La pandemia Covid-19 y la depresión económica desencadenada para frenarla van a dejar la política y la economía global como “campo de Agramante” (no corran a mirar en Google: Agramante era un caudillo sarraceno que, en el “Orlando Furioso”, llegó a sitiar París, y el campo al que con su nombre se refiere la tradición literaria es una manera breve de describir los lugares de los que se apodera el desorden y la discordia).

Pues no otra cosa es el enfrentamiento de titanes que se está librando ya a escala mundial entre China y EEUU, un enfrentamiento que se inició en marzo de 2018 con las primeras medidas de la “guerra comercial”, que ya se ha transformado en “guerra fría”, y que amenaza con derivar hacia un desafío militar. 

A escala local los enfrentamientos se reproducen como guerra de pigmeos, a veces entre un partido de gobierno y la oposición a ese gobierno, lo que no excluye que esas “guerras de pequeños” se reproduzcan bajo otra especie, como guerras de “reciprocidad” (por un quítame allá esas pajas de la cuarentena obligada de “mis nacionales”) o de “servidumbre de paso” entre países que ya cuentan poco en la arena mundial.

El enfrentamiento entre China y EEUU es una guerra comercial que amenaza con derivar hacia un desafío militar. 

También como guerras de propaganda entre gobiernos centrales acosados por su mala gestión de la pandemia y gobiernos regionales, en una representación algo deprimente del infantil “pío, pío, que yo no he sido”: mírese a EEUU con las tensiones virulentas entre Donald Trump y algunos estados de la Unión, o la propia España donde, en un error de cálculo de unos y otros que no está claro quien terminará pagando electoralmente, la oposición al ejecutivo central la hace el gobierno de la Comunidad de Madrid. 

Se cruzan, pues, en este campo de Agramante, litigios de todo tipo que se podrían encerrar, como los diez mandamientos, en dos: la lucha por la primacía estratégica, política, económica y militar mundial del futuro y, simultáneamente, la guerra de propaganda por ver quien carga, en términos de conservación del poder, con el sambenito de la pérdida de vidas humanas y económicas de la pandemia.

Es una lucha sin cuartel en la que parece que ya se ha tocado a degüello y no se va a tomar prisioneros. Todo por huir del descrédito.

En la lucha de titanes que se está produciendo entre EEUU y China llama la atención la escalada verbal en que se ha metido Donald Trump, que ha llegado a amenazar con cortar todo tipo de relaciones con China y a reclamar que todo el proceso productivo de las empresas norteamericanas pase a relocalizarse en EEUU.

Donald Trump en la Casa Blanca.

No está claro si esto es una bravata propia de una precampaña electoral en la que Trump ha pasado de ser un probabilísimo vencedor a ir renqueando en las encuestas, o si tiene visos de convertirse en realidad.

Desde luego, la experiencia de la pandemia ha hecho saltar en todas partes las alarmas de que no se puede tener toda la producción delegada en países terceros y lejanos, aunque esté poco claro el alcance que va a tener la repatriación de las más variadas industrias.

De momento, ya hay ejemplos algo torcidos (como el de Renault) de lo que le puede suceder a la economía española en este sálvese quien pueda en el que las medidas de las autoridades españolas brillan por su ausencia: cuando se ve cómo Alemania, Francia e Italia toman medidas para defender su turismo y se contrasta eso con la obligación de la cuarentena para los viajeros que lleguen aquí, es normal que medio país se haya echado a temblar. 

La expectativa que alentábamos desde esta columna hace poco era justamente la contraria: que España lanzara un plan de gasto ambiciosísimo con una oferta turística que hiciera irresistible el visitarla para quienes habitaran países o regiones poco golpeados por la pandemia, a los que se encaminaría hacia las regiones españolas menos o nada castigadas por la COVID-19. Como se ve, el eco gubernamental de esta propuesta u otras parecidas es decepcionante.

La pandemia ha hecho saltar las alarmas de que no se puede tener la producción delegada en terceros países.

Hablar ahora de la economía mundial se vuelve un tema reiterativo y latoso: todo lo que se sigue publicando es malo, como no podría ser de otra forma tras la decisión de pararla.  

