Los gigantes tecnológicos globales parecían empresas inalcanzables, tal era es el statu quo que da su inmenso tamaño y poder económico en el actual mundo digital global. Este selecto grupo de compañías había creado de facto y liderado el nuevo mapa de la segunda digitalización, marcando su evolución e induciendo prácticas cotidianas hacia formas de uso interesadas de la tecnología en las vidas de miles de millones de usuarios ligados a sus aplicaciones informáticas.

Incluso hay un acrónimo muy usado en el mercado estadounidense que las identifica, al modo bursátil que la prensa económica usa en sus informaciones. Dicho acrónimo es GAFAM, o los Cinco Grandes como FAAMG, que señalan a Alphabet, –antes Google–, Amazon, Facebook –ahora Meta–, Apple y Microsoft, como los gigantes tecnológicos dominantes del panorama tecnológico mundial (si excluimos a los de China). Estas empresas tenían tal poder que parecían habitar dominios tecnológicos globales inexpugnables, tal era su nivel de rentabilidad económica y su articulación del statu quo tecnológico mundial, sobre todo, en el mercado global de internet.

Sundar Pichai, CEO de Google, en la Conferencia Google I/O.

Sundar Pichai, CEO de Google, en la Conferencia Google I/O. Google

Pero no solo los usuarios contribuimos activamente como 'siervos' acríticos, sino que también lo hacen las empresas anunciantes y comercializadoras del mundo online, desde las grandes marcas globales a las pequeñas, que se creen a pies juntillas las métricas presentadas por las plataformas, bastante falsas de facto, en su inmensa mayoría pero creídas como ciertas, al modo de una suerte de creencia a la que irónicamente Hans Magnus Enzensberger llamaba el 'Evangelio Digital', y el filósofo Javier Echeverría describe como 'Tecnoreligión'.

Por ejemplo, nos creemos incuestionablemente las métricas de audiencia de la música a través de internet de Spotify cuyo tiempo medio de escucha para sus canciones es de apenas 20 segundos. Eso no es 'escuchar' una canción, es oír un anuncio publicitario que cuenta como una 'escucha', pero no es tal. Y en ese tipo de métricas factualmente falseadas se basan las audiencias de todo tipo en el Internet social, desde las de músicos, youtubers o streamers, a las de cualquier celebridad, influencer, etc. Es un mundo fantasiosamente falso que se percibe y se difunde por todas partes al modo del citado 'evangelio digital' como el único verdadero.

Esto es así no solo en el fondo, sino hasta en la forma empresarial. Conservo desde nuestro último encuentro la tarjeta suya que me entregó Vinton Cerf, –considerado uno de los padres de Internet, quién con su equipo en colaboración con Robert Kahn, diseñó el conjunto de protocolos TCP/IP (Transmission Control Protocol/Internet Protocol), que son la base central del funcionamiento de las redes de Internet. El cargo que pone en letras de molde en la tarjeta que me dio Vint es el de: "Evangelista Jefe de Google".

Los tiempos (digitales) también están cambiando

Casi sesenta años después de su aparición en vinilo me sirve para describir lo que pasa ahora extrapolando el título de la canción The Times They Are A-Changin' (Los Tiempos Están Cambiando) de Bob Dylan, que se convirtió en un himno clásico "para tiempos difíciles", y sigue revistiendo ahora más actualidad que nunca, en estos tiempos actuales del cambio climático al limite, de nueva guerra en Europa, de pandemia global, tras un presente que, hace poco parecía ilimitado y próspero.  

No obtante, hay algo novedoso ahora mismo. Empiezan a percibirse grietas cada vez más evidentes en el aspecto y la conducta de las durante años inexpugnables fortalezas de los gigantes tecnológicos globales. Seguramente tiene que ver con su gobernanza, que ya es cosa de fundadores.

Ya no están al frente, por ejemplo, de Google/Alphabet Serguéi Brin y Larry Page; ni al frente de Amazon, Jeff Bezos, sino mercenarios gestores con sueldos millonarios. Algo que, irónicamente, contradice completamente la frase del gigantesco cartel de más de seis metros de largo que colocó el fundador de Cadabra, luego Amazon, en la pared de fondo del garaje donde arrancó su empresa, que rezaba: "¡Queremos misioneros y no mercenarios!".

Esa idea era uno de los principios fundacionales del espíritu y la doctrina innovadora de Silicon Valley, lugar simbólico y 'faro tecnológico' de una explosión de innovación tecnológica que asombró en todo el mundo. De aquella explosión de innovación hemos llegado a que los usuarios de Google hayan abierto en Internet un cementerio de innovación con las aplicaciones tecnológicas que la empresa ha 'matado' de buena gana, en contra de la opinión de sus propios usuarios.

