Al paso que van las cosas, los gobiernos de todo el mundo van a sufrir una grave crisis de credibilidad.

Ya sé, ya sé, que no es que tuvieran mucha antes de ahora, pero es que hay países como Irán a punto de caer en el caos político causado por la negativa de su gobierno a reconocer que había llegado una epidemia al país, probablemente motivada, la negativa, por dos circunstancias:

1) Las comunes a todos los gobiernos, una mezcla de la pereza que da el aceptar que se ha pasado de la calma a la tormenta, unida a la tentación de presumir de que “eso a nosotros no nos pasa” o “somos un país libre de virus”.

2) La de tratar de preservar las buenas relaciones con China en una etapa de aislamiento político casi total de Irán: de ahí que no se suspendieran los vuelos procedentes de China, ni el regreso de los escolares infectados allí. La explosión de la epidemia es tan fuerte que están enfermando y muriendo miembros de la propia élite política.

En el resto del mundo cada uno hace la guerra como puede, pero, en general, tratando de retrasar el momento de la verdad, amparándose en que la Organización Mundial de la Salud (que puede, con esta declaración de “pandemia en diferido”, llegar a poner en cuestión la utilidad de su existencia) no ha declarado el estado de pandemia.

Hay países como Irán a punto de caer en el caos político causado por la negativa de su gobierno a reconocer que había llegado una epidemia al país

China tuvo la mala suerte de que se iniciara la epidemia allí y sufrió el consiguiente “estado de negación”, tanto del gobierno local de Wuhan, como del regional de Hubei y de la autoridad central, pero los demás gobiernos no pueden quejarse de no estar avisados: era evidente que, con un par de meses de retraso, a los demás países les iba a suceder algo parecido.

Aquí mismo, el 27 de enero, comentábamos que venía una emergencia, pero que no era climática. Y es que es muy fácil avisar de males que sucederán dentro de cien años, para entonces ¡todos calvos!. El problema es que es mucho más desagradable tener que empezar a tomar medidas porque los “bárbaros” del clima, que estaban más allá del Danubio, se han transformado en virus de nuevo cuño que ya han entrado silenciosamente en Roma.

Es una lástima que casi nadie tomara nota del aviso que lo de China significaba, pues las medidas radicales de cuarentena no solo limitan drásticamente los contagios, sino que los retrasan, con lo que el pico de la epidemia es más bajo y el contagio mismo queda distribuido en un período más amplio, con el consiguiente efecto de alivio para el sistema sanitario, que no se ve tan desbordado de golpe.

El “estado de negación” ha sido tal que hasta ministros había que se aferraban hace solo tres semanas a sus previsiones de crecimiento, antes que aceptar que habían nacido caducadas.

El “estado de negación” ha sido tal que hasta ministros había que se aferraban hace solo tres semanas a sus previsiones de crecimiento

Y en eso estábamos cuando pinchó la Bolsa. Justo 20 años después de que pinchara la llamada “burbuja tecnológica”, que ya es casualidad. Con una trasposición literaria podría decirse que ha estallado “la burbuja vírica”. Y por partida doble.

Y es que en enero del año 2000 el índice más conocido de los de la Bolsa de Nueva York, el Dow Jones Industrial, comenzó a caer de forma llamativa, tras un recorrido alcista muy intenso que se había iniciado en octubre de 1990 y que apenas tuvo un par de sobresaltos de consideración a lo largo de toda la década.

Dos meses más tarde, en marzo de 2000, inició su caída el índice Nasdaq Composite que recogía la evolución de las cotizaciones de las empresas tecnológicas (entonces denominadas TMT por el acrónimo de Tecnología, Medios y Telecomunicaciones); la “locura de las multitudes” del momento era tal que hasta las empresas de Páginas Amarillas (los más jóvenes ni sabrán que era eso) estaban incluidas en ese grupo, sólo porque se iban a poder consultar online.

El resto del mundo cada uno hace la guerra como puede, pero, en general, tratando de retrasar el momento de la verdad

Pues bien, ahora, para conmemorar ese vigésimo aniversario, los índices de Bolsa han decidido mostrarse equidistantes “mensuales” y han elegido el mes de febrero para el inicio de su retroceso.

A los mercados financieros (en especial a las Bolsas) les ha pasado lo mismo que a los gobiernos: han sido muy lentos en reconocer el problema que se les venía encima. Para ser precisos, su retraso en reconocerlo ha sido de exactamente tres semanas, que son las que transcurrieron entre que las Bolsas chinas reabrieran el 3 de febrero (tras las vacaciones del Año Nuevo Lunar chino) y el lunes pasado (24 de febrero) en que se inició la gran caída de los índices en las Bolsas del resto de los países.

Es muy sorprendente ese retraso ya que el “contagio” financiero suele ir mucho más rápido. Pero es que ahora se trata de China que, aunque se ha integrado casi plenamente en el capitalismo mundial desde el año 2000, tiene una dinámica propia que hace que la correlación entre el comportamiento de sus Bolsas y las de EEUU tenga a veces ese decalaje.

En el año 2015, las Bolsas occidentales tardaron dos meses en darse por enteradas de verdad (y en reaccionar en consecuencia) de que en la Bolsa china había un problema grave. Aquello derivó en un mes de agosto en el que caían bruscamente de precio las Bolsas (-12% para el índice S&P 500) y las materias primas (-25%), sobre todo el petróleo (-38%) y en el que se inició una desestabilización económica global que culminó en febrero de 2016 y a punto estuvo de acabar en recesión generalizada.

A los mercados financieros (en especial a las Bolsas) les ha pasado lo mismo que a los gobiernos: han sido muy lentos en reconocer el problema que se les venía encima

En los pronósticos hechos en esta columna (13 de enero) para el año 2020 esperábamos que en el último trimestre del año se terminara el festín de las economías y de las Bolsas y lo ligábamos a un eventual problema de solvencia.

Parece que el festín se ha terminado, aunque las insolvencias no hayan aparecido aún. Sin embargo, el parón económico provocado por el intento de contener la propagación del coronavirus los hace más probables. A no ser que los gobiernos conjuntamente decreten una mora de las deudas por un período de dos o tres meses, por “causa de fuerza mayor”.

Con esta precipitación de los acontecimientos, ¿qué va a pasar ahora? En la parte sanitaria basta con mirar hacia China para saber lo que va a suceder, de manera más o menos intensa, en el resto del mundo.

En la parte financiera, también, China marca el camino: hasta ahora, las Bolsas occidentales y japonesa han caído lo mismo que las de China en la primera semana de febrero: alrededor del 12%. Probablemente recuperarán (eso, al menos es lo que indica el precio de los metales industriales) casi todo lo perdido, como hizo la Bolsa de Shanghái, y posteriormente volverán a bajar.

Se ha iniciado una desestabilización de la economía y de las Bolsas que parece que nos acompañará todo 2020 y más allá.

Oremus!