A finales de esta semana que empieza se publicarán las estimaciones provisionales de los PMIs de mayo (es decir, la evaluación que hacen los gestores de compras de cómo ven el negocio de sus empresas cuando se compara con el del mes de abril) y lo más probable es que empiecen a mejorar, por la sencilla razón de que pasar de un negocio cerrado a otro que puede operar, aunque sea parcialmente y con restricciones, mejora el ánimo de cualquiera.

Entretanto, solo hay dos elementos de juicio que dan pie para el optimismo: las Bolsas de EEUU y China (y en mucha menor medida la de Japón y, sobre todo, las europeas) mantienen la fuerte recuperación experimentada en el mes de abril junto con su correlato de que los bancos centrales de EEUU y la Eurozona han ampliado sus balances en más de cuatro billones (trillón) de dólares.

Como tantas veces se ha demostrado en la historia, por encima (o por debajo) de los errores gubernamentales de todo tipo está la capacidad de la Humanidad para sobrevivir. Por eso, es asombroso que los políticos sigan gozando de la toma de partido de los ciudadanos.

Solo hay dos elementos de juicio que dan pie al optimismo: las Bolsas de China y EEUU. 

Estos días pasados comentaba en Twitter: “los humanos somos como las hormigas: si se obstruye un camino, encontramos otro. Un período de turbación y ¡ale hop! resurgiendo con caparazón nuevo. Veréis qué transformaciones vienen en el mundo de los negocios. Lo decían de Lenin a Pompidou: donde hay una voluntad hay un camino”.

Y es que no hay más que echar un vistazo a los negocios que están pudiendo reabrir para ver cómo se están reinventando y cómo, sin necesidad de regulación ni normativa alguna nueva, la oferta de puestos de trabajo se está desplazando de unos sectores a otros, dentro de un proceso de largo plazo que hará que nadie reconozca el panorama dentro de unos años.

Las mismas cotizaciones en Bolsa dan cuenta del fenómeno: mientras que la cotización de empresas de paquetería como la norteamericana FEDEX cae un 30% desde el inicio de año, la de Amazon, que necesita a los Fedex de este mundo para completar su proceso de entrega al cliente, sube, también en el año, un 30%.

Son casos muy extremos y que, por eso, ilustran muy bien la transformación que se está produciendo (y que la crisis acelera) y la transferencia de riqueza de los negocios tradicionales de “ladrillo y cemento” a las empresas cuya actividad es fundamentalmente online.

El diseño del robot de Amazon contra el coronavirus es simple, al ser sólo un prototipo 60 Minutes | CBS Omicrono

Este proceso se está llevando a cabo entre convulsiones menores propias de las crisis y a las que no se está prestando atención esta vez por culpa del exceso de estímulos sensoriales y de la proliferación de los centros de interés.

Por ejemplo, además de por la abundancia de estímulos monetarios, las empresas van a intentar mantener su cotización en Bolsa por la vía de un “mundo de ensueño” en el que publicarán sus resultados reales, pero también los que estiman que habrían tenido si no se hubiera presentado la pandemia para hacerlos descarrilar.

Gracias a ello, un grupo industrial alemán llamado Schenck Process, puede mostrar unos beneficios del primer trimestre superiores en un 20% a los de idéntico trimestre del año anterior, en lugar de un 16% más bajos. 

No está claro todavía si esto evitará que las Bolsas vuelvan a caer o, por el contrario, es el síntoma, como tantas otras veces, de que la relajación de los estándares contables precede a la catástrofe bursátil (otra).

Las empresas van a intentar mantener su cotización por la vía de un mundo de ensueño. 

En favor de esto último abogan algunas convulsiones que no por poco conocidas resultan menos inquietantes y que afectarán a la solvencia de algunas empresas: en China se ha destapado el caso de algunas compañías que, tal y como hicieron otras muchas en el Japón de finales de los años ochenta, justo antes de entrar en sus “décadas perdidas”, han invertido en Bolsa para paliar los efectos de unos resultados poco alentadores, empeorando la situación una vez que las cotizaciones han empezado a caer.

De modo que, finalmente, mientras todo el mundo lucha por sobrevivir a la pandemia y a su impacto económico, se revela que ésta es una crisis como las demás, en las que sirve de aplicación el dicho anglosajón de que “lo que no descubren los auditores lo destapan las recesiones”. Abróchense los cinturones.