David Nabarro, el enviado especial del director general de la OMS para el Covid-19 dijo, a finales de abril, que deberíamos "acostumbrarnos a vivir con el virus" mientras no tuviéramos un tratamiento fiable o una vacuna contrastada. De alguna forma, con esta expresión de "convivir con el virus" se abría lo que se conoce como la "nueva normalidad".

Lo cierto es que, cuando se pronunció esa frase, el mundo había sufrido casi dos millones de infectados y 200.000 fallecidos. Y, dos meses y medio después, se han superado los 11 millones de casos y las 540.000 muertes, lo que parece indicar que el virus no está dispuesto a "convivir con nosotros".

En cualquier caso, el "modelo de convivencia" con el virus ha triunfado en Occidente. A muchos de los que no somos médicos, ni epidemiólogos, ni científicos de la salud, nos llama la atención la idea de "convivir con el virus". Nos choca. Como tampoco nos gusta "convivir" con los accidentes de tráfico, la siniestralidad en el trabajo, la homofobia o la violencia de género, aunque su erradicación sea imposible, al menos a corto plazo. Detrás de la idea de "acostumbrarse a vivir con el virus" parece haber una doble justificación: una sanitaria y otra económica.

1.- La sanitaria, basada en un "equilibrio" del sistema de salud. Siempre que haya un número "razonable" de casos, que no nos dicen cuál es, aunque algunas veces se ha insinuado es un número inferior a los 50 casos por 100.000 habitantes, se puede mantener un funcionamiento estable del sistema sanitario.

Habrá un número de ingresos hospitalarios asumible, una ocupación limitada de las UCI y lamentablemente, un número de muertos que son siempre dolorosos, pero no será un número mayor del que fallece de otras patologías, accidentes de tráfico o violencia.

2.- La económica, basada en que no podemos estar indefinidamente confinados porque eso acabaría definitivamente con la economía, haría quebrar a las empresas por sus costes fijos, y a las Administraciones Públicas en su apoyo para sujetar sus costes variables y proveerlas de liquidez y rebajas de cotizaciones y costes salariales.

Por tanto, hay que salir, consumir, disfrutar de la vida y reactivar la economía, siempre que se guarden una serie de normas como el uso de las mascarillas, el gel desinfectante y una distancia de seguridad razonable. Todo ello apelando a la responsabilidad individual.

Se han superado los 11 millones de casos y las 540.000 muertes, lo que parece indicar que el virus no está dispuesto a 'convivir con nosotros'

Leídos así, ambos argumentos suenan casi a un 'win-win', gana la salud y gana la economía, y parece de lo más razonable optar por el modelo de "convivencia con el virus" como el que se ha adoptado en casi todos los países del mundo occidental. Pero, ¿son las cosas así de evidentes?

El argumento sanitario es arriesgado. El "estado estacionario" es inestable. Porque el modelo no es anticipativo, sino reactivo. Es decir, se "espera" a que surjan los enfermos con síntomas, se les hace el test PCR y, a partir de ahí, se les confina, se rastrean los contactos y se procede a aislarlos como medida de precaución, aunque no tengan síntomas.

Pero el problema sigue siendo el período de incubación y los asintomáticos que pululan por ahí, saliendo, consumiendo y reactivando la economía, pero esparciendo el virus. Y, según los expertos sanitarios, por cada contagiado con síntomas hay nueve portadores asintomáticos.

Si el periodo de incubación del virus fuera más corto y/o todos los contagiados presentaran síntomas, el modelo de "convivencia" sería eficiente, pues se iría rápidamente rastreando la enfermedad, aunque fuera ex post. Pero al no ser así, y no saber el número de asintomáticos que circulan contagiando de forma involuntaria, la incertidumbre sobre los resultados a lo largo del tiempo es muy alta.

Si el número de inmunizados fuera muy alto, también funcionaría el modelo, pues los que han vencido la enfermedad actuarían como muro de contención en la propagación del virus. Pero tampoco es el caso, pues según los estudios serológicos, solo un 5% de la población española ha pasado la enfermedad. Por tanto, hay un 95% con riesgo potencial de contraerla.

El segundo argumento, el económico, es también discutible. Aunque las familias hayan ahorrado y las empresas tengan fácil acceso a la liquidez, las decisiones de consumo e inversión requieren que haya confianza. Y es muy difícil compatibilizar el mensaje repetido de que "el virus sigue ahí", necesario para mantener la tensión y las medidas de precaución individual, con el mensaje de "salir y disfrutar" como si todo hubiera terminado.

