Cuando se plantea la distinción entre el corto y el largo plazo en economía, tiende a olvidarse que el segundo es sólo el resultado de la sucesión de los primeros. Este principio de Perogrullo ha de ser tenido en cuenta a la hora de diseñar e implementar políticas para combatir las fluctuaciones cíclicas y, por ende, tener en cuentas sus consecuencias futuras.

El adagio keynesiano “a largo plazo, todos muertos” está condicionado de modo decisivo por lo que se hace ahora. Por eso, es fundamental encender las luces largas para no perderse por el camino, para saber hacia dónde se va y si los medios empleados son los adecuados para conseguir la meta deseada.

La contracción de la oferta y de la demanda derivadas de la Gran Reclusión caen sobre una economía cuyo potencial de crecimiento se redujo de manera dramática durante los años de la Gran Recesión y no había recuperado los niveles previos a ella. Aquel se sitúo alrededor del 3% anual entre 1980 y 2007 para descender hasta el 1% en 2019. Con un decimal arriba o abajo, esta es la estimación del Banco de España, de la Comisión Europea, de la OCDE y del FMI.

Ceteris paribus, la presente crisis se traducirá en un nuevo descenso del PIB potencial; esto es, de la capacidad de crecer sin generar desequilibrios, elevar la productividad y aumentar el nivel de vida de los españoles.

Esa previsión obedece a tres razones: primera, el alza del desempleo estructural durante la Gran Recesión y su consolidación en tasas muy abultadas durante la expansión; segunda, el descenso de la población y tercera, el escaso dinamismo de la Productividad Total de los Factores (PFT), inducido por una baja innovación-incorporación de nuevas tecnologías a la estructura productiva.

La contracción de la oferta y la demanda caen sobre una economía cuyo potencial de crecimiento se redujo de manera dramática

Como siempre, la deficiente trayectoria de esos indicadores no se debe a factores biológicos, psicológicos o supraterrenales. Es el efecto de las inadecuadas o insuficientes medidas adoptadas/acumuladas en el tiempo. ¿Por qué traer a colación este tema?

La respuesta es sencilla. Si el potencial de crecimiento en 2019 era el menor de los últimos cuarenta años, parece desaconsejable seguir las políticas que han influido de manera negativa sobre aquel. De lo contrario, viviremos mucho peor mañana. Por desgracia, esta lección es despreciada por la coalición gobernante. Las rigideces preexistentes en el mercado de trabajo y las introducidas por el Gobierno frenan la creación de empleo y la reducción del paro, contribuyendo a que se dispare en la recesión y se mantenga en tasas elevadas durante los auges con un corolario: menor PIB potencial.

Sobre la evolución demográfica puede hacerse poco, pero sobre la productividad mucho. Esta depende del nivel de capital por unidad de trabajo que, a su vez, responde a la tasa de retorno de aquel. Al margen de los factores coyunturales, es evidente que una fiscalidad empresarial y sobre los rendimientos de la inversión excesiva, unas regulaciones desmesuradas e ineficientes y una burocracia lenta y costosa no constituyen un clima adecuado para estimular el espíritu emprendedor-inversor y, por tanto, la productividad; aún menos, en un escenario recesivo.

A esa variable hay que sumar la fundamental: la PTF. Todo el mundo sabe en qué se traduce (inversión en I+D+i, digitalización, innovación, etc.) pero pocos parecen conocer lo que la hace posible. Ni la inversión pública ni los fondos europeos ni los beneficios fiscales son los factores esenciales para lograr ese objetivo. España, por ejemplo, tiene uno de los sistemas de incentivos tributarios a la inversión en I+D+i más generosos de toda la OCDE.

Unas regulaciones desmesuradas e ineficientes y una burocracia lenta y costosa no constituyen un clima adecuado para estimular el espíritu emprendedor-inversor

La clave es la competencia existente en los mercados. Ella determina la disposición de las compañías a innovar, incorporar tecnología, etcétera. Porque sólo haciendo eso pueden competir y sobrevivir en el mercado.

Por todo ello, el coste de la política gubernamental no es sólo a corto, acentúa y alarga la crisis, sino también a largo en tanto reduce el potencial de crecimiento de la economía nacional y, con él, el del bienestar material de los ciudadanos.

Como diría Bastiat, esto es lo que no se ve: el precio invisible de una estrategia gubernamental que nos empobrece a todos no sólo hoy, sino también mañana. En suma, el programa desplegado por este Gobierno es malo sin paliativos. El socialismo sencillamente no funciona.