Putin anunció el pasado 22 de marzo su decisión de imponer a los países hostiles la obligación de pagar sus compras de gas en rublos. Esta es su respuesta a las sanciones adoptadas por los Estados de la OTAN-UE contra Rusia y ha causado una notable y exagerada preocupación en las cancillerías europeas.

De entrada, la medida supondría un incumplimiento de los contratos vigentes entre los exportadores y los importadores de energía procedente de la antigua URSS que están denominados en dólares, en euros y/o en libras esterlinas. Ahora bien, el incumplimiento por Rusia de sus compromisos no es una sorpresa sino un fenómeno habitual. Quizá la amenaza de Putin no se materialice, pero es interesante analizar sus posibles motivos y consecuencias.

¿Qué pretende Putin? Ceteris paribus, la segmentación del mercado originada por los obstáculos levantados para la formación de un precio único para un determinado producto (el gas) en un mercado mundial antes abierto permite a las empresas (Gazprom) con una posición dominante en una o varias áreas geográficas discriminar precios al determinar en qué moneda realizarán sus transacciones internacionales.

De este modo pueden tanto maximizar sus ingresos como beneficiar a unos compradores y perjudicar a otros. En otras palabras, posibilita a priori discriminar entre amigos y enemigos y reforzar el uso del gas como un arma política y económica. 

En estos momentos, los Estados europeos pagan sus importaciones de gas soviético de la siguiente manera: un 58% en euros, un 39% en dólares y un 3% en libras esterlinas. Esta composición de divisas les ha protegido frente a las oscilaciones del tipo de cambio de la moneda rusa.

Forzar el pago del gas en rublos posibilita discriminar entre amigos y enemigos y reforzar su uso como un arma política y económica

El paso del dólar-euro-libra al rublo para adquirir el gas supondría desplazar el riesgo cambiario, por ejemplo, de Gazprom como exportador, a sus contrapartes importadoras en los países hostiles, lo que podría resultar en un aumento de los costos de energía para aquellos si el rublo incrementa su valor a medio y largo plazo.

Resulta obvio que Putin piensa que la evolución de su moneda irá en esa dirección. Por otra parte, la tasa de cambio a la que los importadores y los consumidores de la UE venderían euros, dólares o libras en el mercado internacional de divisas para pagar sus importaciones comenzaría a plantear problemas. Un rublo caro sería costoso para todos los agentes económicos.

Según el valor de la divisa establecido al realizar los contratos de importación-exportación, la demanda a largo plazo del rublo ruso en el mercado de divisas internacional parecería estar garantizada por una demanda subyacente a largo plazo de gas y petróleo ruso por parte de Occidente.

De este modo, Putin lograría acabar con el "exuberante privilegio", disfrutado por el dólar como medio de pago y moneda reserva internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

El rublo se convertiría en una alternativa al billete verde o, al menos, en un competidor.  Sin embargo, ese rosáceo panorama imaginado o soñado por Putin es de difícil o, para ser precisos, de improbable materialización.

Como ya resulta habitual, el autócrata de Rusia no parece tener en cuenta los efectos no previstos ni deseados de sus acciones. El intento de rublizar la compraventa de su gas tendría las siguientes consecuencias.

Por un solo, contribuirá a acelerar el proceso de sustitución de Rusia por otros exportadores dispuestos a ser pagados en dólares, euros o libras, Por otro, intensificaría el desarrollo y el empleo de fuentes de energía alternativas tanto convencionales como de otra índole.

En este caso, el régimen soviético vería caer de manera significativa los ingresos procedentes del gas que es junto al petróleo la principal fuente de financiación del Estado. Ello agravaría aún más la precaria y dramática situación de la economía rusa. 

Sin duda, esa mutación no se producirá de manera inmediata. Llevará tiempo, pero ya está en marcha y la invasión de Ucrania tiende a acentuarla. La Federación rusa ha dejado de ser un suministrador fiable y, por tanto, la reducción de la dependencia europea del gas procedente de ella se ha convertido en una variable estratégica destinada a permanecer.

Cabe esperar que los países occidentales y, de forma especial, los europeos hayan aprendido la lección. La seguridad y la prosperidad de Europa no pueden estar condicionadas por los caprichos y la estrategia del Kremlin.