Al físico de partículas Enrique Fermi le preguntaron en una ocasión qué era lo que él entendía como milagro. Respondió que “cualquier cosa con una probabilidad inferior al 20%”. Los Demócratas de EE. UU. disfrutan ahora de “su milagro”, mientras que, con muy escasa probabilidad y convicción, los Republicanos esperan que el milagro judicial caiga de su lado.  

Como sabemos, la semana pasada se ha repetido un hecho muy poco frecuente en la historia de los EE. UU., y es el que un presidente no repita mandato. Tan infrecuente, que la última vez que se produjo algo estrictamente comparable de que ni presidente ni partido que lo sustenta fueran reelegidos sucedió hace 40 años. Y la penúltima, hace 128 años.

Por tanto, si el Tribunal Supremo de EE. UU. no dictaminara otra cosa tras la batalla judicial que se inicia hoy mismo, resulta que ha ganado el candidato más improbable. Este hecho, que a muchos no les cabe en la cabeza, estaba ya estipulado por Aristóteles: “forma parte de la probabilidad el que sucedan muchos fenómenos improbables”. O, en lenguaje que suena más de la época, “es verosímil que también sucedan cosas al margen de lo verosímil”.

Si el Tribunal Supremo de EE. UU. no dictaminara otra cosa tras la batalla judicial que se inicia hoy mismo, resulta que ha ganado el candidato más improbable

Es verdad que la mayor parte de las encuestas lo planteaban justamente al contrario y consideraban que lo verosímil era que Joe Biden ganara las elecciones por un margen tan amplio que se produciría una verdadera “oleada azul” (por el color del Partido Demócrata) que le llevaría a él a la Presidencia y a sus correligionarios a controlar las dos cámaras del Congreso norteamericano.

Pues bien, las encuestas se han topado también con que, de los dos hechos que estimaban como más probables, sólo se produjo uno, el de la Presidencia para los Demócratas, aunque no el otro, ya que no hubo oleada azul simultánea ni nada que se le pareciera. 

Esa disparidad entre ambos resultados es lo que va a estar en la base de las argumentaciones del Partido Republicano para intentar que se revisen los votos en los estados que han determinado el signo de las elecciones presidenciales: que la diferencia entre el número de votos en favor de Trump y en favor del candidato republicano al Senado correspondiente por cada estado les parece demasiado grande, por comparación con lo que venía siendo el promedio en anteriores convocatorias electorales.  

Y así estamos, de nuevo, en otra encrucijada probabilística: lo verosímil es que la pelea judicial de Donald Trump no le conceda el triunfo en las elecciones (eso, históricamente hablando, es muy infrecuente) aunque, como ya hemos visto, el destino se ríe de las probabilidades.

El análisis electoral, lo mismo que el análisis de Bolsa, solo es el psicoanálisis de nuestra ignorancia. Nos da una apariencia de saber entender los fenómenos que nos tranquiliza. No es mucho más que un quitamiedos. O un pasamanos en la oscuridad.

En 2016 en los mercados financieros había un aparente acuerdo general que decía que si Donald Trump ganaba las elecciones las cotizaciones en Bolsa se hundirían: Trump anunciaba una política comercial proteccionista que ponía en cuestión el dogma de David Ricardo (uno de los padres fundadores de la Economía Política) de que el comercio internacional era uno de los impulsores de la prosperidad, por lo que la expectativa de que el crecimiento económico mundial iría mal con Trump parecía bien fundada.

Y, efectivamente, las Bolsas cayeron a plomo tras conocerse su victoria electoral de noviembre de 2016. Pero las caídas de las Bolsas que estaban abiertas al conocerse el resultado duraron muy pocas horas y, tras ellas, se inició una fuerte subida que se ha mantenido (a pesar de un par de sustos muy fuertes, en 2018 y 2020) hasta el final de su mandato. 

Mientras el recuento de votos se prolongaba y Trump anunciaba que iría a los tribunales, las Bolsas no paraban de subir

Algo similar ha sucedido la semana pasada. Mientras el recuento de votos se prolongaba y Trump anunciaba que iría a los tribunales, las Bolsas no paraban de subir, a pesar de que solo un día antes todo el mundo parecía de acuerdo en que un empate en las elecciones y el que la cosa terminara en los tribunales era lo peor que podría suceder, para los mercados y para los propios EEUU.

Solo una minoría habíamos apostado públicamente porque la Bolsa subiría si ganaba Trump; subiría si ganaba Biden, y subiría si se producía un empate. Y ese acierto no se debe a que quienes lo sosteníamos tuviéramos ciencia infusa, sino por algo que todo el que invierte en Bolsa conoce, aunque no siempre recuerde: que cuando bajan los tipos de interés y los bancos centrales derraman su copa de la liquidez, las Bolsas suben.

