Fútbol, guerra y literatura bélica (maestras de geografía)

U.S Army Korea/Flickr

U.S Army Korea/Flickr

Por Íñigo Val Eguren, profesor del Colegio Purísima Concepción, Logroño. @iValEguren

Los chicos de primaria y secundaria saben el nombre de más ciudades que sus compañeras. Otra cuestión es que sepan situar en el mapa esos lugares. Son los (buenos) efectos colaterales del fútbol. Mientras escribo estas líneas el Atlético de Madrid está en Astaná, la capital de Kazajistán. Pónganse ante un mapa mudo de Asia central e intenten situar todos esos "stán" y sus capitales. No es sencillo. El ciclismo y el fútbol (¿casualidad?) han colado el nombre de la capital kazaja en las charlas de patio y de bar.

Un buen equipo de fútbol es una excelente inversión para una ciudad. Me imagino que habrá estudios que hayan analizado esos beneficios. ¿Qué campaña municipal ha hecho más por mi ciudad que el difunto Logroñés? Sería mejor ser conocidos por bondades menos frívolas: ser el Silicon Valley español, contar con un Oxford ibérico... al menos, hacemos buenos vinos que nos vienen bien para que nos sitúen en el mapa. Aún así no hay nada que se vea tan destacado en Google Maps como el estadio de un equipo de fútbol de alto nivel. "De acuerdo, vamos un rato al Prado, pero después salimos pitando al Tour del Bernabéu –cerca de un millón de visitantes en 2014-".

Desgraciadamente, otra maestra de geografía es la guerra: Alepo, Herat, Mazar-e Sarif, Kabul… aunque no hay que irse tan lejos. Ahí está Ucrania, nuestra vecina europea. En el Donbass Arena, el precioso estadio de la ciudad de Donetsk –muy castigada por los combates-, jugó España la semifinal de la Eurocopa de fútbol de 2012. Hace sólo tres años. El próximo 25 de noviembre, el club local (Shajtar Donetsk) jugará contra el Real Madrid en la fase de grupos de la Liga de Campeones (en castellano: la Champions). Los ucranianos no podrán utilizar su campo (alcanzado por algunos proyectiles) y recibirán a los blancos en Leópolis, en el extremo opuesto del país, casi en la frontera con Polonia. Fútbol y guerra.

Pocos de los principales topónimos ucranianos no los había oído antes de que se descontrolara lo que sucedió en el Maidán. Fuente: Las benévolas (RBA, 2008). Responsable: Jonathan Littell.

Como maestra de geografía, la literatura bélica requiere más esfuerzo que la visión de un partido (con permiso de los trogloditas del catenaccio). Leer la novela de Littell con un atlas al lado roza el masoquismo. Si se está por la labor, el texto es magnífico para seguir las campañas orientales del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. En la última parte del libro al autor se le va la cabeza completamente y a mi juicio desequilibra lo que podría haber sido una obra magistral. Sin embargo, lo menos logrado (atención, posible destripe de la novela; en castellano: spoiler) es que el protagonista, Maximilien Aue, un oficial de alto rango alemán, aparece en todos y cada uno de los escenarios: Ucrania, el Cáucaso, el sitio de Stalingrado, el asedio a Berlín... ¡Hasta en el búnker de la Cancillería del Reich nos lo encontramos! Se trata de literatura, es ficción, no es un libro de Historia. Está claro. Aún así no me quedé conforme.

¿Han existido personas cuyas biografías estén tan estrechamente ligadas a los hechos principales de una época clave de un país? ¿Unas historias personales que sean realmente benévolas -no como las de nuestro omnipresente oficial germano-? Al menos una me viene a la cabeza, la de un filósofo español. De él hablaré en la siguiente entrada del blog.

Once grados bajo cero en Astaná. Su estadio de césped artificial está cubierto. El Atleti es peleón, pero asusta menos que los mongoles de Gengis Kan. Darse una vuelta por la estepa ya no es tan épico.