Esta semana hará un año que Christine Lagarde presidió su primera reunión de tipos en el Banco Central Europeo (BCE). Se estrenó con el sambenito de su pasado político y su formación de abogada, frente al perfil de economista que cabría esperar para el cargo. Y sin saber que pronto tendría que pasar una prueba con fuego real por la crisis económica que se avecinaba a cuenta de la Covid-19.

Si miramos con el retrovisor, lo cierto es que la política monetaria que ha llevado a cabo el BCE de Lagarde en este último año probablemente no sea muy distinta de la que hubiera adoptado Mario Draghi. Por cierto, que el italiano también tiene efeméride este mes porque se cumplen nueve años desde que -recién llegado a Fráncfort- ideó los LTRO con los que combatió la crisis de deuda europea en 2011, tras comenzar a bajar los tipos.

Cuando llegó al cuartel general del euro, en noviembre de 2019, con la economía creciendo al 1,9%, Lagarde se puso el broche -y mote- de lechuza. Quería evitar así que analistas y periodistas trataran de encasillar lo que iba a ser su mandato dentro del debate que mantenían los halcones del norte con las palomas que representan los 'intereses del sur'.

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Ese pulso pronto dejó de tener sentido porque el hundimiento económico del segundo trimestre de 2020 como consecuencia de la Covid-19 obligó a los halcones a aceptar que era preciso y urgente sacar la artillería.

Este jueves volverá a quedar demostrado que el BCE tenía todavía munición, ya que si se cumple el guión previsto anunciará un nuevo incremento de su Programa de Compra de Emergencia para Pandemias que podría elevar el total de las compras hasta 1,85 billones de euros.

Sin embargo, a la presidenta del BCE le costó asumir esta realidad. Es cierto que tardó poco en rectificar, pero con Italia confinada, su mensaje de que el BCE no se dedicaría a estrechar las primas de riesgo activó un incendio en los mercados que pronto tuvo que sofocar. 

Rectificó pronto y a tiempo para evitar el desenlace de una nueva crisis de deuda soberana. Sin embargo, el episodio no ha sido gratuito. The Wall Street Journal publicó recientemente cómo aquel resbalón obligó al economista jefe del BCE, Philip Lane, a contactar con bancos de inversión, como Goldman Sachs, BlackRock o JPMorgan, para calmar la preocupación de los mercados y sofocar cualquier intento de huida de la periferia del euro que nos hubiera devuelto a los peores momentos de 2012.

Enmendado ese error, el BCE ha hecho en estos meses lo que cabía esperar de él al sostener la economía europea en un momento crítico. Incluso ha ido más allá al perfilarse como el aliado de la Comisión Europea para sostener los planes de transformación que deberían activarse el próximo año. No hay que olvidar que alguien tendrá que emitir y financiar los fondos Next Generation que países como España esperan como agua de mayo.

En estos meses, el BCE ha hecho lo que cabía esperar de él al sostener la economía europea en un momento crítico 

Si en el frente monetario Lagarde ha seguido la estela de Draghi, en el de la comunicación y la estrategia del BCE el primer año de una mujer al frente de la institución sí permite aventurar que la francesa dejará su impronta.

De momento, ha incluido en la agenda dos prioridades acordes con la corriente que impera en Bruselas y en la sociedad europea: la igualdad y la lucha contra el cambio climático. Esto en un momento en el que la pandemia ha obligado a acelerar debates como la adopción del euro digital.

La lechuza ha dado así un nuevo aire al BCE, pero no ha logrado cerrar la puerta a que el banco central siga engordando su balance. Y precisamente será por el dopaje de los mercados por lo que será juzgada cuando acabe su mandato.

Un asunto que vuelve a ser objeto de debate ante el riesgo de deflación que se vislumbra en economías europeas, como la española.

En esto, Lagarde no está sola. Draghi y el resto de los banqueros centrales -con el perfil técnico del que carecía la exdirectora gerente del FMI- compartirán la sentencia. Está por ver cuál será la herencia que dejarán los milimillonarios estímulos con los que se ha dopado la economía en la última década para salir de dos crisis demasiado seguidas. Pero de momento, parece que necesitamos más.