España tras el volcán

Julio Muñoz/EFE

Julio Muñoz/EFE

Por Pablo Díaz-Pintado

La resaca de las elecciones del 20-N ha dejado en el ambiente una sensación de incertidumbre que puede desembocar en una tragedia griega o en una ópera alemana. En Grecia, la izquierda radical de Alexis Tsipras decidió formar gobierno con el apoyo de Panos Kamenos, el líder de Anel, un partido derechista, nacionalista y antieuropeísta. Los polos opuestos se atraen y más, desde luego, si se trata de conquistar el poder. En Alemania, la conservadora Angela Merkel ý el socialdemócrata Sigmar Gabriel no dudaron en constituir una gran coalición para preservar el interés nacional y asegurar el crecimiento. Dos países, dos modelos.

La España actual debe decidir en qué espejo prefiere mirarse. La solución griega aplicada al caso español consistiría en sacudir el tablero, abrir un proceso constituyente y cambiar las reglas del juego. El ejemplo alemán requeriría, en cambio, el entendimiento entre el PP, PSOE y Ciudadanos (que suman más del 70% de los diputados) para fortalecer la recuperación económica, asegurar la estabilidad institucional y hacer frente, de manera conjunta, al desafío secesionista con garantías de éxito.

Pero, sin duda, la clave del escenario político español la tiene el PSOE. Pese a haber cosechado el peor resultado de su historia en unas elecciones generales, la aritmética parlamentaria le ha otorgado la llave de la gobernabilidad. Si decide ocupar la Moncloa al precio de pactar con Podemos y los partidos independentistas, el país entraría en un período de inestabilidad y tensión permanente, letal para la economía y la convivencia.

Si, por el contrario, apuesta por una gran coalición o, al menos, por abstenerse y permitir que gobierne el partido más votado con apoyos puntuales para sacar adelante las grandes leyes, se sentarían las bases de una legislatura estable, dentro de las lógicas dificultades derivadas de un parlamento fragmentado. Finalmente, si el PSOE no se decanta por ninguna opción, por falta de acuerdo interno, su indefinición conduciría a una nueva convocatoria electoral.

Las dos almas del PSOE

El PSOE tiene dos almas. Una, española y constitucional, que lidera la presidenta andaluza Susana Díaz, y bebe de la tradición de Felipe González, y otra, de corte rupturista y federalista, que continúa la “hoja de ruta” de Rodríguez Zapatero y está más cerca del republicanismo radical de Podemos que de los postulados socialdemócratas del PSOE que pilotó la transición.

En la correlación de fuerzas, el PSOE constitucionalista reúne alrededor del 55% de los diputados frente al 45% del PSOE revisionista. Esa es la tramoya de decorado político español en estos momentos. ¿Qué puede ocurrir a partir de ahora? No hay más que observar lo sucedido tras las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de mayo. En la capital de España, por citar uno de los ejemplos más relevantes, el PSOE de Pedro Sánchez desplazó de la alcaldía al partido más votado para situar a Manuela Carmena, la representante de Podemos. Poco después, sacrificó a su propio candidato, Antonio Carmona, que se definía públicamente como nacionalista español y jacobino.

Sánchez quiere ser presidente a toda costa, aunque tenga que ejercer de tragasables. Susana Díaz, en cambio, se negó a alcanzar un acuerdo con Podemos y aguantó el tiempo necesario hasta conseguir ser investida gracias a la abstención de Ciudadanos, el partido de Albert Rivera que, entre otras cosas, defiende la igualdad de todos los españoles frente al hecho diferencial nacionalista y la eliminación de los privilegios fiscales del País Vasco y Navarra.

Cabe hacer otra reflexión al hilo de los resultados de los últimos comicios. En Madrid, el PSOE se ha desplomado, al pasar del segundo al cuarto puesto respecto a las elecciones generales de 2011. Por el contrario, en Andalucía ha salido reforzado y ha sido capaz de recuperar el primer lugar en detrimento del PP. Si el actual secretario general de los socialistas forzara una alianza con Podemos y los independentistas, desoyendo el sentir general de muchos de sus barones regionales, no sólo viviría una legislatura tormentosa, sino que, muy probablemente, hundiría al PSOE, tal y como ha ocurrido en Madrid, y facilitaría el sorpasso de Podemos.

En las próximas semanas veremos si España deriva hacia una experiencia revolucionaria manejada, entre bambalinas, por la extrema izquierda y el secesionismo periférico o, por el contrario, se inclina por un gran acuerdo como en Alemania, donde los incendios jamás se apagan con gasolina.