Con la esperanza en el alma

Por José Puentes

Es casi tradicional afirmar que los cambios o hechos fundamentales de la Historia suelen pasar desapercibidos para la mayoría de los contemporáneos. Puede haber excepciones, personas singulares atentas a lo fundamental o con un sexto sentido que les permita percibir lo que los demás no alcanzan, pero suelen ser minorías bien informadas para su época que acaso hayan sido tachadas con desprecio como visionarios.

Lo cierto es que ahora vivimos en una era que se suele llamar de la información –casi de la sobreinformación, se podría decir– y que en principio favorecería que esas minorías de antaño se hiciesen mayoritarias, pero está el peligro de la falta de discernimiento ante la abundancia y el exceso de datos. Un papel fundamental lo representó siempre la prensa libre, verdaderamente libre, aunque el alcance de su influencia haya sido también a pequeña escala, pero la búsqueda y la publicación de la verdad nunca ha dejado de ser fructífera.

Con el nacimiento del EL ESPAÑOL se abre de nuevo una esperanza ante tanto periodismo mediatizado y servil que sólo parece un eco vano de los grupos políticos y sociales. Al menos es esa esperanza la que nos ha llevado a algunos a apostar por esta iniciativa como accionistas y suscriptores, con el deseo de atisbar con más nitidez las claves del presente histórico o, al menos, la verdad de los hechos, ya que sin esta última es casi imposible juzgar los tiempos o defender la vida y la libertad con eficacia.

Y, por supuesto, el contexto en el que nace permitiría que no sea un medio minoritario como podría haberlo sido antaño, sino un medio seguido por multitud de lectores y suscriptores. Pero eso no sólo es responsabilidad de los editores, sino de todos nosotros.

¡A ello, pues!