Perro ladrador, pero poco mordedor

Por Martí Arranz Fíguls

Estos últimos días hemos sido testigos directos del inicio de la desconexión entre Catalunya y el resto de España, o al menos eso dice la resolución que se registró hace dos martes, y que se presentará a votación en el Parlament de Catalunya la próxima semana. Las reacciones no se hicieron esperar, así pues en menos de 24 horas (después de que se registrara el texto) el Presidente del Gobierno hacía una comparecencia de emergencia erigiéndose como guardián de la unidad del reino de España y posteriormente se reunía con los principales dirigentes de los partidos de la vieja y nueva oposición. En un momento en el que parece que todo se hunde, la primera pregunta que deberíamos hacernos no es, ¿y ahora qué hacemos? Sino ¿se está hundiendo realmente la nave? Al menos para mí la respuesta es clara y contundente, no.

Mis argumentos para esta respuesta se basan únicamente en un hecho, la inconsistencia del "prucés". Empezaré explicando tal inconsistencia por los hechos más recientes, la declaración de "inicio de desconexión": todo aquel que haya podido apreciar tal documento (si se puede llegar a considerar como tal), verá que está lleno de palabras generales y abstractas, con falta de concreción, sin exponer las medidas a seguir para cumplir sus objetivos. Un documento del mismo calibre que los de la anterior legislatura (documentos que acabaron todos en papel mojado, que iban consumándose por la inacción y el tiempo), legislatura que recordaremos siempre como tres años de inactividad parlamentaria.

Pero la resolución es solo la punta del iceberg, el cual lleva ya tres años navegando por los mares de la política catalana y estatal. Solo hace falta escuchar las palabras de Antoni Baños, quien fuera número uno de la lista de la CUP en las últimas elecciones, que afirma que al no haber logrado una mayoría independentista de votos, no hay una legitimidad que permita una futura Declaración de Independencia, pero al haber una mayoría de escaños independentista sí existe la legitimidad necesaria para "iniciar el proceso de desconexión".

Las incoherencias continúan cuando partidos autodenominados como independentistas, como por ejemplo Esquerra Republicana de Catalunya y Convergència, deciden presentarse a las elecciones generales. Es decir, aquellos partidos que dicen no reconocer la legitimidad de las instituciones del Estado, deciden presentarse al Parlamento nacional de un país que ellos consideran extranjero.

Ahora hablemos del gran sueño del bloque soberanista, un referéndum sobre la secesión de un territorio. ¿Cuáles han sido los últimos referéndums de este tipo que ha habido en el mundo occidental en los últimos años? Escocia y el Quebec, ¿nadie se pregunta por qué tuvieron lugar? Porque tanto el gobierno británico como el de Canadá sabían de antemano que el no se iba a imponer por encima del sí y permitieron estos referendos para poderse hacer llamar gobiernos democráticos y modernos, ¿que otra razón hay entonces para que se pueda celebrar un referéndum en Escocia, pero no en Irlanda del norte, donde el resultado podría ser incierto? El deber de todo gobierno es mantener a su país en una posición de relevancia en el panorama internacional, algo que va en desacuerdo con permitir la secesión de un territorio, así pues, quien no se da cuenta de que la soberanía no tiene nada que ver con la democracia, sólo demuestra su carencia de conocimiento en materia de política exterior y del funcionamiento de un Estado. Lo que hace que un territorio esté bajo soberanía de un Estado en cuestión, no son los votos, sino las instituciones represivas de tal Estado en un territorio determinado.

Pero tal vez, la mayor incoherencia del "prucés" es el hecho de que el bloque soberanista lo que desea no es la independencia, sino votar. Lo que esto significa es que anteponen el medio (referéndum) al fin (la independencia), y es entonces cuando el votar se convierte en el fin. Con esta premisa, el bloque soberanista pierde de vista el que tendría que ser su objetivo (la independencia) y el cómo conseguirlo, teniendo como necesidad primordial tener siempre que sea posible la «superioridad moral». La superioridad moral de ser los buenos, de ser los más demócratas... Sin darse cuenta de que esto no acerca a Catalunya a la independencia, pues la secesión se logra tomando el control efectivo de las instituciones del territorio.

Los caminos del "prucés" son inexcusables, y aún más si no se sabe dónde se quiere ir. No es de extrañar que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, decida limitarse a recurrir al Tribunal Constitucional cuando surge algún problema, pues lo único que ha de hacer es sentarse en su butaca y esperar a que la pataleta del niño pase. Todo es parte de una representación teatral que beneficia tanto a los partidos secesionistas (jugando con su superioridad moral) como a los que defienden la unidad (que aprovechan el miedo a Artur Mas y a su corte); todo por un objetivo, las elecciones generales del 20-D.