Hace unos años, me planteé un particular proyecto: contabilizar a todos aquellos 'gurús' que cada día me escriben para tratar de tener su momento de gloria en los medios. Bajo esa amplia definición englobaría a un sinfín de perfiles distintos, desde aquellos conferenciantes que viven de un discurso manido sin contenido hasta aquellos directivos que, caídos en desgracia, siguen vendiendo las bondades de su labor. También a aquellos emprendedores que solo venden humo o a quienes hacen del 'facilitar conexiones' su único modo de vida.

La idea pronto murió de éxito: eran demasiadas personas, demasiados nombres que anotar en una lista que se antojaba infinita. E, irónicamente, algunos de estos 'gurús' defienden la lucha contra los 'falsos gurús'. Demasiado dolor de cabeza tratar de desentrañar el sinsentido en que, a veces, se ha convertido el ecosistema de innovación y digitalización. 

No sólo en nuestro país, porque ejemplos de este fenómeno encontramos en todos los lugares del mundo, incluso en las más altas esferas de la tecnología. Esta misma semana conocíamos el desenlace judicial de Elizabeth Holmes, la 'nueva Steve Jobs' de la tecnología, la niña mimada de los fondos de inversión. La misma que prometía análisis de sangre completos con una mísera gota, con todos los científicos escandalizados y a quienes nadie escuchó. Y la misma Holmes que, a sus 37 años, enfrenta ahora no sólo el ostracismo sino también la cárcel.

Hay muchos más ejemplos. Marissa Mayer, pese a su fracaso en remontar la historia de Yahoo y su controvertida salida -con la empresa en absoluto declive, vendida a Verizon por los restos, ella se embolsó 23 millones de dólares para abandonar la compañía-, ha logrado seguir en el candelero del sector con una incubadora de startups, dando charlas y ofreciendo su 'asesoría' experta. O Léo Apotheker, quien pese a su desastroso trabajo en SAP y hundir HP en apenas un año (con una caída de las acciones del 40% durante su mandato y escándalos judiciales como el de la compra de Autonomy), se las ha apañado para formar parte de las juntas directivas de empresas como KMD, Unit4, Signavio o Appway.

Estos son solo tres nombres, representativos tan solo de la capa superior del fenómeno 'gurú': aquellos que han dirigido empresas con visibilidad pública. Obviamente, es difícil encontrar escándalos en quienes solo dan charlas, formación o 'facilitan contactos' dentro del ecosistema: su falta de valor les otorga el beneficio de la exención de responsabilidades. Con esta clase de personajes, lo único que queda es resignarse a su presencia y esperar a que su propia irrelevancia les haga caer con todo el peso del karma.

Y es que parece que necesitamos que haya 'gurús' que expliquen y guíen por el camino de algo tan desconocido -y en ocasiones amenazante- como la innovación. Incluso aunque lo que digan sean generalidades, banalidades o directamente mentiras y engaños. Incluso aunque su papel sea poco menos que el de un títere que se embolsa grandes cifras por dar conferencias reiterativas y en las que anima poco menos que a pensar "fuera de la caja", a "buscar tecnologías disruptivas", a "no perder el tren de la digitalización" o a "usar metodologías 'agile' y el trabajo colaborativo".

Discursos en los que darnos de bruces con una serendipia resulta imposible, pero que parecen necesarios para que gran parte de la masa se interese, al menos, por todos estos temas. ¿Qué pasaría si quitáramos a todos esos 'gurús' de la escena pública? Quizás sea una utopía, pero estaría bien un gran pacto, un compromiso de empresas, gobiernos (que financian muchas de estas acciones) y medios de comunicación para restar protagonismo a esta clase de figuras.