Las historias empresariales rara vez hablan de lo que pudo ser y no fue, de los proyectos que fracasaron y se quedaron por el camino. De las personas que los pusieron en marcha y no lograron culminarlos. Preferimos las historias de vencedores, de quienes alcanzan sus objetivos, y mejor aún si avanzan a cámara lenta y con una explosión a sus espaldas. Alejandro Martínez Peón ha sido, por una serie de circunstancias del destino, ambas cosas a la vez. Ha sido Quijote y Ulises al mismo tiempo.

Martínez Peón va a dejar en pocos días Telecable, horas quizá, después de haber mantenido a flote y con buenos resultados una pequeña operadora del norte que parecía estar abonada a una venta rápida. No fue así: en ocho años que ha estado al frente ha vendido la operadora tres veces, cada vez por más dinero, y ha estado a punto de liderar el cuarto operador español de telecomunicaciones. Por un pelo no fue suya la historia de éxito de la que ahora presume MásMóvil.

Pero tenemos que remontarnos aún unos años más para entender la historia. El entonces joven directivo asturiano, tras un paso de cinco años por Arthur Andersen, ingresaba en Telefónica con el nuevo siglo. Allí tuvo una carrera meteórica que le llevó a ser director de planificación y operaciones de ventas de la operadora, tras su paso por México y por Telefónica Latinoamérica.

Dio entonces un paso extraño para un directivo con su proyección. Tras un breve paso por PwC, dejó atrás el ajetreo capitalino y se volvió con su mujer a Asturias, para instalarse en la villa de Avilés y trabajar en el parque tecnológico de Gijón. ¿El objetivo? Liderar Telecable, una pequeña cablera regional que controlaban la entonces llamada Liberbank y Prensa Ibérica, editora de La Nueva España.

Alejandro Martínez Peón cedida por LA NUEVA ESPAÑA

No muy alto, siempre repeinado y formal como todos los telefónicos, Martínez Peón es una persona muy inteligente, pero quien le conoce poco suele confundir su forma de ser con la arrogancia.

Y motivos no le han faltado para presumir. Dos años antes de su llegada, Liberbank compraba una participación mayoritaria en una compañía que se valoraba en 110 millones. Dos años después de plantarse en Asturias, ya había vendido Telecable por primera vez a Carlyle, una operación en la que se valoró la compañía en 400 millones de euros y que supuso el desembolso de 340 millones.

Era el año 2011 y no dejaban de sonar rumores sobre una posible nueva venta a Euskaltel. Parecía lo lógico, teniendo en cuenta las ventajas operativas que parecía tener la consolidación del norte de España.

En 2015 todo el mundo esperaba a que se produjese lo inevitable, pero aquí Martínez Peón estuvo rápido. Buscó a Zegona, la sociedad de inversión británica recién constituida y nacida para llevar a cabo operaciones de comprar-arreglar-vender, y se la colocó por 640 millones y un lacito. Nadie se lo esperaba. Rompió el nudo gordiano con una espada mientras los vascos pensaban en cómo deshacerlo a pedradas.

Euskaltel, que acababa de comprar R, se quedó desencajada y perdió la oportunidad de zanjar de un plumazo una operación que se le quedaría atascada como un matojo de pelos en un fregadero. Si hubiese sido más rápida con los asturianos, probablemente los gallegos hubieran esperado, pero el directivo asturiano estuvo ágil y mantuvo tanto la relativa independencia del grupo como los puestos de trabajo en la compañía.

Porque Martínez Peón pasó mucho tiempo pensando en cómo hacer más grande la empresa y a sus empleados. Un amor al terruño y a su equipo que no abunda tanto y que le separa de la figura del mercenario al uso.

Quijoterías

Y éste fue su periodo más interesante, en el que parecía que todo era posible. Sin perder la comba de los resultados, y manteniendo buenos crecimientos, Martínez Peón convenció a Zegona de aventurarse e intentar comprar Yoigo, el cuarto operador español.

La operación estuvo cerca. En un momento dado, parecía que estaba hecha al 90%. En MásMóvil aún recuerdan el día que se anunciaron las conversaciones en exclusiva entre los ingleses y Teliasonera, y pensaron que era sólo cuestión de tiempo que su proyecto se desvaneciese.

