El Gobierno envió el pasado jueves a Bruselas el Plan Presupuestario 2021 y el escenario macroeconómico para este año y el que viene. Esta información, según recoge el propio documento, será completada con los Presupuestos Generales del Estado, cuando el proyecto esté aprobado y sea remitido a las Cortes para su tramitación y aprobación.

Y es que, a estas alturas, superados todos los plazos constitucionales, los socios de Gobierno siguen negociando, y a cara de perro, las cuentas públicas. Por ello, lo que se ha enviado a Bruselas más bien parece el resultado de una partida del juego del mentiroso que de un análisis realista, una suerte de documento que puede acabar pareciéndose a los presupuestos y a la realidad como un huevo a una castaña.

Falsear la realidad es la seña de identidad del Gobierno de coalición. Nos engañaron con las cifras de muertos por la pandemia y nos mintieron sobre sus efectos en la economía. Nos contaron que como mucho la Covid provocaría dos o tres contagios y que la economía apenas se resentiría.

Nos dijeron en julio que el virus había sido derrotado y que la recuperación estaba en marcha. En octubre, siguen sin reconocer los efectos letales de su mala gestión sanitaria y económica y, como el papel lo aguanta todo, redactan un plan presupuestario en el que directamente o se inventan datos o los ocultan.     

Hay muchas cosas que sorprenden de este plan de más de 100 páginas. Lo más llamativo, las previsiones de PIB tanto para el cierre de este año como para el próximo ejercicio, ya que están muy alejadas del consenso de los economistas, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de todas y cada una de las publicadas por las grandes agencias de calificación.

Lo que se ha enviado a Bruselas más bien parece el resultado de una partida del juego del mentiroso que de un análisis realista

De momento, esto significa que los cimientos sobre los que se sustentan las cuentas públicas parten de un error de base que, obviamente, arrastra al resto de previsiones tanto de gasto como de ingresos.

Hace unos días conocimos el techo de gasto. Casi 200.000 millones, lo que significa un aumento del 50%. Ahora, sabemos que los ingresos subirán cerca de 33.500 millones de euros y que lo harán gracias a una previsión de crecimiento de la economía de entre el 7,2% y el 9,8% -¡ni los brotes verdes de Zapatero!- y a una subida de impuestos con los que el Gobierno piensa recaudar en torno a los 7.000 millones este año y algo más de 2.300 millones el próximo año.

Son las cuentas de la lechera, versión Calviño-Montero, absolutamente fuera de la realidad y, como en la fábula, los gastos están minimizados y los ingresos abultados. El ejemplo más palmario es la partida destinada a las prestaciones por desempleo que el Gobierno sitúa en 19.000 millones, apenas 3.400 millones más que antes de la pandemia, cuando las previsiones de paro son terroríficas.

En España, han cerrado ya más empresas que en ningún otro país de la OCDE y se anuncia una auténtica catarata de 'suspensiones de pagos'. Miles de empleos están en el aire, con el turismo, la hostelería y el comercio heridos de muerte.

En España, han cerrado ya más empresas que en ningún otro país de la OCDE y se anuncia una auténtica catarata de suspensiones de pagos

Las sorpresas no son menores por el lado de los ingresos. Además, de contar con unos fondos europeos que ya veremos si llegan y cuándo, el Gobierno apuesta por subir impuestos. Los que declara y los que al parecer están en la recámara (IVA e IRPF) y que saldrán a la luz cuando cierren el anteproyecto de Presupuestos.

De momento, el plan enviado a Bruselas menciona la lucha contra el fraude, el Impuesto sobre Transacciones Financieras ('tasa Tobin') y determinados Servicios Digitales -la mal llamada 'tasa Google'- el que gravará los envases de plástico, las bebidas azucaradas y edulcoradas, el diésel y otros tributos con los que sorprendentemente saben cuánto van a recaudar, pero que no saben cuáles. Subidas todas ellas que, ¡oh casualidad!, afectarán a todos los contribuyentes y no a los "ricos".

En todo caso, páginas y páginas llenas de brindis al sol, de palabrería, con el único fin de ocultar que estamos viviendo la peor crisis desde la Guerra Civil y de la que tardaremos años en salir. Con una deuda y un déficit público estratosféricos y un tejido productivo destrozado al que, sin embargo, no se cesa de machacar con trabas y burocracia. Y una sociedad maltrecha, a la que han prometido que nadie se quedaría atrás, mientras vuelven las colas del hambre y millones de trabajadores, familias y jóvenes ven desvanecerse su presente y su futuro.