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Joyas que desafían al tiempo con sello de Madrid

La Comunidad de Madrid ha sido tradicionalmente cruce de caminos para viajeros y para la historia y eso ha servido para que, en la región, tengamos edificios monumentales.

Siglos de historia atesoran algunos de los lugares más icónicos de la región. La Comunidad de Madrid tiene todo tipo de bellezas naturales pero, al ser su territorio un cruce de caminos desde siempre, también han proliferado por toda nuestra geografía algunos de los edificios más lustrosos de la arquitectura española. Castillos, templos, palacios o hasta pueblos enteros que nacieron con una utilidad práctica y en cuya construcción quedaron marcados los rasgos estilísticos de cada momento. Hoy tenemos la suerte de tenerlos cerca para poderlos visitar cuando queramos.

Y es que, al margen de su uso diario, todos nacieron con la idea de perdurar en el tiempo. Es algo de lo que nos beneficiamos en el presente, pese a que muchos de estos puntos han atravesado vicisitudes que podrían haberlos llevado a un destino muy diferente. Dos son los ejemplos de esta simbiosis entre utilidad y estilo que traemos hoy, tan dispares en planteamiento como en ubicación, pero con dos cosas en común: son madrileños y son una visita obligada para quien guste del arte, la arquitectura y la historia.

El Paular, un bello remanso de paz

El Monasterio de El Paular es, junto al de El Escorial, el principal complejo de este tipo que tenemos en la región. Se ubica en la localidad de Rascafría, en plena Sierra Norte. Es un punto de marcado carácter rural que posee un emplazamiento privilegiado, en el valle del Lozoya y con la imponente presencia de las cumbres de Peñalara y de la Cuerda Larga como testigos mudos de la vida que tiene la población desde la Edad Media, donde tiene su origen.

Actualmente son once monjes de la Comunidad Benedictina los que hacen su vida entre los muros del Monasterio y por eso es su Prior, el Padre Joaquín Cruz, quien nos pone en contexto la relevancia del recinto, dado su valor artístico e histórico: “La primera piedra se coloca en 1390 y en principio se funda para acoger a la Orden de los Cartujos, que están aquí hasta la Desamortización de Mendizábal, en 1835”, explica. Es entonces cuando el recinto pasa a manos privadas hasta 1948, cuando el Gobierno decide comprarlo. Por eso, el Estado es el actual propietario si bien, en 1954, fue la Orden Benedictina la que se hizo cargo, aclarara el Padre Joaquín.

El excelente estado de conservación del Monasterio ha permitido que toda la historia inscrita en sus muros y en sus espacios haya permanecido casi intacta. Por eso es muy visible esa conjunción de estilos arquitectónicos que configuran un conjunto que la sitúa como “una Cartuja más importante que la Grande Chartreuse [casa-madre de la Orden de los Cartujos, en Francia], incluso económicamente”. Esta consideración es clave para entender cómo en aquellos momentos y en las décadas siguientes, en torno a El Paular surgieran otras instalaciones de importancia como “el molino de donde sale el primer papel del Quijote, una fábrica de cristal”, enumera el Padre Joaquín, “o incluso otras cartujas, como las de Granada, financiadas con dinero de aquí”.

Esa riqueza y la preeminencia alcanzada facilitaron que, en su construcción, el Conjunto Monumental de El Real Monasterio de Santa María de El Paular atendiera a los gustos de la época: “El estilo original es el gótico, pero cuando deja de estar en auge, convierten en barroco parte de ella”. La comunión de ambos es muy llamativa y cada uno ofrece puntos específicos con los que sorprenderse y gozar. De lo gótico llama la atención el claustro mayor, donde la crucería del techo da cobijo a unos corredores en los que actualmente, y como parte de la visita, se puede contemplar una colección de más de 50 grandes lienzos con escenas de la vida de los Cartujos. Estas obras, concebidas específicamente para este lugar, están elaboradas por Vicente Carducho (h.1576-1638).

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La necesidad de conservar adecuadamente las pinturas obligó a cerrar el patio central. Pese a ello, desde las puertas acristaladas es perfectamente visible el jardín y el templete central donde, como curiosidad, se pueden ver cuatro relojes de sol que siguen contando las horas con precisión celestial de la misma manera que antaño. En torno a esta estructura también se pueden visitar varias salas de exposiciones que nos sumergen en unos espacios mucho más contemporáneos que nos devuelven plenamente a la época actual y que amplían la profundidad de la visita.

“Hay dos tipos de visita al Monasterio”, explica el Prior de El Paular: “Una, en la que se puede ver el claustro; y luego la parte interior del Monasterio, que son visitas guiadas por alguno de los monjes. En esta parte les enseñamos la sala capitular, el ‘Transparente’, el claustro, la iglesia y el atrio”. Es precisamente en la iglesia donde se sitúa “la pieza más importante que tenemos: el retablo, una maravilla”. Se trata de un excelente conjunto tallado en alabastro de estilo gótico que data del siglo XV.

Aun siendo una composición tan notable, el Padre Joaquín reconoce que tal vez sean las partes donde más late el pulso barroco las que más llaman la atención del visitante. Y entre las joyas que guarda, puede que ninguna tan impactante como la capilla del Sagrario (o del ‘Transparente’), que el Prior y su comunidad denominan “la capilla del ¡oh!”, porque quien la ve por primera vez no puede dejar de sorprenderse ante la abrumadora decoración que le rodea.

Aunque de por sí la visita al conjunto, declarado Monumento Nacional en 1876, ya es interesante de por sí, el Monasterio de El Paular también amplía las posibilidades para los visitantes con otras opciones. Los propios monjes benedictinos gestionan una hospedería en la que buscar la paz espiritual y, además, también se organizan conciertos, exposiciones, cursos… es una muestra de que el lugar sigue tan vivo como siempre y más abierto que nunca.

