El 15 de julio EL ESPAÑOL titulaba: Sánchez no logra convencer al sueco Löfven de que desbloquee las ayudas de la UE a España. Todo en la semana pasada giraba en torno a eso. Al desbloqueo de los fondos, a qué cantidad de fondos, y en qué condiciones… Los fondos.

Ya habíamos comentado aquí que, desde el primer momento, el planteamiento del Gobierno español (calcado de una propuesta hecha pública en un artículo de George Soros en Project Syndicate) adolecía de la falta de tacto que debe estar presente en los primeros pasos de una negociación:

1) Se mencionaba “la soga en casa del ahorcado” al recordarle a Alemania que la Unión Europea (UE) es el mercado donde coloca de forma mayoritaria sus productos. Se insinuaba también que debía estar lista para dar un “crédito-comprador blando” si no quería comérselos con patatas.

George Soros, en una imagen de archivo.

2) Se tiraba por elevación, con un objetivo tan alto de las cantidades a prestar a fondo perdido que, incluso con su buena voluntad, Angela Merkel y Emmanuel Macron tuvieron que reducirlo a la mitad.

3) Se pedía una subida de impuestos en toda Europa, cuando en muchos de los países de la Unión los gobiernos actuales se oponen a cualquier subida de impuestos

4) Se le recordaba a algunos de los países que forman la Eurozona su desleal comportamiento fiscal, como si no estuviera al alcance del gobierno de España competir con las mismas armas que utilizan los demás y probar fortuna (lo mismo hasta empezaban a trasladarse empresas de Holanda e Irlanda a nuestro país…).

Para colmo, la presencia de Soros, a medias entre bambalinas, seguramente provocaba que el Gobierno se malquistara con la Hungría de Orbán, que vive con la paranoia permanente de que Soros quiere dominar el mundo…

Se mencionaba “la soga en casa del ahorcado” al recordarle a Alemania que la UE es el mercado donde coloca de forma mayoritaria sus productos

En fin, era un documento del que lo único destacable para bien era el magnífico inglés en el que estaba escrito, lo que revelaba que, obviamente, no había salido de ningún gabinete ministerial.

Si no fuera porque sabíamos que era Soros quien inspiraba ese documento, podría haberse pensado, por el grado de impertinencia que se gastaba, que el mismísimo Varoufakis había estado redactándolo: recuérdese cuando Varoufakis, “buscando hacer amigos”, le hablaba de los nazis griegos al entonces Ministro de Hacienda alemán, Wolfgang Schäuble, en la rueda de prensa posterior a su primera visita de negociación a Berlín.

Recuérdese también cuando, en un esfuerzo por resultar simpático, Schäuble decía a los periodistas que solo estaban de acuerdo en que no estaban de acuerdo, Varoufakis replicaba que no estaban de acuerdo ni en eso… Era febrero de 2015.

Desafortunadamente, la propuesta enviada a la UE por el Gobierno español empezaba con ese aire antipático que nunca debe preceder a una negociación entre iguales en apariencia, pero no en la práctica: nadie va a pedir un préstamo a un banco con esas ínfulas (salvo en la etapa de la burbuja inmobiliaria, en que todo se volvió posible; alguien debió advertir al Gobierno que esa etapa terminó hace 12 años).

Yanis Varoufakis, ex ministro griego de Economía, en una imagen de archivo.

Con independencia del dinero que llegue finalmente a España procedente de la Unión Europea, y de las condiciones adjuntas con las que llegue, tanto la economía europea como la española se enfrentan a un desafío que no es pequeño: cómo rellenar con dinero, captado en los mercados o no, el hueco que va a dejar este año en los respectivos PIB la recesión decretada para combatir la pandemia.

En una primera aproximación al tema, y en un mundo sin restricciones de ningún tipo, lo ideal sería que lo que no aporte al PIB este año la marcha del sector privado (consumo e inversión) ni el sector exterior (exportaciones menos importaciones) lo aportara el Estado desde las cuentas públicas.

