Por favor, el fanatismo

Por Óscar Sánchez Alonso, @osanchezalonso

No sólo es que el fanatismo esté vivito y coleando. Es que colea, para matar; y colea para seguir mutando… en variadas tipologías. Ni siquiera los terroristas (en todo su ignominioso repertorio) agotan la nómina de fanáticos.

Este verano se publicó que una joven había muerto ahogada en Dubái porque su padre no permitió que los socorristas llegaran a tocarla. Me he acordado de esa noticia al leer el último libro de Fernando Savater: "Voltaire contra los fanáticos". Un ensayo que se adentra en la obra del parisino, para abordar el fanatismo de ayer y hoy.

Porque es innegable, desde luego, que el fanatismo no es un mero recuerdo histórico. El fanatismo está vigente en la actualidad. Y a veces lo encontramos bien cerca: al otro lado de la esquina, incluso, de nuestro propio carácter.

La divisa del fanático vendría a ser “piensa como yo, o muere”, “cree lo que yo creo, o te haré todo el daño que pueda”, “asume lo que yo te digo, o perecerás”. Planteamientos de este estilo (en distintos grados, pero similar esencia) quizá son más habituales de lo que resultaría reconfortante.

El integrismo presenta variados ropajes políticos, religiosos, etnicistas… o de cualquier otra naturaleza. Podría emanar de todo tipo de proclamas (atroces y disparatadas, o incluso sensatas y cabales), puesto que el desbarre fundamentalista no reside obligatoriamente en las convicciones defendidas; y sí en las prácticas adoptadas para defenderlas.

Lo decisivo del fanático no es tener una creencia que defiende con fervor. Lo definitorio del fanático es considerar que su creencia ha de ser una obligación para los demás. El fanático buscará imponer su credo, convencido de estar haciendo no sólo una gran labor, sino la única labor que debe hacerse.

Como sintetiza Savater, “si la persona humanista y civilizada pide las cosas por favor”, el fanático “las exige por pavor”. Es así de triste. Y es así de constatable.

El fanatismo, como el cartero de la película, siempre llama dos veces. La primera para embaucarte; la segunda para terminar contigo, si hubieras desoído su embeleco, su superstición o su consigna.

Hablábamos al principio de aquel padre que prefirió su doctrina… a los socorristas. Aquel padre que prefirió ver morir a su hija, antes que verla vivir con lo que él consideraría una inaceptable mácula. El balance parece claro: la chica falleció ahogada; mientras que el fanatismo, en pleno de 2015, sigue tan a flote.