Ácratas en la corte de Dios

State Library of WA/Flickr

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Por Carmen Millán Cerceda.

Pertenezco a esa generación, perdida, de españoles nacidos en los 70 que fuimos educados en el respeto hacia lo políticamente correcto y con ello no me refiero a “gracias”, “por favor”, “buenos días” o “buenas tardes”, ni aún menos a ese, cada vez más inaudito, uso del “usted” en el cortés y deferente trato al prójimo, que también, sino a los valores pacientemente inculcados por nuestros progenitores del “esfuerzo” y la “honradez”.

Hoy, aquellos niños que jugábamos en la calle cuidándonos de quebrantar, con alguna travesura, el sistema nervioso de cualquier adulto de quien temíamos la inevitable reprimenda que, no obstante, recibíamos con la cabeza gacha y deseando que el predicador no conociera a nuestros padres pues nos barruntábamos entonces el doble sermón, culminado con el punitivo y doloroso efecto del “sin tele dos días”, nos hemos convertido en profesionales, adultos y… ácratas.

Sí. Somos esos ácratas en la corte de Dios a quienes han estafado los gobernantes cuyos principios, hoy sabemos que falsos, han constituido siempre nuestro referente. Una generación defraudada a quien lo mismo le da, que le da lo mismo, pues ya ha perdido la fe en esta gran farsa orquestada por el ilícito y zafio arte de destrozar la moral y decencia colectivas y con ello, de paso, hacer añicos la confianza depositada en la postulada rectitud de nuestros ‘desgobernantes’, por todos aquellos que ya nacimos con la democracia.

A dos meses vista de las elecciones, intento recordar los consejos que, con mi recién estrenada mayoría de edad, recibiera de mis padres: “Hay que dar el voto con el convencimiento de que estás depositando la gestión de tus intereses en buenas manos… (…) … Votar con cabeza significa otorgarle el valioso poder de tu representación a aquél que se rige por tus mismos valores…”. ‘Valores’… se me antojaba, entonces, un concepto sagrado, durante aquella tierna época bisoña en la que parecía imposible que los responsables de nuestro Estado sometieran a la ciudadanía a un latrocinio descarnado como el que, he de reconocer, venimos sufriendo desde que tengo uso de mi derecho de voto, porque es un derecho al tiempo que, así me lo enseñaron, un deber cívico.

‘Valores’… Hoy, tras haber atravesado por algunas legislaturas de uno y otro signo, con sus aciertos y sus dislates todas, intento encajar esos mitificados ‘Valores’ de mi juventud con quien pueda considerarse digno de recibir mi encomienda que no es otra, al igual de la de otros muchos millones de españoles, que la de hacer de España un sitio mejor: esfuerzo, honradez, términos ambos que se me han repetido desde mi infancia, cuando mi obligación, primero, era la de estudiar para formarme y cuando, con posterioridad, me incorporé al mundo laboral, tras mi Jura de Cargo hace ya tantos años que, en ocasiones, creo que no los puedo ni recordar. Ese día, mi padre me dijo con el reflejo del orgullo pintado tanto en la voz como en los ojos que, emocionados, me miraron la primera vez que vestí la toga: “Esfuerzo para ser la mejor y honradez para no dejar, jamás, de serlo”…

Y bien sabe Dios que en ello sigo, cada día, en esa denodada lucha por conseguir ser un poco mejor, que siempre deja la tranquilidad de conciencia y paz de espíritu que confiere la satisfacción por el trabajo bien hecho, y teniendo la honestidad y la honradez suficientes en el desempeño de mi labor que me legitima para exigir, a modo de contraprestación, que nuestros representantes nos las dispensen en igual medida.

‘Valores’… examino los programas de las diferentes opciones, a priori no descartadas por incompatibilidad ideológica, y descubro una vez más, que son una falacia, pues ha quedado demostrado que con independencia de las siglas o los colores bajo los que se puedan amparar nuestros políticos, el único valor imperante es el del dinero fácil, ornamentado con las execrables joyas de la prevaricación, la malversación o el ‘amiguismo’ que a la postre, aquél que no se encuentra capacitado para ganarse la vida honradamente con su profesión, va a tener la fácil salida de ganársela ‘profesionalmente’ a costa de los españoles, que ahí es donde ellos deben ver el esfuerzo y la honradez: esfuerzo por medrar y honradez para reconocer su incapacidad manifiesta para dedicarse a ninguna otra cosa.

Y, a escasos meses de las elecciones, es cuando en dura pugna, entre mi derecho y mi deber ciudadano, me he terminado convirtiendo, junto con gran parte de los de mi generación, en ácrata. Soy otra, una más, de los muchos ácratas en esta corte de Dios que siguiendo sus valores han renegado, por obligación, de aquellos a quienes un día votaron, pero que jamás renunciarán a su ideología.

Eso, señores, es ser ácrata en la corte de este Dios que una vez elegimos y que nos castigó por sus propios pecados

“El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes”

(W. Churchill)