Invertir es una actividad cerebral. Pero esta afirmación no responde únicamente a la ciencia que hay detrás de los números. También incluye el factor emocional que, en la búsqueda de la mejor rentabilidad, influye tanto o más que las matemáticas en la toma de decisiones: hasta un 70%, según los expertos en economía conductual.

Y es que, frente al análisis de las cifras y al estudio de todas las variables implicadas en este proceso, el peso de las emociones en este campo es mayor de lo que se podría esperar. A juicio de Diego Valero, presidente de Novaster, en el documento formativo El efecto de las emociones en nuestras inversiones personales elaborado por Banco Sabadell junto a Esade, esto es lógico "porque no todos somos iguales y ni siquiera nos comportamos igual en el tiempo". Y esto, conocido como rasgos individuales, afecta tanto a la aversión al riesgo, un concepto clave para todo inversor, como a la percepción global de la realidad, más aún en un contexto como el actual, marcado por la COVID-19.

La explicación detrás de este efecto se encuentra en los denominados sesgos. Básicamente son unas 'palancas' que, en cierto modo, automatizan la toma de decisiones y actúan a un nivel subconsciente de acuerdo al sistema de creencias, valores y percepciones de la persona. Y aunque este mecanismo es algo natural que se activa de forma innata cada vez que nos enfrentamos a una disyuntiva, no necesariamente económica, también tiene su importancia cuando la decisión exige un proceso más reflexivo. Incluso con toda la información relevante en nuestra mano y los datos más asépticos, estos sesgos también pueden decantar la balanza de antemano ante los dilemas.

"Tenemos que considerar el comportamiento de las personas, que no es necesariamente un comportamiento racional. Tampoco irracional, es sencillamente humano", reflexiona Valero en el documento. Basándonos en la teoría del Premio Nobel de Economía en 2002, el psicólogo Daniel Kahneman, nuestro cerebro trabaja en dos niveles de pensamiento, el automático (sistema 1) y el reflexivo (sistema 2). El primero es el responsable de la gran mayoría de nuestras decisiones porque es fácil, rápido, inconsciente; el segundo solo actúa en procesos deductivos, es más lento y laborioso, controlado y autoconsciente. Usamos mucho más el primero porque, aun cometiendo errores, es útil.

Dado que el cerebro consume un cuarto de nuestra energía diaria, se 'autoprotege' entrando a trabajar solo en determinadas decisiones, el resto lo fía al proceso automático. Y este proceso, como decíamos, comete errores, pero que son sistemáticos y predecibles, porque actúan siempre de una misma forma. A estos errores se les llama en psicología sesgos, y esos sesgos los aplicamos al proceso de toma de decisiones económicas y fi­nancieras.

Más allá de la aversión al riesgo

Los sesgos pueden ser cognitivos (errores de percepción) o emocionales (influencia de nuestro estado de ánimo). Muchos expertos demandan que estos sesgos se incluyan también en los modelos que tratan de perfilar a los inversores. Actualmente, los modelos que se manejan de forma generalizada tienen como parámetro principal la aversión al riesgo del inversor: más conservador si prefiere una cartera con menor volatilidad y rentabilidad pero más segura; moderado, en el que la exposición al riesgo tolerada es intermedia; o más agresivo, si se decanta por aquellos valores que le pueden reportar más beneficios pero con mayor riesgo.

Valero destaca que este sistema se queda corto hoy en día dado los conocimientos que se tienen sobre la materia, y que se deben configurar modelos en los que los sesgos tengan más protagonismo. Puede que sean más completos, pero el presidente de Novaster también reconoce que estos perfilados tienen sus limitaciones porque "los sesgos cognitivos y emocionales se mezclan y todavía tenemos que descubrir cuál es el que presenta una mayor magnitud".

Para este experto, las estrategias más óptimas para paliar estos efectos y tomar las mejores decisiones posibles en las finanzas personales "pivotan en torno a lo que podemos llamar un plan de inversión asesorado y personalizado, un plan escrito y elaborado expresamente para cada inversor y al que consultemos cada vez que un sesgo nos haga dudar de lo realizado. Esto se logra con un buen asesor conductual de inversiones", concluye.

Esta figura es clave a la hora de eliminar los sesgos personales dado que su labor principal es hacer compatibles los objetivos financieros del inversor y sus características, especialmente las psicológicas. Solo así, estableciendo un análisis basado en el conocimiento de la personalidad del cliente, es capaz de "gestionar el dinero de la manera esperada por el inversor a través de un enfoque consistente y sistemático".

Tomar distancia y perspectiva

Federico Servetto, Director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell, añade a la visión del experto las ventajas que, en su opinión, tienen los asesores para "combatir y limitar esos sesgos que, en muchos casos, nos juegan malas pasadas a la hora de tomar decisiones de inversión". Por ejemplo, "el asesor evalúa la situación con cierta distancia, lo que le aporta perspectiva; además, cuenta con formación y experiencia específica". Dicho de otra manera, "se podría crear una analogía entre esta figura del asesor financiero y la de un psicólogo o médico que aconseja con perspectiva, profesionalidad y experiencia sobre las mejores prácticas o tratamientos a sus pacientes".

El contexto que ha provocado la crisis de la COVID-19 "vuelve a remarcar esta tendencia" y ha incidido en la manera de invertir precisamente por el impacto en los sesgos personales; en las inversiones, ante la "incertidumbre y volatilidad lo mejor que se puede hacer es estar preparados", explica Servetto en el documento formativo.

Calma, paciencia y diversificación

Por ello, continúa el experto de Banco Sabadell, "la clave es tener el dinero invertido correctamente diversificado y con un nivel de riesgo basado en nuestro perfil como inversor, pero siempre teniendo en cuenta cómo nos afectan nuestros sesgos personales". Algunos de ellos son relativamente comunes, como el del "instinto de huida, que podemos relacionar con el sesgo emocional de aversión a la pérdida en los momentos de elevada incertidumbre", explica Servetto. Para enfrentar este efecto, "tenemos dos herramientas: la calma y la paciencia para esperar que el mercado se estabilice y se dé paso a nuevas oportunidades".

Pero esta recomendación, aclara Servetto, es válida no solo para desembolsos o inversiones sino, muy especialmente, a la hora de vender un activo financiero. "Generalmente la decisión de compra se medita y estudia con mayor detalle, mientras que el momento de la venta se reflexiona poco y suele estar influenciado por elementos externos como el contexto. Este es uno de los principales errores", explica. "Hay que elegir el momento de vender y no dejar que el momento nos elija a nosotros".

Actuar con esa mesura es una de las ventajas de trabajar con un asesor financiero que imponga esa pausa en los momentos clave que ayude a respetar los horizontes temporales. O también, como señala el Director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell, reducir la influencia del ego, "dado que suele darnos señales engañosas y que puede llevar a infravalorar o incluso estigmatizar el papel del asesor financiero profesional, cuando la experiencia señala justamente lo contrario: asesorar consiste en estar en todo momento brindando apoyo y seguimiento en las inversiones". Se trata, pues, de crear una relación de confianza con el cliente y ayudarle a tomar las mejores decisiones.