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Aire puro, exuberancia y cielos llenos de vida: la naturaleza más inesperada de Madrid

A poco más de una hora del kilómetro cero, la Comunidad de Madrid esconde espacios naturales llenos de vida en los que descansar la vista y recargar energía.

Perfilado desde la distancia, todo el contorno de las cumbres que contemplan la gran ciudad ofrece una estampa exclusiva, la de una de las más grandes y dinámicas capitales europeas, tan próxima a unas montañas y espacios naturales únicos. Una hora; no se tarda mucho más desde el kilómetro cero hasta cualquier punto de la región en el que sea posible respirar el aire más puro, deleitarse la vista y el resto de los sentidos con la calma de la naturaleza más agreste o convivir con especies animales únicas. Es, mucho más que un día en el campo, una experiencia que da para una y mil visitas a estas sierras y territorios.

En las sierras de la Comunidad de Madrid siempre hay cosas que hacer, caminos por recorrer o paisajes que contemplar. Y puede que uno de los rincones que más y mejor representan esta variedad de planes sea Rascafría. Con la imponente presencia del pico más alto de la región, Peñalara, como fondo, Rascafría es un excelente punto de partida para todo tipo de rutas que exploran la zona y de las que su centro de visitantes puede dar cumplida información.

Pero incluso sin alejarse mucho de su núcleo urbano es posible perderse con innumerables atractivos. El más obvio es el Monasterio de El Paular, de cuya historia y arquitectura hablaremos en otro capítulo, o del bellísimo Puente del Perdón. Pero los amantes de la naturaleza pueden tomar estas construcciones como referencia para alcanzar otro de los lugares más conocidos del municipio y que dista apenas unos metros de ellas: el Bosque Finlandés.

Un pedacito de Finlandia en nuestra sierra

Sí, estamos en la Comunidad de Madrid, por supuesto, pero lo cierto es que este pequeño enclave es un cachito de aquel país que tenemos. Es un espacio singular que nació de un hermoso gesto, tal como explica José David Pajares, técnico de turismo en el Centro de Innovación Turística Villa de San Roque: “Surgió del hermanamiento de Rascafría con Helsinki, la capital finlandesa, a mediados de los años 80. Entonces se creó un paisaje con un ambiente muy similar al que se puede ver allí, con la plantación de especies de árboles más propias de latitudes más norteñas como los abedules, los álamos o el abeto, que aquí agarraron muy bien”.

Todos estos árboles adornan la senda que rodea un pequeño lago artificial que creció a partir de una antigua represa. En el mismo también se hallan un pequeño embarcadero y una cabaña de madera que, hasta hace no mucho, llegó incluso a funcionar de acuerdo a su uso primitivo, otro guiño a su procedencia: una sauna con la que exudar el frío que, eso sí, comparten ambos emplazamientos. Todo ello, junto a la frondosidad del conjunto, de verdad parece transportar al visitante a otras latitudes, especialmente “en invierno, cuando el agua se hiela y hay un poco de nieve”, como señala Pajares.

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La contemplación y el paseo por este peculiar catálogo de especies poco habituales en la región justifica una visita en sí misma a Rascafría, una zona privilegiada desde el punto de vista natural porque, como explica el técnico de turismo del Centro Villa de San Roque, “el Sistema Central es como una zona de transición entre el norte y el sur, así que podemos ver especies típicas de ambas. Es una zona donde confluyen muchas especies y muchos ecosistemas, y yo creo que es un regalo para una persona que le gusta estar en contacto con la naturaleza”, concluye.

Sus palabras se hacen tangibles en otro de los puntos que, pese a su proximidad al Bosque Finlandés, vive fuera de los focos que alumbran este sitio tan popular. Se trata del arboreto Giner de los Ríos, una especie de jardín botánico de una hectárea de extensión en el que se pueden ver árboles no solo autóctonos (o de Finlandia) sino de prácticamente todos los continentes. Es un recinto muy especial también por su origen, ya que delata la presencia en la zona de una nutrida comunidad artística y científica que, desde el siglo XVIII, nos ha legado no solo este espacio sino un conocimiento más extenso de todo el ecosistema del Guadarrama que convierten esta sierra en “una de las más documentadas de España y posiblemente de Europa”, sentencia Pajares.

Convivencia con las aves más especiales

Este experto en turismo en la Sierra Norte también ensalza la excelencia de la Comunidad para otra actividad que hace literal el dicho ‘de Madrid al cielo’. Se trata de la ornitología, otra manera diferente de disfrutar de la naturaleza y que contribuye tanto al ocio como a la educación. En este sentido, la propuesta que ofrece Robledo de Chavela, municipio ubicado en la Sierra Oeste, resulta muy atractiva para que cualquier persona, independientemente de su experiencia previa, pueda contemplar aves tan reconocibles y emblemáticas como el buitre negro, el leonado o incluso el águila real, entre muchas otras.

