La clase mediocre

La clase mediocre

La clase mediocre

Por Cristóbal Cobo

Ya sabemos que, atendiendo a sus condiciones materiales, la sociedad humana se divide en clases, y que una de estas clases sociales es la clase media. Como las condiciones materiales son cambiantes, el que un individuo pertenezca a una u otra clase es, en cierta medida, coyuntural. Pero si nos fijamos en las condiciones espirituales –más esenciales que las materiales, pues su modificación exige un esfuerzo consciente continuo- podemos detectar una clase que en parte se yuxtapone a la clase media, pero que la desborda por los lados, por arriba y por abajo: la clase mediocre.

Daremos a continuación unas pinceladas, no exhaustivas, que sirvan para poder detectar y mantener a raya a esa plaga nociva para el alma. Arraiga la clase mediocre con facilidad en hombres y mujeres de edad rancia que llevan el ánimo a rastras, cual calzones caídos sobre los tobillos. Poseen gran fuerza inercial, lo que los vuelve potencialmente peligrosos para almas frágiles y ultrasensibles, que fácilmente pueden quedar atrapadas en su pozo de miedos. Considera la clase mediocre cárceles y manicomios un mal menor, pues bien quisieran que todo el mundo fuese bueno y cuerdo, como ellos.

Caracteriza a la clase mediocre un olor y sabor a eterna y tediosa tarde de domingo, donde toda volición queda en suspenso, a merced de lo que echen por la tele.
Porque es criterio de verdad de la clase mediocre: lo que diga la tele. Y es criterio de justicia de la clase mediocre: lo que diga la autoridad. Y es criterio de sabiduría de la clase mediocre: lo que diga el refranero. Reflexionar es para ellos la capacidad de enlazar tópicos y frases hechas de manera elegante. A lo más hábiles en este juego los llaman “intelectuales”, con una sutil mezcla de admiración y desprecio. 

Aunque es cierto que pertenecer a esta clase lleva un tiempo, y que casi la totalidad de la infancia se halla exenta de culpa de su existencia, ya en la más temprana preadolescencia muestran síntomas alarmantes los más precoces de sus futuros miembros. ¿Quién no ha sentido escalofríos de nostalgia al contemplar, en las fiestas de un pueblo, a un corro de muchachas de diez o doce años, peinadas y compuestas como mesas camillas (a juego con los visillos), a cargo de los más pequeños? Mientras ensayan el papel al que la vía muerta les aboca, podemos ver la parodia impostada de su vida adulta. Son, en gran medida, seres contranatura: víctimas del hoy, verdugos del mañana.

Vive la clase mediocre en una falsa impresión de seguridad, pues aunque semiconscientes de los múltiples peligros que acechan, siempre confían en que alguien (salvo ellos) hará algo: Dios, o la policía, o el gobierno. Ya hemos nombrado arriba su pozo de miedos: es éste un agujero de boca estrecha y culo ancho, donde arrojan cuanto puede perturbarlos. Antes estaba simplemente tapado con una alfombra, por lo que los monstruos se escapaban de noche y llenaban de pesadillas sus sueños. Afortunadamente para ellos, gracias a los avances de la psicofarmacología, hoy en día casi están exentos, si no de tener pesadillas, al menos sí de recordarlas por la mañana. Sería un elogio inmerecido llamarlos por esto hijos del día, por lo que nos limitaremos a considerarlos biznietos del despertador.

¡Guárdate de la clase mediocre, joven amiga, pues es veneno para tu sangre! Pasa entre ellos invisible, como brisa, encarámate a la tapia y salta fuera, aún a riesgo de perder tus enaguas y tu falda… Y tú, joven amigo, no seas gazmoño: corre tras ella, pues en ello te va la vida.