Oda socialdemócrata

Por Pablo Rivas Pérez

No hay ninguna posición más despreciada que la socialdemocracia. La necesidad de refugiarse en lo irreal está extendida ampliamente, y esta mentalidad la convierte en la diana más odiada. Ninguna ideología ha luchado más contra la utopía (esa profunda inmoralidad) que la socialdemocracia.

La detestan los liberales puros, por entenderla como una indeseable injerencia paternalista en sus vidas. Ay, los liberales. Dicen “sin Estado”, y se imaginan en sus cómodas salas de estar con un vaso de whisky y la calefacción. Como si la seguridad jurídica y el respeto a la propiedad privada surgieran como las setas. También la odian los comunistas, a quienes no les importan los logros (factuales) alcanzados, pues son incapaces de perdonar su papel de optimizadora del capitalismo. En lugar de exacerbar las contradicciones del sistema buscando su caída, la socialdemocracia lo corrige, lo mejora, y, por tanto, lo apuntala. ¡Imperdonable! Con qué contumacia se afanan los comunistas en señalar los errores socialdemócratas, diagnosticando de inmediato la imposibilidad de sus planteamientos, y sin que se les caiga la cara de vergüenza. Por su parte, el resto de opciones religiosas, desde el conservadurismo hasta el nacionalismo, desprecia su falta de certezas absolutas, de dogmas, su naturaleza reinventable y su defensa de la heterogeneidad diversa dentro de lo común.

Algunos, conscientes de su propia insolvencia para plantear alternativas, tratan de desvirtuarla desde dentro. La verdad se puede esconder con silencio, pero también con ruido. De este modo, se reivindican socialdemócratas intentando una labor de zapa (si la socialdemocracia lo es todo, entonces no significa nada), o la usurpación de su grandeza. Hoy escuchamos hablar en sus propios términos a los adversarios más enconados. Hasta qué punto ha de llegar la pretensión de degradación, si incluso Lenin va a terminar empuñando la rosa roja.

Al final, impostores o no, todos apuntan al mismo lado en sus pringosos ataques. A su supuesto flanco débil. Desde los distintos púlpitos de autoatribuida dignidad, la acusan de excesivo pragmatismo y de poco ambiciosa. “Nosotros prometemos mucho más que una ideología de grises”. ¡Hay que estar tan ciegos! A la única posición verdaderamente sincrética; a la única auténticamente consciente de que no se puede tener todo, y a pesar de ello capaz de no renunciar del todo a nada; a la única que, por carecer de un catecismo férreo a implantar, es capaz de moldearse en función de las circunstancias; a la única que asume como valores, no sólo no excluyentes, sino de necesaria combinación, tanto a la libertad como a la igualdad; a la única, en fin, que ha logrado, desde cualquier prisma que se quiera analizar las mayores cotas de prosperidad y bienestar que ha alcanzado la humanidad en sus miles de años de historia, la ha de desmerecer la legión de tuertos monaguillos.

Aunque en cierta medida, se puede entender. El triunfo de la socialdemocracia es de tal calado, tan obvio, que su asunción sin refugios resulta demoledora para los adversarios, que no pueden prescindir de su derecho al pataleo. Bien está. Otros, sin embargo, preferimos recrearnos en la belleza intimidatoria de la hegemonía de lo real frente a las ficciones.