Con muchos peros y no pocas notas a pie de página, pero el tejido productivo español ha sabido adaptarse y competir en un mundo globalizado y cada vez más competitivo. ¿Será capaz de hacer lo mismo en la era de la Industria 4.0? Los datos del Gobierno no anticipan un inicio muy prometedor, pero desde luego se está a tiempo de corregir el rumbo.
España es la economía número 11 en los 14 países del mundo en transformación digital, según un informe de Accenture y Oxford Economics. Los informes nacionales e internacionales, en líneas generales, demuestran que España arranca siempre con desventaja y cierto desconcierto en la carrera digital.
Pero los mismos informes también evidencian que no es por falta de talento, sino más bien por falta de apoyos públicos y privados, de lo que se llama un ecosistema innovador fuerte. Y para que ello sea posible es necesario una adecuada regulación del uso de las tecnologías emergentes que marque unas reglas de juego, unos beneficios, pero también unos límites.
Sin reglas de juego estamos condenados a esperar a comprobar el resultado de experiencias en otros países más “atrevidos” o sencillamente más conscientes de la realidad que está a la vuelta de la esquina. La digitalización empresarial, en cualquier caso, será también la primera revolución industrial de la que Europa no es protagonista. El partido se está jugando en otros campos, en Estados Unidos y en Asia, principalmente. Por más que hay países como Inglaterra, Alemania o Francia que tienen planes, fondos y voluntad de no perder el tren, España tampoco es en este caso una isla en el conjunto de nuestros socios.
Es importante que la normativa europea avance y logre impulsar una digitalización que no dejará ajeno a ningún sector ni a ninguna empresa. Los próximos años serán fundamentales para definir este nuevo escenario que destruirá unos empleos pero creará otros, que dejará en la cuneta a las empresas que no sepan adaptarse pero que generará muchas nuevas oportunidades de negocio.