Muy pocos días después de recibir el Premio Nobel de Química 2023, junto a los profesores Moungi G. Bawendi y Alexei Ekimov, por el descubrimiento y desarrollo de los puntos cuánticos, al investigador emérito de la Universidad Columbia Louis Brus le preguntaron sobre las virtudes que debe tener una persona para triunfar en la ciencia. Y su respuesta, viniendo de la cabeza de un Nobel, demostró la sencillez de las mentes brillantes. “Para ser un buen científico hay que ser inteligente, pero no necesariamente un genio”, dijo. Eso sí, añadió, “debes ser dedicado” y “saber mirar las cosas desde distintos puntos de vista”.

Para el profesor Brus, la profesión científica no puede ser sencillamente un trabajo. Debe ser tu pasión, tu hobby, una “actitud mental”, de manera que un sábado por la mañana, cuando los laboratorios habitualmente están más tranquilos, te apetezca ir a revisar tus investigaciones y, para el caso de que asomara la serendipia (cosa que no te garantiza la presencia obsesiva ante tu experimento) ésta no te sorprenda fuera de cobertura.

Durante casi tres años de relación con investigadores de muy alto nivel mundial, desde el Instituto de Ciencia Molecular de la Universidad de Valencia he observado que las apreciaciones del profesor Brus son absolutamente ciertas. No es el genio absoluto el que más lejos llega, aunque jamás (o muy difícilmente) llega el que no se sumerge en cuerpo y alma en sus investigaciones en busca del gran premio de la ciencia: ser el primero en abrir un nuevo camino que tenga largo recorrido e inciar de manera decisiva en un amplio campo.

Esto es precisamente lo que se ha premiado de Bawendi, Ekimov y Brus. Lo que el Nobel premió fue algo que impacta en la nanotecnología básica. No fue como otros premios concedidos en esta área, como al grafeno, los fullerenos o a las llamadas “máquinas moleculares”.  En este caso se reconoció la observación de un fenómeno por el cual la materia muestra diferentes propiedades según el tamaño, un concepto fundamental para todo el campo de la nanociencia y la nanotecnología, no sólo para los puntos cuánticos.

Si lo simplificamos lo máximo posible, se reconoció precisamente una manera distinta de observar. El gran atractivo de la nanotecnología surge del hecho de que ofrece herramientas químicas relativamente simples (tamaño, forma, química de la superficie) para controlar la relación estructura-propiedad de un material de una manera precisa, algo que no se tiene en general o en el mercado. En moléculas. De ahí el entusiasmo que en los últimos meses se ha trasladado en distintos editoriales en revistas especializadas, como Nature Nanotechnology.

Brus pone el dedo en una de las heridas lacerantes que la Comisión Europea trata de combatir en sus convocatorias de proyectos científicos de alto nivel: la falta de una mirada interdisciplinar de los retos que se plantean. Una gran parte de las personas dedicadas a la ciencia están limitadas por su propia formación. Una buena química inorgánica, por ejemplo, debe ser capaz de identificar un problema de física del estado sólido. Si no lo puede resolver, sabrá a quién debe recurrir para que colabore en su resolución.

Algo tan sencillo como desconocer lo que se investiga el grupo de al lado o ignorar cuáles son las relaciones entre distintos campos de la ciencia puede convertirse en un techo que impida mirar un problema desde diferentes puntos de vista.

Un buen consejo práctico del profesor es tomarse el tiempo para leer artículos fuera del campo inmediato de especialización o preguntar a los colegas por qué están trabajando en un problema determinado: ¿qué les resulta tan interesante? ¿qué les impulsa?. Y siempre buscar un mejor problema para resolver para cerrar esa brecha interdisciplinaria que aporte valor y acelere el descubrimiento, además de ser una experiencia enriquecedora. Salir de los mundos hiperespecializados en los que a menudo se ven absorbidos los científicos requiere energía, autocuestionamiento y una buena dosis de coraje.

Precisamente porque resuelve incógnitas de muy distintos campos, la nanotecnología se ha ido apoderando profundamente de diferentes industrias en todo el mundo. Ya no es un concepto nuevo, porque se ha convertido en una tecnología con propósito general que suma atributos básicos de las ciencias biológicas, físicas y químicas, aunque a escala nanométrica, donde químicamente gobiernan nuevos enlaces y propiedades o es posible la unión de fármacos y su entrega en sitios particulares que podemos programar a demanda.

El más exhaustivo informe publicado hasta el momento sobre el impacto económico de la nanotecnología en la industria estima que, sólo en EEUU, los ingresos corporativos ligados a esta área fueron de 21.000 millones de dólares en 2022. El informe ha sido publicado por la National Nanotechnology Iniciative, la estrategia del Gobierno norteamericano para el impulso de la nanotecnología lanzada en 2002 y que implica a 30 departamentos federales. Uno de sus grandes retos, hoy, es ampliar la base de investigación de las nanoaplicaciones para aprovechar ventajas y desactivar desventajas. Y para esto hacen falta científicos inteligentes y brillantes. Pero no necesariamente genios.