El relato del Otro

Por Juan Bibiano Fernández

La incesante levedad de las palabras en el tiempo es testimonio común de todo relato. Primeramente predominaron las metáforas de los signos incognoscibles, más tarde los retazos que -desde la razón- sustraen el poder equívoco de la “verdad”. La vinculación apresurada con la vida, así como el áurea emocional que invoca el sustrato veleidoso de nuestro hacer, completan el nombrar del círculo vital (el relato propio).

El relato propio podría contener la siguiente cuadriga: la indagación en/de lo trascendente, la raíz del ser-estar emocional, el vínculo con el sustrato cotidiano y las palabras que filtran e infiltran la disposición del nombrar el propio relato.

La dificultad del relato propio consiste en limar las constantes desalineaciones entre el interior de la cuadriga y la idea de límite que invoca aquello que es posible habitar. En este sentido, el relato propio sobrevive cuando se balancea internamente en un proceso de adaptación a la relación entre lo que acontece y lo que le acontece. Como bien se ha mostrado a lo largo de la historia de la humanidad, el relato propio es permeable a la autoindulgencia, niega al Otro cuando este Otro hace peligrar su consistencia y es percibido como actor que potencialmente relega al primero a un escenario vacuo.

La idea central de que los distintos no se nutren, ya que actúan como opuestos - negadores de la coexistencia semántica del poder- es clave para entender las ideas de límite y legitimidad que recrean los relatos de poder. Tradicionalmente los límites de los discursos predominantes no se han establecido desde el diálogo franco con los otros; de hecho el relato predominante suele ampliar su espacio de poder profundizando en la legitimación propia como sujeto de valedor central y centrifugo. Desde esta perspectiva, el dialogo se desvanece puesto que se relaciona con el Otro sin vocación de asumir a ese Otro desde lo que ese Otro es y por tanto inhibe lo que representa.