El pasado 25 de julio, celebración del santo patrón de España, santo de los Jaimes, Santiagos, Jacobos y Yagos, fue también el día de los abuelos y el domingo en el que el Santo Padre, Francisco,volvió a revolucionar las redes sociales.

El detonante fue su interpretación del episodio de los Evangelios que se conoce como la multiplicación de los panes y los peces. De hecho, ese es el título que aparece en el Evangelio según san Juan, que fue el que comentó Francisco. La sorpresa vino porque el Papa cuestionó que el milagro fuera la multiplicación de los alimentos en sí, y propuso el mensaje de que es el hecho de compartir lo que se tiene lo que lleva a la verdadera abundancia.

No puedo estar más de acuerdo: es un acto de generosidad muy loable compartir lo que se tiene. Lo que es más difícil es compartir lo que no se tiene, y ese fue el milagro: se distribuyeron cinco panes y dos peces entre cinco mil personas, y sobraron dos canastas de restos. No se podría haber compartido con todos si no se hubieran multiplicado las existencias iniciales.

El hecho de compartir lo que se tiene es lo que lleva a la verdadera abundancia 

Hay varias cuestiones que me gustaría comentar.

En primer lugar, según Juan, lo primero que dice Jesús al ver a tanta gente es “¿dónde compraremos pan para darles de comer?”. Los otros evangelistas explican que fue uno de los apóstoles el que le cuenta a Jesús que con doscientos denarios no hay ni para empezar. Pero lo relevante es que la primera opción no es otra que el mercado, comprar el pan por su precio.

También es relevante que Jesús, que acababa de enterarse del asesinato de Juan del Bautista, estaba buscando soledad y la multitud le ve, se anticipa y le sigue al desierto. La falta de previsión de la multitud no es nueva. 

Lo que hace Jesús, en vez de despedirles para que cada cual se busque la vida en los pueblos vecinos es solucionarles la papeleta. Para empezar porque no sé hasta qué punto los pueblos cercanos podrían haber alimentado a cinco mil personas.

Ls falta de previsión de la multitud no es nueva

En segundo lugar, como explica Marcos, Jesús se apiada de esa multitud que le perseguía porque “eran como ovejas sin pastor”. Antes ya había estado curando enfermos. Y el pasaje posterior es aquel en el que camina sobre las aguas. Es decir, estaba en plena fase activa: curar enfermos, dar de comer al hambriento y mostrar una fe a prueba de bombas. Dar ejemplo.

Pero centrándonos en las cuestiones matemáticas y el Papa Francisco, creo que no es necesario despreciar la multiplicación de los bienes para explicar que el egoísmo es malo y compartir es bueno. Y hay una frase que puede aportar una clave importante. Dice Francisco que a Jesús le gusta “hacer grandes cosas a partir de las pequeñas, de las gratuitas”. No seré yo quien le discuta al Santo Pontífice qué le gusta o no a Jesús. Lo que sí me gustaría resaltar es la palabra “gratuita”, que, si hacemos caso a la RAE, significa “sin coste”.

Las donaciones, que se ofrecen sin coste alguno, como los cinco panes y los dos peces que aporta el muchacho de la Biblia, han tenido un coste previo, no salen de la nada, con la excepción del maná. Fabricar pan cuesta esfuerzo, energía, materia prima. El pescado requiere instrumentos de pesca, tiempo, habilidad. No son exactamente cosas pequeñas. Para ese joven que lo donó era su alimento y el resultado de su trabajo. Otra cosa es que su generosidad le valiera a Jesús para mostrar que la virtud es el camino. 

“Multiplicar para nosotros” es lo que el Papa rechaza, porque produce vanidad y poder. Este mensaje, sin duda, deberían aplicárselo muchos políticos que, además, levantan hipócritamente la bandera contra la pobreza, mientras acumulan para sí mismos. Por el contrario, los empresarios también acumulan pero, paralelamente, crean puestos de trabajo, sacian las necesidades de los consumidores, y generan actividad económica, que beneficia a los demás. 

Pero ¿qué pasa con la sociedad que se basa en la no acumulación? ¿La economía que se centra en la producción para el consumo? Si me dan a elegir, me quedo con el capitalismo que, gracias a la innovación, eleva a una potencia, y no solo multiplica, la riqueza. Por eso, la industrialización subió el nivel de vida también de los menos favorecidos y la lucha contra pobreza avanza.

Si me dan a elegir me quedo con el capitalismo, que gracias a la innovación eleva la riqueza. 

En otras palabras, ¿es mejor compartir la miseria o la riqueza? Y, yendo un poco más allá, ¿qué tiene que decir el Santo Padre de quienes endeudan a las generaciones futuras para acumular poder hoy, por vanidad? Porque ese es el caso de quienes proclaman las maravillas del aumento de gasto público a costa de quitarle lo suyo a los demás, sean ciudadanos del hoy, sean ciudadanos del mañana.

Me permito recordar aquí el final del pasaje de los panes y los peces: “Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró solo otra vez a la montaña”. Eso sí es un ejemplo de ausencia de vanidad y preservación (casi higiénica) de la virtud.

Como muy bien dice Carlos Rodríguez Braun, compartir está muy bien. Lo malo es robar. Es decir: mientras que lo que des sea tuyo, todo está en regla. Lo terrible es cuando repartes lo que no es tuyo, sino de otros. 

Se suele repetir que es tan poco probable que un rico vaya al reino de los cielos como que un camello pase por el ojo de una aguja. Pero se olvida que José de Arimatea era rico, y a pesar de ello, era discípulo de Jesús porque era bondadoso.

Job, santo, tras pasar todo tipo de tribulaciones pudo ver cómo recuperaba lo pedido y duplicaba su riqueza. Ezequías y Salomón, el justo entre justos, eran dos reyes muy ricos. Y, finalmente, el mismo Abraham era un hombre muy rico, con ganado y tierras. Un terrateniente. Y, sin embargo, era justo y bueno, y uno de los pilares de la religión. 

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