Pero Zegona y Martínez Peón no habían contado con un factor: el entonces CEO de Yoigo, Eduardo Taulet, era demasiado consciente de que su puesto de trabajo peligraba si entraban los británicos y decidió apostar por otro caballo. Convenció a ACS de poner trabas a la operación y logró frenar la transacción. Mientras, MásMóvil daba un golpe sobre la mesa comprometiéndose a comprar Pepephone en apenas una noche, lo que le dio suficiente oxígeno frente a los bancos y, sobre todo, le sirvió para atraer el interés de Providence, con John Hahn y Robert Sudo al frente. Hahn fue protagonista de la venta de Ono a Vodafone e hizo de caballero blanco a la espera de repetir la jugada.

No le sirvió de mucho a Taulet, que igual se vio de patitas en la calle, pero sí a MásMóvil y, con la revalorización que ha tenido el proyecto, también a ACS, que con su participación a través de bonos convertibles ha sacado más lustre a su inversión de la que habrían conseguido con Zegona al frente.

Lo curioso es que Martínez Peón y los británicos también tenían entre sus planes comprar Pepephone después de cerrar Yoigo, pero menospreciaron la velocidad de los amarillos y su desesperación. Ellos querían comprar el cuarto operador, pero no entendieron que MásMóvil necesitaba hacerse con él si quería tener un futuro. Peleaban con guantes contra alguien que se los había quitado y los había sustituido por un puño americano amañado con cristales rotos.

Los planes de Zegona para Yoigo eran interesantes. La sociedad de inversión tenía el objetivo de mantener un contrato mayorista de red móvil con Telefónica, optimizar la operación, hacerse con el operador del macarra de lunares que dirigía Pedro Serrahima y, más adelante, atacar el que siempre fue su objetivo final: comprar Euskaltel y consolidar el cable del norte.

Pero MásMóvil ganó la partida y los británicos, extremadamente conservadores, volvieron a mirar el mercado español con indiferencia. Martínez Peón intentó de aquella varias maniobras originales que hubieran podido reforzar aún más el precio de Telecable antes de la venta a Euskaltel.

Tuvo a punto para firmar, por ejemplo, al menos una transacción con un pequeño cablero regional que habría mejorado el ebitda del grupo y habría subido el precio. También promovió la participación en el proyecto de cable en Cantabria que finalmente se llevó Adamo. Además, formó parte de una iniciativa casi kamikaze que hubiera podido hacer surgir un nuevo operador móvil virtual que juntase la marca Virgin, a la que Zegona tiene acceso por el pasado de sus socios, y a uno de los directivos del sector más rompedores, todo con el apoyo de Telefónica.

No había falta de ideas, pero sí falta de determinación por parte de quienes ponían el dinero. Zegona ya había cambiado el chip. Prefería cerrar una transacción que le diese peso en la operadora vasca, por si había algo que rascar ahí, y conseguir una salida a su inversión.

La tercera venta

Lo consiguió con la tercera venta de Telecable, el pasado mes de mayo, una transacción que según los vascos alcanzaba los 686 millones y según los británicos, terminaría alcanzando los 701 millones. Como en un fichaje de fútbol cualquiera, vamos.

Resulta casi imposible decir que un hombre que en siete años convirtió una empresa de 110 millones en una de 700 sea un fracaso, especialmente porque entre medias fue uno de los máximos accionistas individuales de Zegona y recibió bonificaciones tanto de ésta como de Carlyle.

El problema es que Martínez Peón tampoco llegó a culminar los sueños de Don Pelayo que tuvo al frente de la asturiana. Lanzaba piedras como las lanza un directivo criado a los pechos de Telefónica, no como las tira un niño hambriento que quiere cazar un conejo. Le tocó competir con una empresa que hacía las cosas como si le fuera la vida en ello (le iba la vida en ello) y trabajaba para otra que nunca ha terminado de entender cómo funciona España.

Ahora abandona la compañía por su propio pie, en busca de otros proyectos, quizá ni siquiera relacionados con las telecomunicaciones. Euskaltel le ha ofrecido amablemente un mecanismo para quedarse en la compañía y echar un cable (nunca mejor dicho), pero difícil será que acepte después de todo por lo que ha pasado.

El directivo asturiano siempre entendió bien el negocio del fútbol y tuvo buenas ideas en el mundo de los contenidos. Hubiera querido, además, trabajar con empresas más digitales y más disruptivas. Sin grandes problemas económicos en el horizonte, probablemente por ahí vayan sus próximos pasos.

Alejandro Martínez Peón pudo cambiar el panorama de las telecomunicaciones en España, veremos qué intenta cambiar ahora.

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