Sin excusas ni remilgos. Los bancos centrales han puesto este año toda la carne en el asador para evitar que la crisis sanitaria, que ya es económica, se convierta en una nueva crisis financiera global.

El escudo ‘anti-pandemia’ ha permitido a Gobiernos y empresas seguir financiándose con normalidad durante los peores meses de la crisis. Pero también ha dejado los balances de los organismos monetarios en niveles nunca vistos, obligando a pensar ya en cómo se jugarán las cartas para evitar tensionar el mercado en el momento de la ‘desescalada’ de estas medidas cuantitativas.

En este escenario, uno de los mayores retos los afronta sin duda el Banco Central Europeo (BCE), que en diciembre decidió ampliar su paquete de compras en 500.000 millones de euros hasta un total de 1,85 billones y hasta 2022. Con los movimientos realizados en 2020, la institución presidida por Christine Lagarde ha engordado su balance a máximos históricos, superando a cierre de diciembre los siete billones de euros. Es decir, un 62% del total del PIB de la eurozona.

La evolución es importante porque la expansión del balance (que refleja los activos y pasivos del BCE) tiene implicaciones tanto para la economía real como para los mercados financieros.

Esos riesgos van desde distorsiones en el mercado al temor a una inestabilidad financiera ante una expansión excesiva del crédito. Por no olvidar que, como recuerdan los expertos, las compras de deuda del BCE pueden incrementar la tentación de bancos y Estados de aumentar sus emisiones aprovechando que pueden financiarse más barato… y el problema llegará si no hay coordinación cuando la institución decida revertir estas medidas.

Los bancos centrales han tenido un papel protagonista durante la crisis.

El mercado ya vivió un desagradable ejemplo el pasado año, cuando la Fed tuvo que dar marcha atrás en la retirada de estímulos, interviniendo incluso el mercado de ‘repos’, en el que los bancos se financian entre sí, por las distorsiones generadas con la desescalada de su balance.

Por eso, aunque un balance abultado no representa un riesgo en sí mismo, sí lo puede suponer si su ‘adelgazamiento’ no se realiza de forma coordinada con la evolución de la economía, la deuda de los gobiernos e incluso la estabilidad de los sistemas bancarios.

Alimentando a la 'bestia'

Para poner en contexto el imparable ascenso de las cifras del BCE, a finales de febrero, justo antes del inicio de la pandemia, su balance rondaba los 4,6 billones de euros. Y los analistas de Bank of America, que realizan previsiones periódicas sobre la evolución del 'activo' y del 'pasivo' del organismo para calcular también la evolución de la inflación, estiman que la cifra superará con creces los ocho billones de euros el próximo año.

Es total, este 2020 el BCE ha casi duplicado su balance. Y la caída de la economía ha provocado que esos niveles supongan ya ese 62% del PIB de la región, desde el 39% que representaban a cierre del pasado año. Un ritmo de crecimiento mucho mayor al registrado por cualquier otro banco central del mundo, incluido el de Japón. Aunque el balance del organismo nipón es más abultado sobre el total de su economía, el porcentaje cerrará el año en el 131% sobre PIB, desde el 103% registrado a finales de 2019.

Las cifras cobran mayor perspectiva si se comparan con los 2,1 billones de euros con los que el organismo contaba en balance en marzo de 2015, cuando Mario Draghi lanzó el primer programa QE (Quantitative Easing) para salvar la economía. Justo antes de la anterior crisis financiera, apenas superaba los 1,2 billones de euros.

Más liquidez como protección

El desplome económico también ha provocado que la 'foto finish' del balance del BCE a cierre del año sea mucho más ‘escandaloso’ que el de la Reserva Federal de EEUU (Fed). Es cierto que el balance del organismo comandado por Jerome Powell también ha engordado rápidamente en 2020, pero se mantiene bajo control en comparación con el PIB del país, pasando del 19% al 34%.

El Banco de Inglaterra también cierra el año con una ecuación balance/PIB inferior a la del BCE. En concreto, alcanza el 42%, aunque también con un crecimiento notable desde el 25% de hace 12 meses.

En un análisis sobre esta evolución, los expertos de mercados de Bankia indican que, además de la variación en el tamaño, el BCE también ha registrado cambios importantes en la composición de sus activos y pasivos. Y, como no podía ser de otra forma, la partida más relevante en el activo es la que corresponde a “Valores emitidos en euros por residentes de la zona euro”. Es decir, la compra o venta de deuda para inyectar liquidez.

En segundo lugar, aparecen los préstamos que realiza el banco central a las instituciones financieras (“Préstamos en euros concedidos a entidades de crédito de la zona del euro”), para ejecutar su estrategia de política monetaria.

Pues bien. Solo esas dos partidas ya suponen más del 80% del balance total del BCE, sumando ambas 5,69 billones de euros. A principios de 2008, apenas alcanzaba el 40%.

Además de las compras de deuda, los últimos datos del estado financiero consolidado también reflejan cómo el organismo ha optado este 2020 por protegerse con liquidez.

Los últimos datos a 25 de diciembre reflejan cómo, entre otras operaciones, ha aumentado hasta los 559.281 millones de euros la tenencia de oro, frente a los 470.705 millones registrados antes del inicio de la pandemia. Del mismo modo, el BCE ha incrementado sus reservas en moneda extranjera, que también permiten al organismo realizar operaciones para gestionar su liquidez.

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