A medida que empezamos a ver el final del período de confinamiento que nos impusimos para tratar de frenar la siniestra progresión de la pandemia, debemos plantearnos cómo va a ser esa tan aparentemente deseada vuelta a la normalidad. 

Si algo está claro ahora, sin embargo, es que esa vuelta a la normalidad será cualquier cosa menos normal. En ausencia de una vacuna o de un tratamiento verdaderamente seguro, efectivo y probado para la enfermedad, debemos poner en la balanza dos variables: por un lado, la necesidad de seguir controlando la expansión de la pandemia y de seguir protegiendo a los más vulnerables o a los que no cuentan aún con anticuerpos para enfrentarse a la enfermedad. Por otro, el deseo de reanudar la actividad productiva, de poner de nuevo en marcha nuestra economía.

Tras la crisis sanitaria, y sin que esta se haya cerrado del todo, se nos viene encima una crisis económica con un aspecto verdaderamente siniestro. 

Tratar de apresurar la vuelta a la productividad podría ser un gran error que nos abocase a una nueva expansión del enfermedad. En un país como España, profundamente dependiente de una industria como el turismo, ese escenario es aún más aterrador.

En esa nueva etapa, haberse enfrentado al virus con éxito podría representar la posibilidad de recuperar antes la normalidad, pero debemos tener cuidado con la posible estigmatización de otros segmentos de la población, que podría llevar a la ocultación de los síntomas de la enfermedad. 

En realidad, lo que deberíamos plantearnos es a qué normalidad queremos volver. Cuando una emergencia pone de manifiesto la debilidad y la vulnerabilidad de nuestra sociedad, pretender simplemente ignorarla y volver a donde estábamos antes de que tuviese lugar es una receta para un próximo desastre. 

De ahí que la primera cuestión fundamental sea plantearnos si, como sociedad, somos capaces de pensar en reconstruir nuestra economía y nuestra actividad productiva en base a unos criterios diferentes.

Ante una enfermedad respiratoria cuya amenaza, según un reciente estudio de Harvard, es mayor para quienes están expuestos a niveles más elevados de contaminación, deberíamos tener la madurez, ahora que salimos del confinamiento y vemos un mundo mucho más limpio de contaminación, de tomar medidas para evitar, precisamente, que volviésemos a la normalidad anterior. 

En realidad, lo que deberíamos plantearnos es a qué normalidad queremos volver

Acelerar la transición a energías limpias, reducir las emisiones nocivas o adelantar la retirada de los vehículos de combustión interna sería la manera de demostrar que hemos aprendido algo de esta crisis, y que podemos prepararnos para otra muy relacionada, mucho mayor y que, de hecho, genera muchas más muertes todos los años: la emergencia climática.

Plantear un modelo de recuperación económica al estilo del Green New Deal propugnado por los demócratas norteamericanos sería algo fundamental, y más aún cuando sabemos que las energías limpias son ya más baratas que los combustibles fósiles y que, por tanto, esa transición puede no solo generar puestos de trabajo, sino hacerse además de manera que tenga sentido económico. Si podemos paralizar toda nuestra economía ante una pandemia, ¿por qué no plantearnos hacerlo de manera menos traumática y más constructiva para solucionar nuestra crisis más existencial, la emergencia climática? 

Si podemos paralizar nuestra economía ante una pandemia, ¿por qué no para solucionar la emergencia climática? 

Pero esa reconstrucción no tiene que ver únicamente con la energía o las emisiones: además, habría que plantearse cómo incorporar a las compañías todo el aprendizaje acumulado en estas últimas semanas con respecto al trabajo desde casa. Que llegásemos a ello como resultado de una emergencia no quiere decir que no hayamos comprobado que trabajar así es perfectamente viable, y que podría, con las premisas adecuadas, aliviar muchos de los problemas derivados del tráfico en nuestras ciudades. 

O pensar en sistemas que permitan, en caso de enfrentarnos a otra crisis, asegurar la subsistencia económica de todos, no solo de los que tenemos la suerte de trabajar en compañías que han mantenido su actividad y, en consecuencia, nuestro sueldo: en lugar de subsidios condicionados, tendremos que plantearnos sistemas de renta básica incondicional, con esa tercera palabra, in-con-di-cio-nal, como garantía de que nadie instrumentalizará la concesión arbitraria de esos subsidios con otros fines.

Tomar lo que invertimos en subsidios condicionales y repartirlo entre una población que, en una gran proporción, lo devolverá al final del año en forma de impuestos es algo que, a la luz de emergencias como la que estamos viviendo, cobra mucho más sentido. 

En poco tiempo, miraremos la crisis actual por el espejo retrovisor. Pero la pregunta verdaderamente importante, en realidad, es si sabremos aprovecharla para aprender algo, para solucionar nuestros problemas más importantes como sociedad. ¿Volver a la normalidad? No, gracias. Mejor planteémonos cómo podemos mejorar aquella normalidad.