La revolución fabril de Nuevo Baztán

Nuevo Baztán nació con una finalidad más práctica: impulsar la economía española en un momento, principios del siglo XVIII, en el que las guerras y las luchas de poder habían mermado la competitividad de la Corona. Así, de la mano de una de las figuras cercanas a la Corte más emprendedoras y visionarias de la época, el navarro Juan de Goyeneche, se erigió todo un complejo fabril pionero en España cuyos edificios han sobrevivido hasta la actualidad y se han ganado la consideración de Bien de Interés Cultural (BIC) por la Comunidad de Madrid.

Hoy contemplamos con admiración un pequeño pueblo en el que destacan sus plazas, su urbanismo establecido en cuadrícula y la imponente fachada que comparten la iglesia de San Francisco Javier y el Palacio en el que vivió el propio Goyeneche. Pero hay que imaginar que todo esto, en tiempos, fue un hervidero de actividad en el que cabían fábricas de vidrio, de telas, de jabones o de papel. Actualmente la vida es mucho más tranquila: apenas están censados unas decenas de habitantes en el núcleo principal de lo que fue aquel complejo fabril. Sin embargo, la localidad ha ganado notoriedad en los últimos años como un destino turístico de primer orden en la región y un excelente motivo para descubrir la zona de Las Vegas y la Alcarria de Madrid.

“Estamos hablando de un proyecto ambicioso, innovador y que sentará las bases no solo de las futuras planificaciones urbanísticas, sino que es el germen del modelo de real fábrica borbónica que conocemos”, explica Isabel González, técnica de Turismo del Ayuntamiento de Nuevo Baztán. “Es el primer complejo fabril de Europa donde se va a centralizar de una manera ordenada todas las fábricas, las casas de los artesanos, una pequeña corte de los administradores, etc.”.

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Para la creación de este entramado es imprescindible recurrir una y otra vez a la figura de Juan de Goyeneche, “una persona que está en el momento preciso en la situación concreta, un adelantado a su tiempo con don de gentes y con amistades entre lo más granado de la economía, la sociedad, la política o las artes de la época”, cuenta González. Goyeneche, además, toma partido por los Borbones en la Guerra de Sucesión, lo que le permite aumentar su prestigio hasta el punto de que llega a ser tesorero real. Esta proximidad a la realeza, su talento y su capacidad de emprendimiento hacen que conciba Nuevo Baztán y lo lleve a la realidad en estas tierras que eran de su propiedad y que, tras tener varias nomenclaturas acabaron por llamarse tal como las conocemos hoy, delatando la estrecha vinculación del personaje con su Navarra natal.

La joya de este conjunto se encuentra en la plaza de la Iglesia. Allí se ubican, compartiendo la fachada, las dos principales construcciones, al menos las más espectaculares: el Palacio de Goyeneche y la iglesia de San Francisco Javier (otro guiño al origen navarro de su patrocinador). “A su alrededor”, describe la técnica de Turismo del ayuntamiento, “tenemos otras zonas organizadas y distribuidas a través de plazas como la de El Secreto, la de las Fiestas y la de la Cebada”. Estos espacios permiten el trazado de un “urbanismo en cuadrícula que parece tirado con regla y cartabón, que es otro recurso histórico en sí mismo”.

Además, anexo al Palacio, en cuya primera planta se pueden contemplar diferentes exposiciones temporales, también se encuentra un Centro de Interpretación en el que una estatua del propio Goyeneche da la bienvenida al visitante. Este saludo tan especial da paso a un pequeño museo que habla de la historia del lugar y que aprovecha otra dependencia histórica: la de la antigua bodega, rehabilitada de tal modo que aún son visibles las grandes tinajas donde se acumulaba el vino.

Salta a la vista también el estilo compacto del conjunto, que presenta en sus edificios principales “una mezcla de estilos, barroco por un lado, castizo en otro y en algunos puntos incluso nos recuerda el estilo Herreriano en el remate de la torre cuadrada con esa balaustrada rematada con bolas. En fin, es un estilo que no podríamos decir ni que es clásico, ni barroco, ni churrigueresco. Camina un poco entre todos los estilos en sí. Lo que sí está claro es que es algo propio de Nuevo Baztán, sobre todo en un momento en el que se cruzan los estilos y que es, precisamente, la peculiaridad y la originalidad que tienen estos edificios”.

La iglesia de San Francisco José tiene, además, el sello del arquitecto José de Churriguera en su retablo. Paradójicamente se trata de una obra que huye un tanto de la profusa decoración de sus trabajos habituales, pero que tiene detalles que, igualmente, elevan la calidad del conjunto. Sorprende especialmente el “manto de estuco decorado con pan de oro y sujeto por los angelotes… da la sensación de que van a abrir el telón para enseñarte su tesoro”. Es un efecto que responde a la querencia de Churriguera por los “recursos teatrales” que impactan al visitante nada más entrar en el templo. Por supuesto la escena principal, dedicada al santo y elaborada toda ella en mármol, resulta absorbente.

En definitiva, Nuevo Baztán es un pedacito de historia en el que es fácil adivinar otros tiempos de una forma inmersiva a través de la visita a estos edificios, a sus plazas en las que buscar la sombra durante el verano o al paseo por sus calles rectilíneas y empedradas. Además de su valor monumental, el pueblo también ofrece innumerables atractivos para ampliar la experiencia: desde una notable oferta gastronómica, como la posibilidad de conocer la naturaleza más próxima a través de rutas que circundan la población y que facilitan conocer una de las zonas más sorprendentes de la Comunidad de Madrid.

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