Sevilla

Es un homenaje a Manuel Barbadillo, el bodeguero poeta vinculado a la Generación del 27. Cuando en 1891 nació en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) Manuel Barbadillo, su padre le regaló una bota de vino en su bautizo. Cuando nacieron sus hermanos Tomás, Pedro, Antonio y Rafael, también dio a cada uno otra vasija. Se guardaron celosamente en la Sacristía, la bodega reservada para las herencias de familia y con un “no” marcado. Un no de no tocar. Un no de no vender para conservar un legado familiar por su extrema calidad. Se les llamó “el No de los niños”.

El Grupo Barbadillo decidió convertir ese no en sí hace justo tres años. Cataron los cinco vinos. El mejor era el de Manuel, el hermano bodeguero y presidente durante décadas de la compañía, el hermano escritor y poeta que se relacionó con la Generación del 27. Manuel da nombre a Versos 1891, una serie limitada de un amontillado viejo, un jerez del que sólo se venderán 100 botellas y a 10.000 euros cada una. El jerez más caro del mundo.





Londres ha sido la ciudad elegida para la presentación de este amontillado. Un vino viejo “muy largo”, “elegante”, “complejo” y “equilibrado” como explica la enóloga Montse Molina, recién aterrizada de la capital de Reino Unido, uno de los países claves en el mercado de los vinos del marco de Jerez. Se siente una privilegiada, tanto como los que pudieron degustarlo. “Me encantó ver los ojos que ponían cuando lo probaban”, relata con deleite la persona encargada de cuidar este jerez. Y asegura que la palabra que le viene a la cabeza es “magia”.





La magia procede de la oscuridad una bodega en silencio del Barrio Alto de Sanlúcar, de una temperatura suave y fresca por la brisa marina de un viento de poniente que viene del Atlántico y de la desembocadura del Guadalquivir. Una bota de amontillado del que no se sabe si está exclusivamente el resultado de una uva palomino o una mezcla de distintas variedades, como detalla Molina.





Lo que acaba de hacer esta empresa familiar, descorchar una joya como es este vino generoso, no lo ha hecho antes ninguna bodega. Sus tesoros con más solera lo normal es que queden guardados. “Estamos seguros de que son muchos los tesoros que podemos encontrar en Barbadillo. Nuestras bodegas se fundaron en 1821, hace casi dos siglos” explica el director general de Bodegas Barbadillo, Víctor Vélez, que justifica el importante paso dado en el afán de “crear marca” y “fortalecer” Barbadillo.





Esto es importante en un contexto en el que el mercado tradicional de estos vinos, el del consumidor nacional de fino o manzanilla o consumidor de mediana edad británico u holandés de los “cream”, está en un periodo de madurez. “”Existen otros segmentos muy interesantes, un consumidor que no se identifica tanto por edad sino por gustos, estilos de vida y que ha descubierto unos vinos con cualidades y vejez extraordinarios y cuyos precios son competitivos. Tenemos una firme creencia en que apostar por la marca, es crear valor y en esas estamos”, argumenta Vélez.





Ya este grupo bodeguero goza de reconocimiento por sus buenos vinos viejos, como los Reliquia de Amontillado, Oloroso o el Palo Cortado, que goza de los 100 puntos Parker. Pero son sus productos más comerciales por los que es conocido: la manzanilla Solear, considerada la mejor del mundo por la revista Wine Spectator, o el Castillo de San Diego, el vino blanco más vendido de España, un “best seller” que, como recuerda Vélez, cumple ahora justo 40 años y llegó a “una España que era un país de tintos, y Castillo de San Diego fue una revolución que enamoró y sigue enamorando a muchos”.





Esta estrategia de fortalecer la marca con un gran vino es importante para una compañía que exporta el 40% de su producción. Están ahora en 50 países, con un peso importante en Reino Unido, Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Estado Unidos, y en 2015 se abrieron al mercado de Europa Central, Canadá y Japón. Esa búsqueda de nuevos mercados viene de lejos, porque si en 1821 nacían estas bodegas, en 1827 ya llegaban sus botas de manzanilla a Filadelfia.





“Entre versos y vino va mi vida”





Este proyecto de Versos 1891 no se repetirá. Es un proyecto “que empieza y termina aquí”, aclara Molina, que apostilla que es una serie “única y limitada”. No se sacará ni una gota más de la bota de Manuel Barbadillo. Y no se hará por la sencilla razón de que quieren “preservarlos para generaciones venideras puedan disfrutar de este vino eterno”, refuerza Vélez.





Por ser una ocasión única, se ha querido vestir de lujo a este amontillado. Uno de los cristales más puros del mundo, el de la casa Atlantis y soplado artesanalmente en Portugal, es el que da forma al tintero que lo contiene, en homenaje al poeta que ha inspirado esta iniciativa. Como cada botella es soplada y el interior del cuello se ha pulido con broca de diamantes, el corcho tiene que estar hecho a medida. Se ha cuidado tanto el detalle que, como recuerda Molina, “hasta vino un experto de Noruega para cerrar la botella”.





Las letras grabadas de la botella están escritas a golpe de arena y con metales preciosos, como el oro para Versos, mientras el platino refuerza el cuello de la botella y el borde del tapón. Pero las palabras más importantes están en la leyenda que aparece en la base: “Entre versos y vino va mi vida”.





Manuel Barbadillo (1991-1986) fue un prolífico escritor y poeta con 80 títulos publicados entre novelas, poemas (22 libros), biografías, cuentos y estudios, desde su primer Historia de un paraguas (1922) hasta su último poemario Tristezas (1981). En sus primeros años, la influencia de la Generación del 27 estaba muy presente en el estilo de su obra, una de su ellas, sus poemas del Rincón del Sol (1936), tuvo a Manuel Machado como autor de su prólogo. Su talla intelectual queda además probada en que fue finalista del Premio Nadal con una de las nueve novelas que escribió.



De etiqueta inteligente y piel





Para completar la presentación del producto, piel de Ubrique. El estuche que guarda esta botella de 10.000 euros es de piel de vacuno trabajado por artesanos marroquineros de este pueblo de la Sierra de Cádiz. El estuche, que tiene la forma piramidal del logo que desde hace 200 años tienen las Bodegas Barbadillo, contiene además una pipeta para extraer este amontillado viejo y una libreta de cuero como las que usaba el poeta Manuel Barbadillo para anotar sus rimas.





Aunque la tradición pesa sobre el nombre Barbadillo, no se ha querido descuidar la innovación. La botella incorpora la etiqueta electrónica Thinfilm y con la tecnología NFC OpenSense permite certificar e identificar con el móvil tanto la autenticidad del vino, como saber si la botella ha sido abierta o no. Un sistema a prueba de falsificadores.