Tarzán y Artur Mas

Artur Mas

Artur Mas

Por Félix Álvarez Palleiro, 'Felisuco'

Jhonny Weissmuller, volando de lámpara en lámpara y lanzando gritos que nadie escuchaba, murió en enero de 1980 creyéndose Tarzán. Artur Mas acabará internado en un frenopático al grito de "nos podrán quitar todo menos la libertad" convencido de que es la reencarnación catalana de William Wallace.

La depresiva Rahola ascenderá la ladera del Tibidabo viviendo sin vivir en ella misma, cosa que entiendo que no soporte, suplantando a la mismísima Santa Teresa de Vilanova i la Geltrú. Romeva será propuesto para el anuncio del calvo de la Lotería del Maresme. Y Antonio Baños, el iluminado, tendrá su rolliza y espesa estatua, cual Buda con barretina, en el templo más remoto del pico más elevado y arisco del pirineo gerundense. Y mientras tanto Junqueras, en un alarde físico sin precedentes, riéndose de todos ellos mientras se ocupa en adivinar por qué ventana entrará la Guardia Civil para escoger la alcantarilla por la que intentará salir y no cabrá.

Y hasta entonces todo roto, todo quebrado como los versos de Manrique. La sangre vertida por los españoles en nuestra guerra fratricida, como kétchup en Halloween; los cuarenta años de brazos retorcidos, de cunetas silenciadas y de libertades ausentes, como un fin de semana sin salir por una mala nota en un examen parcial; y el esfuerzo y la reconciliación del 78, como carne picada en Walking Dead.

Me decía un primo catalán, de madre santanderina, hace un buen manojo de años, que ellos querían la independencia no porque se sintieran mejores o peores que los españoles, si no porque eran distintos. Ése es el principal problema del independentismo catalán, que se sienten distintos. Ésa distinción entraña las raíces por las que chupa la xenofobia para alcanzar alturas de secuoya canadiense, como Pujol de la cosa pública. Decía Junqueras que rascando rascando los catalanes tenían más coincidencias genéticas con los franceses que con los españoles: querido Oriol, rascando rascando te encontrarías con el mono común que bajó del árbol y dijo señalando al horizonte: "Esto lo alicato yo todo". Y luego se reiría de usted por bobo y torpe.

Habrá que tomar todas las medidas, todas las poses. Sin complejos. Está en juego la ley, columna vertebral de la democracia; la convivencia de un país, donde deberán desarrollarse nuestros hijos -si no tienen que emigrar como mi hija, doctora en neurociencia por la universidad de Valparaíso-.

Le dan categoría de secesión a una guerra regia entre austricistas y borbones; traicionaron la II República, como han traicionado a la democracia que les dio lo que jamás llegaron a soñar. Son traidores a un país que detestan, a una Constitución que aclamaron y a unos compatriotas que siempre estuvieron a su lado cediendo y cediendo. Hasta aquí hemos llegado.

El tiempo verá a Artur Mas gritando como Tarzán y a la Rahola moneando como Chita; a Romeva con peluca, rubia con mechas naranjas y tirabuzones. A Baños le sorprenderá el amanecer tocando los bongos en una isla desierta; y Junqueras, con mallas y calentadores a lo loco, se esforzará en adelgazar para caber, como Josep Dencàs, por las alcantarillas del Parlament.