podría cuestionar si quedara avalada por la amplísima mayoría de los ciudadanos que representan esas tres formaciones políticas.

Para colmar las ventajas del pacto a tres, el Gobierno sería fuerte y estable, pero tampoco podría hacer y deshacer a su antojo porque encontraría enfrente a una potente oposición con fuerza suficiente para controlar y denunciar cualquier movimiento dudoso. Por último, estos tres partidos no desdibujarían sus respectivas ideologías de cara a la alternancia futura porque en esta legislatura solo tendrían que alcanzar acuerdos en los temas fundamentales

El otro camino es nefasto. La alternativa obliga a socialistas y comunistas a pactar con los independentistas. Si el PSOE hubiera sumado con Podemos, está claro que el pacto lo harían ambos. Pero no es así. El resultado electoral no deja margen para las medias tintas. Para bordarlo, la distribución del poder surgida de los comicios entrega la decisión entre un camino y otro a un solo partido, justo el rey de la ambigüedad, el que ha estado jugando en los últimos años a dos barajas, entre dos ideologías incompatibles: el nacionalismo y el socialismo. El PSOE tienen la rosa en el puño. Ahora se verá si es capaz de abrir la mano y regalárnosla a los españoles.