Las cifras de contagios y fallecimientos de España, convertida de nuevo en el epicentro europeo o mundial de la pandemia con permiso de Perú, revelan un problema evidente que pocos quieren entender: hay algo en la forma de vivir de los españoles que favorece la transmisión de la pandemia. 

Hablamos de un país en el que la Sanidad tiene una calidad generalmente considerada como muy buena y, además, con una cobertura universal: ¿cómo entender los 656 fallecimientos por millón de habitantes de España, de nuevo, solo superados por los 952 de Perú, si aparentemente los españoles han tomado medidas, como el uso de mascarillas, de forma más estricta que muchos otros países de su entorno?

Basta asomarse a una calle: mientras en la vecina Portugal, en los países nórdicos o en casi cualquier otro sitio es relativamente fácil ver personas caminando sin mascarilla, en España, es prácticamente excepcional. En apariencia, somos los campeones de la mascarilla: por la calle, todo el mundo la lleva. 

Mientras en la vecina Portugal, en los países nórdicos o en casi cualquier otro sitio es fácil ver personas caminando sin mascarilla, en España, es excepcional

¿Dónde está, entonces, el problema? Muy sencillo: los españoles llevamos la mascarilla para que nos vean otros, para demostrar que cumplimos la ley o para que no nos multen. Pero en cuanto no nos ven, en cuanto nos metemos en casa o en un bar, nos la quitamos.

La cuestión roza el absurdo cuando empezamos a mirar con cierto detalle, por ejemplo, la cantidad de personas que llevan la mascarilla en el codo, en la papada, o con la nariz fuera: ¿es que pretenden que cuando el virus vea que llevan la mascarilla encima, ya no se les acerque? ¿Es que les agobia? ¿Es que como en algunos países latinoamericanos conocen a las mascarillas como "tapabocas", pretenden que debe usarse tapando únicamente la boca? ¿Y cuando esas personas reciben la visita de familiares o amigos en su casa? Automáticamente, las mascarillas desaparecen, porque claro, “no voy a estar en mi casa con la mascarilla puesta”, o "no me van a infectar mis amigos o familiares"… ¿Qué pasa, que esos visitantes son muy educados y dejan sistemáticamente sus virus fuera? 

Todos los estudios recientes apuntan a lo mismo: la vía fundamental de transmisión del virus es a través de aerosoles, de minúsculas gotas que exhalamos cuando respiramos, hablamos, cantamos, gritamos, etc. y que, en ambientes cerrados y con escasa ventilación, pueden permanecer bastante tiempo suspendidas en el aire.

Los mismos estudios también demuestran perfectamente que una mascarilla bien utilizada previene la infección por aerosoles incluso en espacios como el transporte público, en los que la distancia social es reducida.

Sin embargo, debería ser patentemente obvio que la mascarilla no puede actuar si dejamos la nariz fuera, si nos la retiramos para hablar porque creemos que se nos va a entender mejor sin ella, o si nos ponemos a beber o a comer algo sin ella en un vagón de metro. No, los virus no profesan ninguna religión que les impida entrar por los agujeros de nuestra nariz. 

O por supuesto, que si invitamos a unos amigos a nuestra casa - que por muy amigos que sean, pueden haber estado con otras personas y haberse infectado - y estamos con ellos sin la mascarilla “porque estamos en casa”, como si nuestra casa fuese alguna especie de santuario que los virus evitan, nos podremos infectar.

Los estudios demuestran que una gran mayoría de las infecciones en España provienen específicamente del ocio nocturno, de los bares y de las reuniones familiares. ¿Por qué? Porque son ocasiones en las que eliminamos toda precaución y nos quitamos la mascarilla. 

Los españoles, en general, tenemos hábitos sociales muy intensos y arraigados. Si añadimos que, en el caso de las mascarillas y las precauciones, todo indica que no hemos entendido nada, tenemos un problema muy serio.

En España, una gran cantidad de personas se ponen la mascarilla para que se vea que la llevan o para que no les multen, no porque hayan entendido e internalizado que es la forma de no infectarse, y en cuanto tienen oportunidad, se dejan la nariz fuera o se la quitan. Si les afeas el llevar la nariz fuera, reaccionan violentamente y te dicen que “es que se agobian”, como si no fuese a agobiarles más el contraer una infección grave. 

Necesitamos mucha, mucha más educación. Explicar, concienciar, hacer didáctica. Que la gente entienda que las mascarillas sí que funcionan, y muy bien - es más, son el método más probado para evitar la infección. Sí, las mascarillas funcionan. Pero, desgraciadamente, los que no estamos funcionando somos nosotros.