Las decisiones de consumo e inversión requieren que haya confianza. Y es muy difícil con el mensaje repetido de que 'el virus sigue ahí'

No es una tarea fácil para la estrategia de comunicación. Si se incide en el primer mensaje, se criticará la insistencia en "asustar al personal". Si se incide en el segundo mensaje, se criticará la irresponsabilidad del mensajero, por minimizar los riesgos de la epidemia.

Es muy difícil reactivar el consumo y el turismo mientras dure la incertidumbre sanitaria. Porque es complicado pedirle a la gente que asuma más riesgos de los que ya asume en su vida cotidiana. Y lo hará cuando sea estrictamente necesario. Pero no es el caso del gasto en ocio y esparcimiento, que es estrictamente voluntario.

A por el virus

Frente al modelo de "acostumbrarse a vivir con el virus", el occidental, que tiene varias versiones, está el modelo oriental, tratar de liquidar al virus o, al menos, arrinconarle. Nadie está hablando de un nuevo confinamiento masivo de la población. Tampoco se trata de criticar el proceso de desescalada, aunque en China lo hicieron de otra forma, que ya defendimos en estas páginas.

Se trata de tener una actitud más proactiva y menos defensiva contra el virus. Supongamos que en España hay 15.000 afectados. ¿Qué haríamos si tuviéramos la lámpara de Aladino? Le pediríamos como uno de los tres deseos que nos dijera quienes son esos 15.000. Les confinaríamos, junto con sus familiares, y se acabaría con el tema en 14 días.

Evidentemente, esto no se puede hacer sin esa lámpara mágica, porque no se pueden hacer 45 millones de test en un día. No por el coste (¿qué son 1.300 millones de euros por acabar con el problema, cuando sólo el endeudamiento público va a superar los 200.000 millones?), sino por la imposibilidad física y logística de realizar ese test simultáneamente a toda la población.

Pero no poder optar por esa solución utópica no significa que el único modelo sea el pasivo, esperar a que surjan los síntomas y reaccionar a posteriori. Se puede y se debe actuar de forma proactiva. En primer lugar, con test PCR aleatorios. Igual que se ha hecho con el enfoque serológico, cuyo objetivo era elaborar el mapa de la "inmunidad de rebaño", un procedimiento de testeo aleatorio con PCR nos puede indicar donde tenemos más problemas en la actualidad.

Se puede y se debe actuar de forma proactiva. En primer lugar, con test PCR aleatorios

Es cierto que, si la distribución de afectados fuera homogénea a lo largo de la geografía nacional, este enfoque tendría poco valor. Pero, dada la dispersión territorial en el número de casos y la asimetría de la desescalada, lo razonable que no sea así.

Se puede hacer, al igual que se hizo con el estudio de seroprevalencia, una muestra de 90.000 PCR en todo el territorio nacional. Sería de carácter voluntario, pero no habría mucho problema en conseguir esa autorización porque la gente está deseando hacerse el test. Habría que hacerlo rápido, antes de que los movimientos de la población por las vacaciones de verano distribuyan el virus por toda la geografía nacional.

Los test PCR en origen para los viajeros en avión también serían eficientes. Por definición, son aleatorios, mejoran la seguridad sanitaria de los viajeros, pueden ser sufragados por ellos mismos, y darían una valiosa información sobre dónde hay una mayor concentración del virus en el territorio nacional. Y actuar antes de que surjan los casos.

El análisis diario de las aguas residuales también daría información adelantada muy valiosa. Me consta que se está haciendo en zonas de la Comunidad Valenciana, algo digno de aplaudir. Pero debería hacerse de forma sistemática en todos los municipios y, a ser posible, diferenciando entre los distintos barrios de las grandes ciudades.

Y ¿Cómo les va económicamente a los que no han optado por "convivir con el virus"?

En el gráfico a continuación presento el indicador PMI (índice de los gestores de compras) de China para el sector servicios, el más golpeado por la crisis, que fue dado a conocer el pasado viernes.

Fuente: Caixin IHS Markit

El indicador adelantado PMI, del que hablamos la semana pasada, señala la mayor expansión de la actividad del sector servicios en la última década, pese a que China mantiene las fronteras totalmente controladas y el turismo internacional es inexistente.

Queda mucho camino por recorrer. Pero acabar con el virus es la mejor forma de recuperar la economía. Nosotros no hemos acabado con él. Hemos adoptado el modelo de "convivir con el virus". Y lo peor es que lo hemos hecho para recuperar la economía….