Jonathan Franzen: naturalismo siglo XXI

Por Guillermo Laín Corona, profesor de literatura en University College London

Parte II: desclavando las claves

Que sí, ya lo decía: que Franzen es un Tolstoi del siglo XXI. Pero con matices. En verdad, lo que a Franzen le va es actualizar el naturalismo, sin olvidar algunas lecciones neorrealistas. Aquí algunos ejemplos.

Abundan en Franzen personajes desequilibrados, como los tarados, borrachos y demás ralea de Zola, y machacados por la vida, a la manera de Steinbeck. Andreas Woolf, en Pureza, es un creepy: es incapaz de un amor estable a causa de una freudiana relación con su madre, está movido por pulsiones pseudopederastas (y encima va él y se intenta convencer de que lo de las jovencitas quinceañeras es guay), le posee un sentido de megalomanía en las redes sociales y oculta un secreto oscuro al estilo del Crimen y castigo de Dostoievski. En Libertad, la incapacidad de Patty para las relaciones sentimentales bordea en la esquizofrenia, y su hijo Joey (determinismo naturalista mediante) desarrolla una relación de sexualidad repulsiva con su vecina, tormentosa desde niños y durante años. Son solo dos ejemplos. La lista de perturbados en Franzen es alargada.

Hay otro rasgo de este autor que es muy siglo XIX y muy antiguo. En el realismo/naturalismo, pese a la apariencia de objetividad, las novelas eran de tesis: defensa, a menudo agresiva, de una determinada postura ante unos determinados hechos. Por ejemplo, que la religión era mala, y te zampaban novelas anticlericales, algunas de las cuales son hoy obras maestras, desde La Regenta de Clarín a El obispo leproso de Gabriel Miró, por poner ejemplos españoles.

Pureza es posiblemente la novela más de tesis de Franzen, en tanto que alegato contra los usos de Internet, con paralelismos tan osados como el que establece entre la República digital actual y la República Democrática Alemana. No es ludismo radical, de rechazo tajante de las tecnologías de la información. Más bien, arremete contra quienes creen de manera naif que decirlo todo por Internet, en plan WikiLeaks, es, por el mero hecho de decirlo, bueno. Y es un ataque a la continua exposición del individuo en las redes sociales, en plan socialismo colectivista/orwelliano. Son argumentos de Franzen.

Tal vez sea este neonaturalismo de contar historias, de analizar personajes y sociedad, de defender una tesis, lo que, en el fondo, molesta a los enemigos de Franzen. Bien mirado, críticos tuvo el naturalismo incluso entre los más meritosos escritores del siglo XIX. Galdós, en España, bien se cuidó en decir que él no hacía naturalismo del todo, porque la mojigatería moral consideraba que lo de los borrachos de Zola era demasiado. No puedo saber si es un prurito remilgado de este tipo lo que le mueve a su ataque, pero Alberto Olmos, en El Confidencial (21/10/2015), recrimina a Franzen el intentar hacer la Gran Novela Americana, entre lo decimonónico y lo postmoderno.

No digo yo que no sea postmoderno, porque postmoderna es la época de la información que retrata Franzen. Pero también hay que joderse: Olmos, que está reseñando Pureza, se queda tan pancho diciendo que no se va a leer la novela. Supuestamente porque cada obra, dice, pierde fuelle, y ya Libertad le pareció suficientemente insufrible. Muy al contrario, yo creo que Franzen en cada novela profundiza y mejora precisamente ese neonaturalismo tan suyo, genializando así el retrato de sociedad, que, como crítica de nuestros males, alcanza rango de categoría. Y así de paso rescata Franzen el principio tan necesario del neorrealismo de mediados del XX: el de la poesía como arma cargada de futuro, de gritos en el cielo y actos en la tierra, para denunciar y cambiar las cosas. En buena hora, por cierto, en estos tiempos oscuros de corrupción y terrorismo. 

Puede que sí: que, como dice Olmos, Las correcciones sea mejor novela que Libertad y Pureza (y esto es una concesión retórica: si no Pureza, al menos Libertad sí es mejor novela que Las correcciones). Aun si esto fuera así, suponer que Franzen va a peor es un juicio poco acertado. Movimiento fuerte, su segunda novela, tenía pretensiones, pero se quedaba en poco más que un best-seller de aventuras con el trasfondo, poco conseguido, del medioambiente, y unos personajes bastante planos. Puede a uno gustarle o no gustarle, pero Franzen ha ido puliendo una determinada manera de entender la novela, con ese tipo de historias de peripecia que enganchan, pero con enjundia en el contenido, con crítica político-social, con personajes elaborados, con virtuosismo en la manera de organizar la narración. No voy a ser capaz de decir si me gusta más o menos que Libertad, que es la novela que le dio el chupinazo de fama definitivo. Pero lo cierto es que Pureza es otro novelón, en volumen y en calidad, y ha supuesto un paso más en la evolución narrativa tan característica de Franzen. Total, que merece la pena leerla.