Esto no nos pilla de sorpresa, porque ya hace tiempo que se percibe en Silicon Valley un cambio de época hacia su declive, y sobre todo de filosofía empresarial. De aquellas empresas que se fundaron en ese valle por jóvenes visionarios para cambiar el mundo con la tecnología y "hacer del mundo un lugar mejor" (O'Reilly), hemos pasado al paradigma de esforzado CEO, que no fundador, aplicador radical del principio activo de Milton Friedman de maximizar el beneficio para sus accionistas. Ya mismo, al precio que sea, y sin mirar las consecuencias para usuarios y sociedad.

El resultado de esa conducta se puede resumir en tres factores genéricos que acaban emergiendo de esta visión cortoplacista. En primer lugar, la tendencia al monopolio global con eliminación suicida, comprando y cerrando empresas más innovadoras en su nicho de mercado, sin incorporar su innovación.

El segundo, el abandono de la innovación continua como guía y vector principal de la dinámica de la empresa, además de otros factores secundarios relacionados a los trucos sucios contra la competencia abierta, engaños en la actividad comercial, (el catálogo de trucos engañosos en precios dinámicos y en relación con ventas de terceros, en la plataforma online de Amazon, cuyo sistema de recomendación sesgada y su Amazon Turk, ejemplifican muy bien). 

El tercero, el de la actividad de maltrato al talento interno de los recursos humanos, algo ya propio de grandes 'dinosaurios' o gigantes empresariales cuyo tamaño lleva a menospreciar, precisamente, la actividad de las pequeñas empresas que, como obvio, son las que innovan verdaderamente.

Como dijo Steve Jobs, "las ideas deben prevalecer, si no, los mejores no se quedarán" (en la empresa). Pero esa, al parecer, no es una filosofía compartida por los nuevos CEOs mercenarios, mucho más atentos al mundo financiero que a la innovación tecnológica y empresarial.

El abandono de la innovación en la empresa lleva al 'código rojo'.

Sin embargo, no en todos los lugares se hace lo mismo con la innovación, que es una fuerza muy poderosa. Ni siquiera los poderosos CEOs y ejecutivos que la dejan de lado o la intentan asesinar en pro del beneficio a corto, consiguen matarla. Es una visión que acaba conduciendo a que la vanguardia más incipiente les pase inesperadamente por encima a sus empresas dejándolas atrás.

Y, al parecer, le está pasando ya nada menos que a la poderosa Google. Open AI una startup de inteligencia artificial (bueno, de machine learning con aprendizaje profundo, en realidad) lo acaba de hacer con un movimiento disruptivo, –yo diría, a la altura del que provocó Steve Jobs con la presentación del su primer iPhone–.

Open AI nació como una startup de 'filosofía abierta' aplicada a la investigación en inteligencia artificial (IA), sin ánimo de lucro, con el objetivo declarado promover y desarrollar inteligencia artificial "amigable" de tal manera que, –según dicen–, beneficie a la humanidad en su conjunto. La organización tiene como objetivo "colaborar libremente" con otras instituciones e investigadores al hacer que sus patentes e investigaciones estén abiertas al público.

Ahora es una total rara avis. Entre los fundadores hay algunos muy famosos, como Elon Musk o Sam Altman, que confesaron al cofundarla en 2015, haber invertido en ella motivados en parte por sus preocupaciones sobre el riesgo existencial que pueda generar la inteligencia artificial general, o de la emergencia de una 'superinteligencia' artificial. No se si siete años después piensan lo mismo.

En este caso, se cumple la comparación típica: una pequeña empresa Open AI, radicada en San Francisco, con solo 169 empleados, saca al uso general del público su ChatGPT, basado en el modelo de modelo de aprendizaje profundo o 'transformer' (Generative Pre-trained Transformer, Transformador Generativo Pre-entrenado) GPT-3  de Inteligencia artificial, del que ya hablé en estas páginas hace dos años,  y que consigue que lo utilicen más de un millón de usuarios en solo cinco días, ya que es un chat en el que la gente obtiene interacción y respuestas de una tremenda espectacularidad.

Frente a ella, el ahora gigante Google, parece su polo opuesto, más preocupado por cosas como su posicionamiento de relaciones públicas en lugar de su posición en la frontera de la tecnología, sobre todo, después de declarar en la 'empresa un 'código rojo' interno (una expresión de la nueva jerga empresarial que se podría traducir como algo así como 'alerta total' o 'zafarrancho de combate empresarial') tras el tremendo y súbito impacto del hype o 'subidón global' en el ámbito informativo, que ha provocado el impacto del éxito del ChatPGT de Open AI. Algo que le ha movido violentamente su trono de las tecnologías de búsqueda, en el que llevaba instalado Google desde el lanzamiento de su extraordinario algoritmo de búsqueda, razón de ser inicial de la empresa.

