Hace unos días hablando con inversores israelitas me preguntaron cómo una persona como y no era tremendamente rica. Mi respuesta fue sencilla y sincera: “Creo que están confundiendo el precio del valor y el bienestar con el capitalismo. Estoy segura de que la mayoría de las cosas que les importan de verdad, no tienen precio”.  Y la conversación fluyó en el valor de la familia, la salud y la felicidad que nos da hacer cosas más allá del valor económico.

Estos días he conocido la labor de la asociación para la Economía del Bien Común, donde las empresas practican los "innovalores" pensando en las personas, el medioambiente y la sociedad, y cómo esta puede ser una manera de consolidar un futuro que se base en un retorno más allá del económico. En este sentido, Christian Felber, exponente de la economía del bien común, nos apela a superar la dicotomía entre capitalismo y comunismo para maximizar el bienestar de nuestra sociedad.

Más allá de sistemas democráticos, el concepto "innovalores" me ha parecido muy acertado y urgente en estos tiempos. La innovación es llevar nuevas ideas al mercado con un retorno económico y/o social. Es momento de que la innovación, especialmente tecnológica, respete unos valores básicos en cualquier producto, servicio o modelo de negocio, como la sostenibilidad, la ética empresarial, el desarrollo responsable o el respeto y compromiso con las personas. La ética, la confianza o la diversidad, además de ser valores que los consumidores reclamamos, apreciamos y pagamos, son necesarios.

Si todas las empresas o gobiernos adoptaran estos "innovalores", la humanidad y el planeta cambiarían por completo. Probablemente, este año será el de la historia de la humanidad que más conocimiento y datos generaremos y, la verdad, no se nota. Ahora nos matamos de manera directa, efectiva y eficiente con las mejores tecnologías, pero por temas muy viejos como el poder, el control del territorio o los recursos, además de cargarnos el planeta y ampliar las desigualdades.

Hoy en día tenemos suficiente tecnología y conocimiento en el mundo para producir todos los alimentos, agua, conectividad y energía de manera sostenible para los ocho billones de personas que somos. Lamentablemente, las fronteras, las "egocracias" y el capitalismo malentendido, permiten que el 25% de la población mundial no tenga acceso al agua potable o, en nuestro caso, esté empezando a ser un problema de producción alimentaria, por poner un ejemplo.

Si lo pensamos bien, no tiene sentido que nos carguemos los acuíferos o el planeta en sí, y tengamos que desalinizar el mar para poder tener agua potable o buscar soluciones de descarbonización a marchas forzadas. No tiene sentido que tengamos que provocar lluvia artificial o crear ciudades burbuja porque no somos capaces de ponernos de acuerdo para no llegar al punto de no retorno en el cambio climático.

No tiene sentido que digitalicemos el mundo y entonces tengamos que protegernos con ciberseguridad para evitar que los datos de nuestra vida o empresa estén en riesgo con el hacking ético. No tiene sentido que utilicemos drones para enviar bombas y después los enviemos con medicamentos. No tiene sentido que consigamos acceder al cerebro humano con un ordenador para ayudar a enfermos y tengamos que inventar el firewall de ideas.

Hemos pasado todos a digitalizar nuestras vidas dando un valor (que no precio) incalculable al móvil cuando no nos damos cuenta de que sólo es la puerta de entrada a los datos de nuestra vida, que no somos conscientes ni dónde están, ni quién los utiliza, ni para qué y que vamos a tener que revertirlo en breve.

Hemos creado tecnologías que en las manos no adecuadas provocan que necesitemos crear “contratecnologías éticas” para revertir sus efectos y solucionar problemas que nos creamos nosotros mismos. En lugar de hacernos trampas al solitario, ¿no sería más fácil concentrar los recursos, la tecnología y los esfuerzos en crear en lugar de minimizar daños? 

La inteligencia artificial, la blockchain, las tecnologías del espacio, el hidrógeno, Crispr o el quantum son tecnologías transformadoras con un potencial para solucionar muchísimos problemas. Estas tecnologías suponen también un reto global para nuestras democracias, la salud, las cadenas de suministro, el uso de los recursos y el planeta en sí. Así que, en definitiva, esto no va de tecnología, va de valores y ahí está la diferencia entre precio y valor, todo tiene un precio, pero hay decisiones que tienen un valor incalculable.

PD: En la era del humanismo tecnológico, cuidado con los tóxicos, troyanos y trolls y rodearos de Sinergentes que siempre suman aptitudes, conocimiento, equipo y valores.