El propósito de enmienda y los buenos deseos

Por Juan José Vjuesca Sánchez

De sobra es sabido que no hay que generalizar, pero desde casi el pleistoceno el ser humano acostumbra a tomarse una tregua de buena voluntad, una vez al año, no vayan a creer. Lástima que este brío tenga fecha de caducidad casi inmediata. Es lo propio cuando la hipocresía supera a la ficción, porque si de candorosas nada tienen las sonrisas emergentes, también lo es el fingimiento de aquellos que, guiados por el calendario de adviento, fuerzan el rictus de sus mejores semblantes para con los demás.

Son días para el uso de la frase hecha y de la mendicidad espiritual. De la caridad enlatada y del rabillo del ojo ocupado en otras consideraciones menos mundanas y más domésticas. Son días de pausa para practicar el lanzamiento de jabalina a modo de soniquete: “Feliz Año Nuevo” cuando alguien coincide con otro alguien en plena calle o al salir de casa. Todo muy deprisa, todo fugaz, todo como por encargo de un almanaque que no da respiro, pues el tiempo transcurre tan veloz como nosotros mismos fabricamos nuestros propios intereses.

En fin, comienza otro ejercicio y con él los propósitos de enmienda que solemos marcarnos; ya saben: ser mejor persona, estudiar, leer, dejar de fumar, hacer deporte, ser más ecológico, nada de matar ballenas o de quemar el monte. En otros casos más dolientes y extremos lo que suelen proponerse algunos, como por ejemplo: abandonar los malos tratos, las drogas, la corrupción, la trata de blancas, la explotación sexual, el abuso de menores, etc.etc. En fin, verán que estos argumentos conviven en nuestra sociedad año tras año a pesar de los pesares y por mucho cambio de calendario que nos precie.

No me negarán ustedes que cualquier nuevo propósito nace y se deshace con exquisita naturalidad en nada que pretendamos enmendarnos. Una cosa es la parte pagana, o sea, la euforia que las grandes superficies desatan para el consumo voraz. Lugares capaces de albergar a familias enteras para el solaz recreo consumista, sin embargo, otra muy diferente es la soledad, fría y despiadada de cuantos carecen de medios para participar de tantos buenos deseos como se profesan por quienes la escasez no llama a su puerta. Ahí es justo cuando comienza el declive de la tregua; por eso siempre me hago la misma pregunta: ¿Hasta qué día del calendario hay que desear lo de “Feliz Año Nuevo”?

Créanme si les digo que no resulta tan difícil optar por un mundo mejor sin necesidad de utilizar la hipocresía ni tampoco la mala baba que se gastan los maleantes. El ser humano tiende a conquistar aquello que otros le arrebatan por medio de la usura, la codicia o el engaño, y eso, créanme, es tan lícito como desear que el corrupto y el proscrito paguen sus delitos en beneficio de los que menos tienen. De esta manera sí merece la pena difundir los buenos deseos en cada día o época del año. Que ustedes sean felices.