El apoyo ofrecido por los bancos centrales desde la crisis de 2008 ha sido tremendo. Todo comenzó en noviembre de 2008, cuando la Reserva Federal de EEUU (Fed) introdujo la flexibilización cuantitativa. Desde entonces, los bancos centrales de todo el mundo han puesto en marcha una serie de políticas de flexibilización cuantitativa de diversa envergadura (QE2, QE3...), aplicadas a una gran variedad de activos financieros como bonos del Estado, bonos corporativos y hasta acciones.

Sin el apoyo monetario ofrecido por los bancos centrales, nadie sabe cómo habrían evolucionado las crisis de 2008 o 2011. Es cierto que la flexibilización cuantitativa tiene muchos defectos, pero también que ha permitido a algunos países desarrollados incurrir en déficits fiscales sin temer una subida de sus tipos de interés a largo plazo.

Hace tiempo que está claro que la política monetaria ha hecho todo lo que podía. No habrá más compras a gran escala que supongan una diferencia significativa. El Banco Central Europeo (BCE) lo lleva diciendo desde hace años y, más recientemente, también la Fed.

Ahora es el momento de la intervención fiscal. En realidad, ya lo era antes de la crisis de la Covid-19, pero ahora se hace más evidente.

En los próximos años, es muy probable que los bancos centrales mantengan sus políticas laxas y los gobiernos aumenten sus déficits fiscales. Antes de la crisis de la Covid-19, los gobiernos se mostraban algo reacios a incurrir en déficits fiscales muy elevados, por temor a la inflación o a la posible incapacidad de pagar su deuda.

La flexibilización cuantitativa tiene muchos defectos, pero ha permitido que algunos países desarrollados incurran en déficits elevados sin temer una subida de tipos

Esas razones ya no parecen ser válidas, ya que la inflación ha estado por debajo del objetivo durante los últimos años y los bancos centrales han ajustado sus programas de compra de bonos para adaptarse a las nuevas emisiones de bonos. Y lo que es más importante: en el entorno actual, sería un suicidio político para cualquier partido prometer una reducción del gasto fiscal.

El desempleo es muy alto y va en aumento, las empresas de servicios siguen afectadas negativamente por la pandemia y la incertidumbre continúa siendo muy elevada. No es el momento de reducir el gasto fiscal, la población no lo entendería y podría acabar provocando un problema social, que sería muy difícil de manejar en la situación actual.

Por ahora, nadie sabe hasta qué punto podemos limitar los estímulos fiscales. Hasta que no tengamos la respuesta, la política fiscal flexible continuará.

***François Rimeu es economista sénior de La Française AM.