Aunque la mona se vista de seda...

Juanjo Martín/EFE

Juanjo Martín/EFE

Por Alejandro Pérez-Montaut Marti, @alejandropmm

El próximo domingo tendremos la oportunidad de dar carpetazo al bipartidismo gracias a dos opciones de gobierno viables y prometedoras que vienen -o eso dicen- a regenerar la política y la democracia en España.

Después del espectáculo televisivo protagonizado por Rajoy y Sánchez el pasado lunes, mi opción de cambio queda consolidada. No pueden seguir gobernando. No pueden seguir luchando por hacer ver a los españoles cuál de los dos es el menos malo. En definitiva, no pueden seguir engañándonos, porque eso fue lo que hicieron en el debate sin lugar a dudas, y lo que llevan haciendo desde hace ya años. ¿Qué partido tiene más casos de corrupción a sus espaldas? No lo se, me cansé de contar, pero tampoco me importa. ¿Quién ha llevado peor gestión de este país? Los dos, haciendo de España un lugar lleno de desigualdades, corrupción y precariedad.

Lo único que realmente me importa es que el 20-D por fin parece que podemos palpar el despertar del pueblo español, que se decide a ir a votar por primera vez en muchos años con ilusión y esperanza.

La vieja política trata a la desesperada de rascar votos utilizando la más absoluta de las mezquindades. Lo vimos en el debate, cuando por ejemplo Pedro Sánchez insistió en el caso de una mujer de Valladolid en situación de pobreza por la falta de ayudas. Sánchez decidió utilizar un drama social al que ha hecho oídos sordos durante mucho tiempo, con el fin de atacar al Partido Popular. Utilizó el aborto con fines electoralistas sin saber ni siquiera lo que decía. Ambos candidatos hablaron basándose en datos sesgados y manipulados para justificar lo injustificable. Esputaron casos de corrupción con el fin de desprestigiar al otro. Lo curioso es que dos partidos luchen por quedar segundos dentro en la escala de mediocridad. En sus discursos persuasivos se puede apreciar la falta de motivación por conseguir una España mejor, y vemos que lo que más les interesa es meter al mayor número de diputados posibles para perpetuarse en el juego de la política, al que se encuentran tan ligados y que resulta tan adictivo.

Sin embargo, y pese a que los españoles ya hemos visto de qué pie cojean, Rajoy y Sánchez pretenden poner a sus partidos la etiqueta de "regenerados", cuando no hay nada más lejos de la realidad. Para su desgracia, la pintura no arregla las grietas, sólo las disimula momentáneamente. Cuando el edificio está en ruinas de poco sirve pintarlo si en cualquier momento puede derrumbarse. El nuevo logo del PP, las jóvenes y mediáticas caras que han aparecido en los últimos meses y los "capillita-hipsters" que dicen votar a Rajoy no pueden contener el olor putrefacto que desprende la sede de Génova. Lo mismo pasa con el PSOE, que dice haberse regenerado cuando en Andalucía siguen siendo la misma mafia de siempre pero con algunos imputados menos en sus filas.

De lo que no parecen percatarse, es de que la regeneración de sus respectivos partidos pasaría por una refundación y empezar de cero. No me quiero ni imaginar lo que saldrá de la caja de Pandora después de estas elecciones, cuando no se encubran unos a otros por los favores que se deben. Pero si sale a la luz, señal será de que nuestra democracia avanza.

Para terminar haré una petición formal a Pablo Iglesias y Albert Rivera. Cuando lleguen al Congreso de los Diputados, trabajen codo con codo para que nuestras instituciones estén limpias, para que nuestra democracia se regenere y para que España crezca de verdad como país. Los españoles no queremos más confrontación, queremos ver proyecto, trabajo y resultados.

Abanderan ideologías diferentes, y eso es positivo puesto que la diversidad de opiniones enriquece a una sociedad, pero afortunadamente en términos de regeneración se encuentran muy cerca. España necesita cambio, y los españoles confían en que ustedes sean promotores de ese cambio urgente dándoles su voto. Luego ya se podrán debatir propuestas y medidas concretas.

El cambio que necesita España es una tarea que no le podemos encomendar al que ha perdido la capacidad de ilusionarse, al que quiere que todo siga igual. No es tarea para el que sólo piensa en su bienestar, y no en el de su país.