El león

Por Juan Pablo Sánchez Vicedo 

Pedro J. Ramírez se ha pasado la vida vaciando despachos y fundando periódicos. De todos lo han echado y en todos ha triunfado: sus enemigos querían ver su cadáver pero el muerto siempre ha gozado de buena salud, como en una comedia clásica. El periodismo se está barroquizando y vamos a ver a los directores con capa y espada. La verdad es sospechosa desde Ruiz de Alarcón, de ahí que los escritores y periodistas hayan lidiado con censuras e inquisiciones antes de inventarse el periodismo. Pedro J. es el gran acusado del Reino y el que acumula más autos de fe, pero en vez de purificarse entre las llamas oficiales ha saltado de todas las hogueras y de todos los despidos. Pedro J. es un heterodoxo español que se le ha escapado vivo a Menéndez Pelayo.

Además de sospechosa, la verdad es subversiva y nos quieren proteger de ella como en tiempos preilustrados, solo que ahora es difícil cerrar las fronteras o impedir la navegación de los lectores por las redes de la información, que dan la vuelta al mundo a la velocidad de una lengua franca. El español vuela alto y lleva lejos sus misterios ancestrales. Nuestro idioma se escurre entre las barreras de los poderes para sobrevolar los géneros de la política y de la literatura.

En español se han tejido y destejido cánones teatrales, se han descubierto océanos y remontado ríos, se han declarado guerras civiles y coloniales, se han escrito crónicas y romances viejos y nuevos, se han instaurado repúblicas y restaurado monarquías, el español es la lengua del Quijote y del realismo mágico y en ella se han contado mentiras luminosas y verdades sangrantes. Los siglos han dado la razón a Nebrija y hemos visto que siempre fue la lengua compañera del imperio, pero no el de la reina católica sino el de las palabras y las ideas compartidas a ambos lados de la mar océana. La patria es el idioma y no se engaña a quinientos millones de hablantes.

A los españoles nos quieren proteger o vacunar de la verdad nuestras autoridades sanitarias y políticas. En tiempos de Felipe González había que atrincherarse en los periódicos, todos de papel, y en el baluarte de una Asociación de Escritores y Periodistas Independientes, bien provista de audacia y talento. Juan Luis Cebrián, consejero delegado de PRISA, motejó a la AEPI de “sindicato del crimen” y creía que la estaba insultando. La AEPI ya no existe y Cebrián es más rico que entonces, es decir que el periodismo está peor y el PP ha tomado las trincheras. Soraya Sáenz de Santamaría cena con Cebrián y hablan de lo bien que lo hace el gobierno y lo mal que se vende el papel. El gobierno hace deuda y la prensa hace EREs, pero llega un periodista despedido y reinventa la profesión con su despido.

Pedro J. Ramírez invierte su indemnización en fundar un periódico, como hiciera con El Mundo, ahora con mejor conocimiento de la vida y del periodismo, desembarazado del papel y de los empapeladores. El ESPAÑOL es inquietante por la composición de su accionariado, por su plan financiero (suscripciones más publicidad) y por la intención de su promotor, que saca a la pista un león majestuoso, indomable y sabedor. El león de El ESPAÑOL se alimenta de datos ante la atónita mirada de los que se han acostumbrado al pienso. El ESPAÑOL es el periódico que mejor nos va a contar las cosas.