Por José Antonio Ibáñez De La Hoz
Este 12 de octubre se celebra, como todos los años desde 1982, la Fiesta Nacional. La conmemoración ha consistido hasta ahora fundamentalmente de un desfile militar y una recepción del Rey en el Palacio Real a las autoridades y personas destacadas de la vida política, social y económica de España. La participación ciudadana se reduce a la asistencia al desfile, que siempre es significativa. Algún año se abucheó al Gobierno, como sucedió al final del mandato de Rodríguez Zapatero. Pero el sentimiento nacional de celebración en un día concreto no está arraigado en nuestra sociedad, quizá porque aún se asocia el nombre de España y su conmemoración como nación al régimen franquista.
Este año 2015, según informa el diario La Razón, para contrarrestar al independentismo y aprovechando que el día 12 es lunes, añado yo, el Gobierno ha preparado dos días de festejos buscando una mayor participación popular y una mayor implicación de la ciudadanía en la conmemoración: el domingo 11 se organizaron fuegos artificiales en la plaza de Oriente y un concierto en el Auditorio Nacional, un programa especial de “Master chef” (¡!) y ya el día 12, además del habitual desfile, jornada de puertas abiertas en los museos y exposiciones y actividades especiales en el Instituto Cervantes, entre otras cosas.
Y me pregunto: ¿cree realmente el Gobierno que con espectáculos de fuegos artificiales, conciertos y programas especiales de televisión los españoles seremos más patriotas y participaremos más en la celebración de la Fiesta Nacional? ¿Por qué espera al final de la legislatura y no lo hizo en las tres conmemoraciones anteriores? ¿Tiene esto que ver con la próxima convocatoria electoral y la búsqueda desesperada de los votantes huidos? ¿Piensa el señor Rajoy que tras el resultado de las elecciones catalanas, necesita hacer gestos que saquen a la luz su patriotismo? ¿Ha dejado de creer que el desfile del 12 de octubre es un “coñazo”?
Este es uno más de los errores que ha cometido el Gobierno, y el partido que lo sustenta, en relación con la cuestión nacional en los últimos tiempos. Primero fue la inacción ante el simulacro de referéndum de noviembre del año pasado; luego, su tardía y forzada denuncia contra el señor Mas; más recientemente, el increíble vídeo de cierre de campaña de las recientes elecciones catalanas, en el que parecía dirigirse a los independentistas en vez de buscar el voto de su gente, de esos catalanes que se sienten también españoles, y estaba grabado íntegramente en catalán, con lo cual se lanzaba el mensaje de dejar desamparados a los castellano hablantes; y por último, la organización de una conmemoración de la Fiesta Nacional en la que, por lo contrario, se pretende hacer ver a los ciudadanos que su Gobierno es el único que defiende el sentimiento patriótico y nacional, sentimiento que parece no existir en general en esta democracia sin nación que aparentemente nos hemos dado.
Todo esto sucede a dos meses y medio de unas elecciones generales en las que habrá que decidir quién va a gobernar España durante los próximos cuatro años, teniendo que lidiar al mismo tiempo con la política económica que nos permita afrontar con más claridad la salida de la crisis y el desafío secesionista planteado por el gobierno regional de Cataluña y sus aliados políticos, mediáticos y sociales. Pero esta es otra cuestión que excede el objeto de este artículo.