Cualquiera que se haya acercado con un poco de rigor a los estudios sobre brecha salarial e igualdad de género en el mundo de la empresa habrá llegado a la conclusión que lo que deja atrás a la mujer frente al hombre en su carrera profesional es la maternidad.

Conocidos son los estudios de Fedea, que muestran cómo la brecha salarial aumenta con la edad y comienza a ser significativa coincidiendo con el momento de la maternidad, que en España se produce ahora de media a los 32,2 años. Los hombres de entre 30 y 39 años ganan un 11% más que las mujeres de esa edad y sobre ese punto de partida, cuando se llega al final de la vida profesional -entre 50 y 59- la brecha ha aumentado otro 15%.

Por mucho que algunos (e incluyo aquí a algunas) se empeñen, no se puede separar la condición biológica de la mujer del techo de cristal, que en algunas empresas españolas, sigue siendo un muro de hormigón a partir de esos 32 años en los que la madurez profesional viene, en muchos casos, acompañada de un bebé. Esa realidad choca frontalmente con el feminismo queer que defiende Irene Montero. 

Por mucho que algunos se empeñen, no se puede separar la condición biológica de la mujer del techo de cristal

La ministra de Igualdad se identifica con una rama del feminismo que José Antonio Marina ha enmarcado en "un proceso matricida" en el que el sexo es irrelevante en todas las políticas para fomentar la igualdad. Un error garrafal que no puede aplicarse al mundo de la empresa, que, no olvidemos, es el lugar en el que la mujer puede encontrar la independencia económica que Virginia Woolf buscaba en su "habitación propia".

Debería analizar la ministra otro estudio de Martin Eckhoff y Emily Nix que ha movido estos días el IEB y que compara la penalización salarial que traen debajo del brazo los hijos a las parejas homosexuales y a las heterosexuales. Su conclusión es que en el caso de las mujeres lesbianas que han dado a luz, esa brecha desaparece al cabo de algunos años, mientras que en las segundas se suele cronificar.

Esto viene a decir que si bien los roles en la pareja influyen para la remontada, la mujer que ha estado embarazada y ha acompañado más a su hijo en sus primeros años de vida va a tener que asumir sí o sí un sacrificio profesional. Un parón del que podrá remontar. Pero, no nos engañemos, con un esfuerzo que dobla el de sus compañeros (y compañeras) que no han pasado por ello.

Ese parón afecta también a la llegada de la mujer a la alta dirección y a los consejos de administración. Un elemento que estuvo en el centro de las políticas de Igualdad del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y que respetó el Gobierno de Mariano Rajoy. La propia CNMV ha puesto aquí el foco al establecer cuotas temporales y selectivas para fomentar la llegada de la mujer a los consejos de administración de las cotizadas. La idea es que a partir de ahí, se normalice el acceso de mujeres a esos puestos de responsabilidad, cargos de confianza a los que, en muchos casos, ante dos CV similares se elige a los hombres por estereotipos y afinidad de género con quien hace la selección. 

La gran manifestación transversal del 8 de marzo de 2017, de la que muchos -y el primero Unidas Podemos- han querido apropiarse, ayudó a tomar conciencia social de un problema hasta entonces privado: casi el 70% de las horas dedicadas al trabajo doméstico no remunerado las trabajan las mujeres.

Mientras Irene Montero militaba en un partido que feminizó su nombre al calor de esa multitud para ser Unidas Podemos con una foto en la que aparecían Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Ramón Espinar, tres hombres y ninguna mujer, las empresas españolas han ido poniendo -con más o menos [e incluso, mucho menos]- esfuerzo planes de igualdad que poco a poco van dando algunos resultados.

Mucho ha cambiado el mundo y ha avanzado la mujer desde que Mary Wollstonecraft dejara por escrito en 1792 la necesidad de trabajar por los derechos fundamentales de la mujer y en particular, por el derecho a la educación.

Esa educación ha permitido que en España hoy tengamos a una mujer al frente de una cartera, como la de Igualdad. Pero la ministra feminista queer, a la que se ha visto acompañada de su bebé en su día a día laboral cuando así le ha apetecido, disfruta de unas ventajas muy alejadas del día a día de las madres trabajadoras españolas. Quizás por eso se sienta más cómoda coreando el "sola, borracha, podré llegar a casa" para las jóvenes que todavía no han llegado a esa edad en la que el techo de cristal se ensombrece para convertirse, en demasiados casos, en un muro de hormigón.