Javier López, biólogo, es la persona que guía las rutas organizadas por el ayuntamiento de la localidad. Se trata de salidas en las que apenas se recorren dos kilómetros; sin embargo, el tiempo que se dedica a estos paseos pueden superar fácilmente las cuatro horas. Es un tiempo en el que los ilustres residentes alados de la zona se hacen notar desde el primer momento, algo que convierte a Robledo en un lugar ideal para sacar los prismáticos y acercarse a estos pájaros: “Robledo de Chavela está incluida dentro de una zona de especial protección para aves (ZEPA) en la que se reúnen especies de aves muy emblemáticas y, algunas, muy amenazadas o, como mínimo, vulnerables. Además de la notable diversidad de aves, el mayor valor de esta zona es que algunas de esas especies son escasas en general, tanto en Madrid como incluso en el territorio español”, describe López.

“Estamos en una zona muy buena para buitres”, continúa, “incluso para el buitre negro, que es una especie mucho más escasa. Pero aquí la joya de la corona es el águila imperial, un ave que está catalogada como ‘en peligro de extinción’ pero que tiene un buen futuro en el sentido de que se ha visto que ha ido subiendo. Eso se ve claramente aquí, donde es muy fácil verla”.

La experiencia de este biólogo a la hora de reconocer los pájaros con un simple golpe de vista o incluso a través de sus cantos para ubicarlos mejor en los árboles próximos parece casi mágica para quienes acuden a esta cita por primera vez. Pero lo cierto es que muchos de ellos repiten, ya que, además del carisma del guía, el espectáculo que supone observar a estas rapaces viajando por los cielos también ofrece algo diferente según el momento del año: “Incluso en la misma época, cada vez que haces el mismo paseo puedes ver unas cosas u otras porque algunos pájaros no siempre son tan visibles. Según va cambiando la estación cambian las aves”, por lo que cada salida siempre es diferente.

Ir de la mano de un experto como él tiene ventajas indudables para facilitar la observación y el reconocimiento de las aves, pero, dado que esta actividad también puede practicarse de forma libre, también es clave atender a algunos consejos para aprovechar la experiencia y ser respetuoso con el medio. Es sentido común: no acercarse más de lo necesario, no interferir con los animales que puedan estar en cría… “lo bonito de observar la naturaleza”, resume López, “es que la naturaleza esté ahí y que tú la contemples desde fuera y veas lo que realmente está sucediendo y que eso no sea la consecuencia de tu presencia”.

Esplendor amarillo en la Sierra de Guadarrama

Las idas y venidas de las aves que surcan nuestros cielos es una de las señales más obvias del paso de las estaciones. Pero no hay que elevar mucho la mirada para contemplar otro de los espectáculos cíclicos que nos regala a la vista la naturaleza en la Comunidad de Madrid: la floración del cambroño.

La primavera suele ser la estación del año en la que los campos, las flores y la vegetación, en general, lucen con todo el esplendor cromático que les permite su propia naturaleza. En Los Molinos el color que domina es el amarillo, de la misma manera que el blanco de los cerezos o el malva de la lavanda tiñen otros parajes. En la localidad madrileña es el cambroño el que va dando a la montaña un amarillento tamiz de luz, alegría y esplendor que, por mucho que se conociera desde antaño, de cara al turismo solo ha cobrado notoriedad en los últimos años.

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Pero pese a la aparente juventud del fenómeno, el ecosistema de actividades en torno a esta flor ha situado al pueblo en el mapa de los eventos con mayor atractivo de la Sierra de Guadarrama. Luis Sancho, guía ambiental y vecino de Los Molinos, es el alma de esta mirada cada vez más intensa hacia el cambroño, si bien evita darse protagonismo al tiempo que agradece el apoyo del ayuntamiento a la hora de ir haciendo realidad algunas de las propuestas que, “desde hace 15 años, tratan de poner en valor este espacio natural tan maravilloso que tenemos”.

“El cambroño”, explica Sancho, “es un arbusto de la familia de las leguminosas que empieza a florecer a mediados de abril en las cotas más bajas, pero que se prolonga hasta por tres meses según va subiendo la peña de hasta 2.000 metros que tenemos cerca”. A lo largo de la historia, esta planta se ha usado como leña o incluso para hacer pan, en otra de las delicias culinarias que uno debería probar. Pero de cara al excursionista lo que más llama la atención son las rutas, guiadas por el propio Luis y que, desde el corazón del pueblo, recorren parte del entorno para pasear entre los cambroños y admirar ese colorido espectáculo desde dentro. Se trata de la mayor concentración de esta planta en la Península y eso se nota.

De hecho, en este énfasis por dotar a este momento tan especial de todo tipo de experiencias, la central de reservas de la Sierra del Guadarrama también ofrece rutas por la zona en bicicleta, a caballo o incluso en avioneta, en la que puede ser, tal vez, la principal novedad esta temporada. Pero lo cierto es que el calendario de actividades y de ideas de este molinero también multiplican las oportunidades para los visitantes: taller de fotografía, un ciclo de conferencias y, lo que para este guía es aún más importante, la posibilidad de revitalizar el pueblo e implicar a todos los vecinos, algo que para cualquier visitante salta a la vista durante el tiempo de la floración, con todo el casco urbano engalanado de amarillo y decoración en viviendas y comercios: “Esto es un festival, una fiesta para el pueblo, para Los Molinos y para que los molineros se sintieran orgullosos de su pueblo y de lo que tenemos aquí”.

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