La amenaza que avanza el citado 'código rojo' es que la gente pueda abandonar las búsquedas en Google, hoy de explotación publicitaria hiperintensiva, y trufado de trampas. Según el New York Times, la dirección de Google ha emitido ese 'código rojo' empresarial interno, y tras él, el CEO Sundar Pichai, está redirigiendo a toda prisa a diversos equipos en la empresa para enfocarse urgentemente la "creación de productos de IA". Y aún más, The Times, ha confirmado que una serie de directores de áreas tecnológicas han recibido encargos urgentes y perentorios para crear y desarrollar 'productos de IA' de generadores de arte y gráficos, similares al DALL-E también de OpenAI, que ya utilizan, súbitamente, millones de personas de todo el mundo. 

Un 'Riesgo Reputacional' que podría traducirse en debacle económica

La cosa es absolutamente seria y vertiginosa. Un fuerte 'riesgo reputacional' en un gigante como Google podría devenir en bola de nieve económica. Para explicarlo en cifras, Sridhar Ramaswamy, supervisor del equipo de anuncios de Google entre 2013 y 2018, ha declarado a Insider que ChatGPT podría impedir o evitar que muchos usuarios hagan clic en los enlaces de Google con anuncios, que generaron 208.000 millones de dólares –el 81% de los ingresos globales de Alphabet/Google–, en 2021.

Hay coincidencias curiosas. Poco antes de la salida al público de ChatGPT, Zoubin Ghahramani, director del laboratorio de IA de Google Brain, declaró en The Times, que los chatbots "no son algo que la gente pueda utilizar de forma fiable a diario", pero eso lo dijo antes de que se publicara ChatGPT.

Otra cosa sorprendente, o 'excusa' novedosa, según se mire, es la razón aducida para el inesperado 'código rojo'. Según Sundar Pichai, CEO de Google, es que una compañía 'grande' como Google tiene mucho mayor "riesgo reputacional" que startups como OpenAI al lanzar una nueva tecnología al público. Algo confirmado por Jeff Dean, responsable de IA de Google, no sabemos si solo para dar la razón a su CEO, que explicó a la CNBC que, a pesar de contar con productos y capacidades tecnológicas de inteligencia artificial, su empresa ha de tomar decisiones "más conservadoras que una 'pequeña' startup". En cualquier caso, veremos más crisis así. Lo 'reputacional' se ha vuelto decisivo.

Por otra parte, ese conservadurismo crece cuando la compañía está gobernada en realidad por un consejo plagado de grandes accionistas que tienen, en general, un miedo o aversión cerval al riesgo. Para conjurar ese miedo de origen 'financiero' ya se están lanzado exorcismos. Morgan Stanley ha publicado a los pocos días, que esta consultora cree que ChatGPT no será una gran amenaza para la posición de Google, porque la empresa sigue 'mejorando' su motor de búsqueda y modelos de lenguaje.

A pesar de que la propia Google cuenta con tecnología de modelos lingüísticos como LaMDA, BERT y MUM AI, que, supuestamente, usa para mejorar su propio motor de búsqueda, están justo en el mismo nicho de competencia que ChatGPT. MUM, –siglas de Multitask Unified Model (Modelo Unificado Multitarea)–, ya puede entender información de distintos medios, como páginas web o fotos, pero parece que no ha sido suficiente.

Además de la prevención del peligro de "riesgo reputacional" y reconocida la amenaza a su buscador ya confesados por el CEO de Google, Sundar Pichai, lo que está pasando tiene toda la pinta de que el lanzamiento de ChatGPT por Open IA ha pillado desprevenido al gigante y al antiguo líder de innovación Google.

Es sabido, casi obvio, que quien lanza algo tecnológico 'disruptivo' e innovador en el momento oportuno, pero antes que los demás al público, si acierta, obtiene una enorme recompensa. Recuerden que eso lo hizo en 2007 Apple con el primer iPhone como está aún en la mente de todos, –o eso creíamos–, y hoy es la primera empresa en capitalización y liquidez del mundo. Y, al contrario, si acabas preso de miedo a la innovación, por ejemplo, por el 'riesgo reputacional' en un mercado tan darwiniano, te acaban pasando por encima y eso te puede conducir a otro riesgo mucho mayor, al riesgo existencial para la empresa.