“Para el creyente, la salvación está en el santo temor de Dios; para todo ministro de Hacienda, la salvación está en el santo temor al déficit”.

Cuentan los libros de historia que fue José de Echegaray, ministro de Hacienda y Premio Nobel de Literatura, allá por los albores del siglo XX, quien pronunció esta frase que, en román paladino, nos sugiere la importancia de una buena gestión de los dineros públicos. Después pasaron muchas cosas en España que ahora sería prolijo enumerar. Pero, creo, sin faltar a la historia económica que, desde entonces, nunca más se consiguió en este país que hubiera temor al déficit. Tampoco en los últimos 42 años de democracia. Ni los gobiernos socialistas ni los del Partido Popular interiorizaron que el déficit es deuda futura y que endeudarse condiciona a las generaciones venideras. La conocida espiral déficit-deuda.

Cierto que ha habido alguna breve etapa en la que España consiguió cuadrar las cuentas. Los últimos años de la segunda legislatura de José María Aznar y los primeros de José Luis Rodríguez Zapatero. Flor de un día, ya que la crisis provocada por las hipotecas subprime y la caída de Lehman Brothers se gestionó tarde y mal. La respuesta fue poner en marcha planes millonarios de gasto público que, no sólo no frenaron la caída brutal de la actividad y del empleo, sino que llevaron el déficit público a cotas nunca vistas.

En 2009, España batió todos los récords y el desequilibro alcanzó el 11% del PIB. Los dos años siguientes no fueron mucho mejores y, aunque se consiguió bajar la ratio de dos dígitos, continuó por encima del 9%.

Ni los gobiernos socialistas ni los del PP interiorizaron que el déficit es deuda futura que condiciona a las generaciones venideras

Con la llegada de Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno, el déficit siguió subiendo hasta alcanzar en 2012 la friolera del 10,7% del PIB. Durante todos y cada uno de los años siguientes, el gobierno popular logró ir reduciendo muy poco a poco el descomunal agujero hasta cerrar 2017 en el 3% del PIB.

Ya con Pedro Sánchez en La Moncloa, gracias a la prorroga presupuestaria, el déficit siguió corrigiéndose y en 2018 España logró salir del procedimiento de déficit excesivo. Pero, duró poco. Las nuevas elecciones y los apoyos buscados por el Gobierno de Sánchez, en aras a encontrar una cierta estabilidad, llevaron las cuentas públicas de nuevo a incumplir con los objetivos pactados con Bruselas. De hecho, el déficit cerró 2019 con una subida del 8%, no vista desde 2012, en pleno rescate de las cajas de ahorro.

Ese boquete, fijado definitivamente por el Ministerio de Hacienda en el 2,7% del PIB, es decir 33.200 millones de euros, volvió a encender las alarmas. Los conocidos como "viernes sociales", para muchos "antisociales", con los que Sánchez tuvo que contentar a sus socios, explican bastante bien este abultado aumento.

De nuevo se gastaba como si no hubiera mañana, mientras que los ingresos descendían por la ralentización que ya venía acusando la economía española y el consiguiente menor aumento del empleo. De hecho, los gastos aumentaron a un ritmo del 2,3%, mientras que los ingresos lo hacían al 0,7%.

Esta secular falta de temor al déficit, de vivir permanentemente por encima de nuestras posibilidades, de vivir de prestado, de que han hecho gala nuestros gobernantes se refleja también en el descomunal aumento de la deuda pública que, en algo más de una década ha pasado del 35% del PIB hasta rozar ahora el 100% del PIB.

La secular falta de temor al déficit, de vivir por encima de nuestras posibilidades, se refleja en la descomunal deuda pública

Con la inesperada pandemia provocada por el Covid-19 y que ya ha causado estragos en términos de pérdida de tejido empresarial y puestos de trabajo, se ha puesto en evidencia una vez más, que unas finanzas públicas equilibradas libera recursos para hacer frente a las obligaciones ineludibles y a las inesperadas.

Los países que como España han actuado cual cigarras, que han despreciado sistemáticamente tener las cuentas en orden, ahora se ven obligados a lanzar un SOS. Un auxilio que sí o sí se conseguirá, pero a cambio de condiciones que supondrán sacrificios.

Es difícil en este momento hacer previsiones, sin tener claro cuándo se doblegará la crisis sanitaria. Sin embargo, la mayoría de los expertos calculan que el déficit público de España podría volver a los dos dígitos y la deuda pública escalar hasta el 130% del PIB. Puede que de esta crisis saquemos algunas lecciones. Sería bueno que una de ellas fuera la importancia de ser hormigas en lugar de cigarras.

*** Carmen Tomás es periodista y analista de información económica.