Agua

Por Javier Martin Fandos

Los asuntos complejos no se resuelven con respuestas simples. La política del agua es un asunto muy serio, probablemente sea uno de los asuntos más trascendentales de la agenda política mundial del S. XXI.

Hace poco, a un candidato a las últimas elecciones autonómicas le preguntaba un periodista, en tono imperativo: “¿El Ebro tiene excedentes de agua, sí o no? Responda, sí o no”.

Responder a esa pregunta con un monosílabo hubiera sido tan irresponsable como lo es formularla en términos tan simples. La política del agua es un asunto tan serio como complejo; y abordarlo con frivolidad constituye un ejercicio de irresponsabilidad propio de la vieja forma de hacer política.

Pero la complejidad del asunto no debe asustarnos. Afortunadamente, ni estamos solos ni vamos a ciegas. No olvidemos que, para bien, somos parte de Europa y Europa ha hecho los deberes en este asunto y nos ha dado unas bases, un marco del que poco o nada se habla en los medios: la Directiva Marco del Agua (DMA) de la Unión Europea.

Este importantísimo instrumento legislativo tiene ya unos años, está próximo a cumplir la mayoría de edad. Entró en vigor en diciembre de 2000, días antes de que expiraran el siglo y el milenio; y deberíamos considerarla como el testamento de obligado cumplimiento que en el siglo y milenio pasados los europeos nos otorgamos a nosotros mismos y a las futuras generaciones en un tema tan sensible y crucial como lo es el del agua.

La Directiva Marco del Agua está inspirada en la óptica del Desarrollo sostenible; consagra el Principio de subsidiariedad (las decisiones deben tomarse al nivel más próximo posible a los lugares donde el agua es usada); defiende, como la Carta europea del agua de 1968, el Principio de unidad de cuenca (la gestión del agua debe efectuarse teniendo como referencia la Cuenca hidrográfica, lo que implícitamente desaconseja los trasvases entre cuencas) y establece el principio de Recuperación total de costes (el usuario de un recurso debe pagarlo en su totalidad).

Todos estos principios constituyen el marco dentro del cual estamos obligados a movernos cuando hablamos de recursos hídricos y debemos tenerlos presentes antes de caer en la tentación de hablar con frivolidad y ligereza sobre obras tan importantes como un embalse, un canal o un trasvase.

Incluso en periodos de escaso rigor, como suelen serlo las campañas electorales, deberíamos todos hacer el esfuerzo de ser sensatos y de no frivolizar con preguntas simples dirigidas a obtener un titular, ni con respuestas breves dirigidas a conseguir unos votos.