No hace falta saber física cuántica para acertar en eso. Aunque, a veces, hasta ese argumento falla, siquiera sea transitoriamente. 

Como se ve, en la mayoría de las ocasiones, todo el análisis, tanto el que es más sesudo y profesional como el que no lo es tanto, sea entre los politólogos, sea entre los analistas de Bolsa y economistas, parece puro “hablar por hablar”.

Como invocar al Dios de la lluvia. Aunque haya que reconocerle el efecto terapéutico que tiene el hablar y el que nos escuchen. También lo tiene acudir a los tribunales para combatir la ansiedad y no acabar en el frenopático. Así, Donald Trump va a beneficiarse del fenómeno mientras elabora el duelo de su actual derrota. 

Lo cierto es que las Bolsas (representadas por el índice S&P 500) han subido un 7,5% desde el día anterior a las elecciones y, por tanto, no se está repitiendo, por ahora, lo que sucedió en el año 2.000 en que las pérdidas que ya se arrastraban por el pinchazo de la burbuja tecnológica se intensificaron mientras duró el litigio en los tribunales entre Al Gore y George W. Bush. 

En esta ocasión el mayor peligro que amenaza a las Bolsas mundiales está a dos océanos (no sumables) de distancia de los EEUU: en Europa y en China. En Europa porque se confirma lo que comentábamos con datos provisionales la semana pasada: que el sector servicios de la zona euro ha entrado en contracción económica y que, aunque el sector manufacturero se mantiene relativamente bien, su menor peso económico a lo más que llega es a conseguir mantener el conjunto de la economía en el estancamiento.

Los confinamientos de noviembre-diciembre por causa de la Covid-19 hacen que la expectativa para el conjunto del trimestre actual sea que la economía de la Eurozona vuelva a caer en recesión.

En China, en cambio, la economía sigue creciendo con fuerza, aunque su crecimiento se base, en parte, en exportar deflación al resto del mundo, hasta tal punto ha llegado el exceso de sus exportaciones por encima de lo que importa. 

En esta ocasión el mayor peligro que amenaza a las Bolsas mundiales está a dos océanos (no sumables) de distancia de los EE. UU.: en Europa y en China

Pero la eventual amenaza para las Bolsas mundiales, por ahora al menos, no viene por ahí, sino por un acontecimiento que ha pasado desapercibido (o casi) para los periódicos generalistas: la suspensión de la salida a Bolsa del gigante Ant Group. ¿Y quien es ese Grupo? Pues la rama financiera de otro gigante llamado Alibaba al frente del que está uno de los nuevos magnates chinos, Jack Ma, que domina lo que es el mundo del comercio y de las finanzas online.

Para hacerse una idea de la magnitud del disgusto en China y Hong Kong por el aplazamiento sine die de la salida a Bolsa de Ant Goup hay que señalar que la empresa iba a empezar a cotizar con una valoración de 35.000 millones de dólares pero que la demanda para suscribir sus acciones había sido casi 86 veces esa cifra, llegando a los tres billones (trillion) de dólares. 

La causa lejana que ha provocado que las autoridades del mercado de valores en China decidieran dar la campanada de impedir la salida a Bolsa de esta empresa solo dos días antes de que tuviera lugar han sido los peligros que este grupo tan potente y en un sector poco regulado representa para la estabilidad del sistema financiero. Pero eso es algo que ya se sabía desde hace mucho.

La causa cercana ha sido seguramente las declaraciones que Jack Ma hizo el mes pasado, en las que criticaba a los reguladores, a la vez que expresaba su desprecio por los bancos tradicionales. Es decir, razones de tipo político. Veremos si es el comienzo del fin de otro magnate más en China. 

Tras un suceso de estas características, si las Bolsas no estuvieran en racha, lo normal es que se hubiera producido una fuerte caída de las cotizaciones en las de China y Hong Kong que, además, hubieran arrastrado al resto. Pero no ha sido así, aunque el hecho ponga una vez más de relieve el problema de la falta de seguridad jurídica en China y no haya que descartar, como improbable, que ese impacto negativo en las cotizaciones se termine produciendo. 

Una vez más es el juego de lo probable y lo improbable que, en la Bolsa, muestra su verdadera complejidad, pues puede ser cuestión de pocos días que lo que hoy parece, no ya improbable, sino seguro que no suceda, se materialice ante nuestros ojos. Al fin y al cabo, habitamos un planeta improbable en el que la selección natural ha dado origen a una especie tanto o más improbable que el planeta mismo.