Al fin y al cabo, el PIB calculado por la demanda agregada, no es más que la suma de unos cuantos elementos entre los que está el propio gasto público del año. En EEUU, para hacerse una idea, esa aportación va a ser, por ahora, el equivalente al 15% de su PIB (en Alemania más del 30%). En España estamos tan lejos de llegar a cifras de esa magnitud que, si no se remedia pronto, el desastre será inevitable.

Hasta ahora el desastre ha quedado disimulado por el velo de los ERTE, que están aplazando el momento de darse de bruces con la realidad, no solo en España sino en el resto de Europa: de conjunto, en el peor momento de los meses pasados, con la mayor parte de las economías cerradas, ha llegado a haber 50 millones de trabajadores acogidos a diferentes fórmulas de lo que aquí hemos llamado ERTE.

Ha llegado a haber 50 millones de trabajadores acogidos a diferentes fórmulas de lo que aquí hemos llamado ERTE.

De modo que el Gobierno español se encuentra ahora en la encrucijada de dos corrientes peligrosas: una es la de las propias necesidades de financiación, extremadas por la implosión del sector turístico y anexos, tan relevante aquí, y la otra la que afronta el conjunto de la UE, por no decir el conjunto de la economía mundial.

Navegar esas aguas no está siendo ni será fácil, pues no solo hay que enfrentarse a las dificultades que la propia crisis ha planteado sino a las diferentes prioridades de todos los demás gobiernos, europeos o no.

Los propios EEUU se enfrentan de manera inmediata a la necesidad de renovar los subsidios adicionales que concedió a los parados en los primeros compases de la crisis. De no hacerlo, se enfrentaría a una eventual caída del consumo privado y al consiguiente debilitamiento de la recuperación en V de su economía que hemos venido viendo desde el mes de mayo.

En lo único que el viento sopla a favor es en que los bancos centrales siguen decididos a mantener e incrementar si es preciso los estímulos monetarios, algo que viene casi garantizado, a su vez, por la ausencia de inflación.

Imagen de paro en Estados Unidos.

Esa ausencia es lo que ha permitido que las economías crecieran durante los 10 últimos años, sin que fuera necesario, como en la crisis de 1980-1982, tomar medidas de choque para contenerla: imagínese lo que sería esto si los precios se dispararan y hubiera que subir los tipos de interés.

De ahí que mientras la situación siga siendo ésta, lo mejor en que podría pensarse es en la monetización del déficit. Es decir, que el gasto necesario para rellenar el gran agujero que va a dejar en el PIB la pandemia no tuviera un peso negativo en las cuentas públicas del futuro, dado que no puede atribuirse a un comportamiento manirroto de los gobiernos de turno.

Es decir, que no se trata de un caso de ese “riesgo moral” del que nadie habla ahora pero que persigue (desde los mercados) a los gobiernos derrochadores como una voz ahuecada en el desierto para recordarles la mala gestión de la cosa pública. En Reino Unido ya está el Banco de Inglaterra adelantándole dinero al gobierno.

Dado que esto ha sido una desgracia sobrevenida, y puesto que no hay inflación ni peligro de que la haya a corto plazo, es la oportunidad de rescatar una idea por la que he venido peleando desde hace años, con artículos que llevaban titulares de este jaez: “Con un billón basta”.

Lo mejor en que podría pensarse es en la monetización del déficit

El enfoque completamente heterodoxo de algo así solo tendría un pase con las reformas que una y otra vez se le exigen a la economía española. Es decir, con lo que suele llamarse “condicionalidad”.

Un “quid pro quo” (aplicable a toda la Eurozona) que, para ser creíble, en el caso español, tendría que empezar planteando a los demás socios europeos y al propio BCE que estamos dispuestos a que “el movimiento se demuestre andando” y se arrancara con reformas que no tuvieran a corto plazo una repercusión negativa en las cuentas públicas.

Pero es de temer que eso no entre en los cálculos políticos de la coalición gobernante. No parece que haya asumido aún que “no se pueden resolver los problemas con el mismo tipo de ideas que utilizamos para crearlos”.