De los delirios nacionalistas

Por José Jiménez Fernández

Érase una vez una tierra edénica, origen de la Atlántida, cuyo influjo alumbró nada menos que la civilización occidental y el cristianismo. Pero hete aquí que los taimados historiadores griegos Heródoto y Tucídides conspiraron para alterar la verdad histórica… Porque, amable pero ignorante lector, resulta que ni el antiguo Egipto, ni las ciudades de la cultura helena, y ni siquiera Jerusalén, estaban realmente donde siempre hemos supuesto, sino en… ¡Gran Bretaña!

A un tal Comyns Beaumont, periodista británico henchido de noble y elevado patriotismo, debemos la revelación de tan maravillosa (y delirante) historia. Según él, la cultura occidental nació y se expandió desde la Pérfida Albión, de modo que Edimburgo era Jerusalén, Gales la antigua Galilea y la verdadera Sodoma de los textos bíblicos se correspondería con la moderna Bristol… Alejandro no gobernó desde Macedonia, sino desde Escocia (de ahí la afición de los escoceses por el nombre Alexander), los egipcios no eran originarios de Egipto, sino de Somerset, y las polis griegas no estaban ubicadas en Grecia, sino, como es lógico, a lo largo de las Islas Británicas…

Las deducciones del injustamente olvidado Comyns Beaumont deberían ser recompensadas con una profunda revisión de la Historia para rendir un merecido tributo a Gran Bretaña como Cuna de Occidente.

Las tesis de Beaumont, publicadas en la década de 1940, no pueden provocar otra cosa que hilaridad. Ni una sola de sus teorías resiste el menor análisis crítico. En realidad, Beaumont simboliza esa manía nacionalista de reinventar la Historia, de apropiarse de los hechos y de los mitos (tanto propios como ajenos) para convertir el terruño propio en el centro del mundo. Los nazis lo hicieron también desde su desaforada pasión por lo germánico. Lo mismo se puede decir de buena parte de la historiografía franquista en España. Y lo curioso es que ese empeño en apariencia extravagante se convierte en una cuestión de fe, no de interpretación. Mito, realidad y mentira se fusionan grácilmente en el universo nacionalista sin el menor atisbo de crítica. Si no me gusta este episodio histórico lo cambio a mi gusto y sanseacabó…

A fuerza de rebuscar una consonante mal escrita, o una vocal suprimida arteramente por algún pérfido historiador extranjero, el nacionalista ahíto de amor patrio adapta el pasado histórico a su propia visión, da igual que carezca o no de base científica. Importan sus mitos, sin los cuales no puede construirse una realidad nacional que enlace el presente con el pasado. El nacionalismo necesita aferrarse a un pretérito mítico e ineluctable que dé sentido al hoy.

Y en esas seguimos. No ya en Inglaterra, donde nadie se tomó en serio al excéntrico Comyns Beaumont, sino en Cataluña, donde un puñado de investigadores encabezados por Jordi Bilbeny se empeñan en demostrar que la malvada España, en su atávico desprecio por los Països Catalans, no ha dudado en hurtar a los catalanes su legítimo y exclusivo protagonismo en episodios como el descubrimiento de América (Colón era catalán y los navíos no zarparon desde el andaluz puerto de Palos, sino desde Pals d'Empordà). Asimismo, se ha “demostrado” que Cervantes también era catalán, como catalanas eran las letras del Quixot antes de castellanizarse en el Quijote. Hasta Santa Teresa de Jesús era catalana… España no sólo se ha apropiado del dinero de los catalanes (ya saben, “Espanya ens roba”), sino de su propia y deslumbrante historia.

Me temo que apelar a la razón científica frente a la fuerza de los sentimientos no va a servir de nada. Bilbeny, como antes Comyns Beaumont, está convencido de ser un paladín de la verdad histórica; una verdad que él tiene la misión de recuperar pese al esfuerzo del Estado español por tergiversarla desde la época de Felipe II.

Cuando, desde la mentalidad nacionalista, la ansiedad se impone al sosiego, y la fe desdeña la razón, sucede que se termina confundiendo la realidad con los sueños. Llegado a este punto, el nacionalista exacerbado hará oídos sordos a cualquier consideración lógica, o reaccionará con ferocidad ante la misma, porque el mito ya se ha convertido en dogma.

Así que, con todo mi afecto a Cataluña, yo les pediría a estos señores que volviesen al camino de la investigación desapasionada, sin dogmatismos. No busquen enemigos donde no los hay. No alteren la realidad para adecuarla a sus deseos. Ni España ni Cataluña son ni serán nunca perfectas. Y no se empeñen en negar la realidad: incluso en una Cataluña independiente seguirá habiendo, por desgracia, violencia de género, desempleo y cáncer, males que unos pocos independentistas parecen atribuir exclusivamente a España. Persistan, si quieren, en sus mitos identitarios, o fabriquen otros nuevos, pero, por favor, no nos tomen el pelo con sus ensoñaciones. Y conste que en absoluto les considero unos iletrados. Un abrazo de todo corazón.