La pregunta, que intriga a investigadoras e investigadores, organizaciones y gobiernos, se ha vuelto un asunto prioritario ante los datos más recientes sobre la participación y la opinión política de las nuevas generaciones.
La Encuesta Iberoamericana de Juventudes (2024), realizada por el Organismo Internacional de Juventud para Iberoamérica (OIJ), en colaboración con el Latinobarómetro y con el apoyo del Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF), indica que, en promedio, las personas jóvenes de la región se adhieren en un 9% menos que las personas adultas a la democracia.
Este dato no refleja, necesariamente, que las juventudes se aproximen a la visión autoritaria, aunque apunta a cambios profundos en la forma en la que perciben, evalúan y se relacionan con las instituciones democráticas.
Como consecuencia, entender esta transformación exige observar el contexto económico, social y cultural en el que se desarrolla.
En este sentido, es esencial revisar el perfil de las juventudes y comprender sus transformaciones. A lo largo de la historia, estas cumplieron un rol estratégico en la defensa, institucionalización y consolidación del estado de bienestar de los sistemas democráticos.
Hoy, esta tarea resulta ser aún más compleja, pues está presente un período marcado por cambios tecnológicos acelerados, múltiples crisis y una fuerte incertidumbre global.
Si hacemos propia la clasificación más utilizada en nuestra región —que considera jóvenes a las personas de entre 15 y 29 años—, constatamos que las personas más jóvenes de esta franja nacieron después de la crisis financiera de 2008.
Por el contrario, las personas mayores llegaron al mundo cuando la mayoría de los países iberoamericanos ya habían concluido sus procesos de transición democrática.
La experiencia generacional, por lo tanto, es radicalmente distinta. Para la mayoría de estas, y estos jóvenes, la democracia no fue una conquista por la que tuvieron que luchar. Al contrario, siempre estuvo presente como telón de fondo, formando parte del "escenario natural" en el que crecieron.
Este factor ayuda a explicar por qué las referencias de las generaciones anteriores —como la censura, la represión política o la ausencia de libertades civiles— no están tan vivas en el imaginario actual.
Y también por qué la democracia, para las juventudes, aparece muchas veces asociada a las frustraciones y desigualdades de un sistema económico que, en la práctica, no les ofrece perspectivas de futuro.
Según la mencionada Encuesta (OIJ, 2024), cerca de dos tercios de las personas jóvenes iberoamericanas afirman estar "poco" o "nada satisfechas" con el sistema democrático en sus países.
Ilustración creada por la OEI.
Esto revela una percepción basada en que las instituciones no están cumpliendo lo que prometen, lo que da lugar a una generación de promesas incumplidas. Este desajuste, además, abre un espacio tanto para el cuestionamiento legítimo como para la atracción de discursos extremistas.
El escenario económico y social refuerza esta insatisfacción. Un título universitario ya no es garantía de un empleo estable y protegido. Los salarios muchas veces no cubren el costo de vida necesario para formar una familia.
Igualmente, comprar una vivienda se ha convertido en un objetivo casi inalcanzable, y la jubilación parece ser un privilegio que quedó reservado a nuestras madres, padres, abuelas y abuelos.
En España, por ejemplo, apenas el 15,2% de las personas jóvenes viven fuera de la casa de sus padres —el porcentaje más bajo del segundo semestre desde 2006—.
Esta realidad se repite, con variaciones, en varios países de Iberoamérica, lo que refleja la dificultad de conquistar la plena autonomía, y redefine entonces el concepto de emancipación juvenil.
¿Cómo esperar, entonces, que las juventudes defiendan con entusiasmo una democracia que no construyeron, de la que no tienen referencias concretas de lo que había antes, y que, en el presente, no garantiza las condiciones materiales para alcanzar sus sueños?
Reimaginar la democracia
Este proceso no es un simple ajuste institucional, sino una transformación que considera nuevas realidades, lenguajes y formas de participación.
Hoy, cerca de la mitad de la juventud no se siente tomada en cuenta en las decisiones públicas y cree que la clase política ignora los problemas que más le afectan.
Ante esto, para avanzar en este proceso es necesario considerar al menos dos elementos centrales. En primer lugar, la relación de esta generación con el mundo digital.
Se trata de la primera generación nativa de internet, que nunca conoció un mundo sin redes sociales, aplicaciones y una comunicación instantánea.
Mientras que quienes hoy tienen más de treinta años vivieron la transición de lo analógico a lo digital, las juventudes actuales nacieron conectadas.
Desde una temprana edad, sus relaciones sociales, sus fuentes de información, e incluso sus formas de compromiso político, se han encontrado mediadas por las plataformas digitales.
Es ahí donde construyen sus comunidades, pero también donde se exponen a la desinformación, a los discursos de odio y a la manipulación algorítmica.
La democracia necesita actualizarse
Regular este entorno, garantizar los derechos y responsabilidades, proteger a las niñas, los niños, los adolescentes y jóvenes, y democratizar el acceso a la tecnología son tareas urgentes.
Esto requiere acciones estatales coordinadas, inversiones en las competencias digitales y una presencia más efectiva de los gobiernos en las plataformas que moldean la opinión pública.
Al mismo tiempo, es fundamental reconocer que el espacio digital no sustituye completamente la experiencia presencial, lo que da lugar al segundo elemento: la necesidad de recomponer el tejido social en el mundo físico.
La democracia se fortalece diariamente junto con las instituciones, las asociaciones vecinales, los colectivos culturales, los sindicatos, los partidos y los movimientos sociales.
Sin embargo, apenas el 28% de las personas jóvenes cree que los partidos políticos representan sus intereses, y solo el 38% participa en colectivos comunitarios, culturales o educativos.
Si los algoritmos priorizan contenidos que generan cierta polarización y conflicto, la vida comunitaria presencial exige diálogo, cooperación y empatía.
Experiencias como las acciones voluntarias ante los desastres, las campañas de construcción de viviendas y los comedores comunitarios muestran que las juventudes pueden comprometerse de manera concreta, y solidaria, cuando encuentran espacios de actuación.
Estas discusiones se posicionan en el centro de la más reciente iniciativa del OIJ. Tras la cumbre "Democracia Siempre", convocada por líderes como Sánchez, Lula, Orsi, Petro y Boric, el organismo correspondiente fue el encargado de crear un Observatorio Multilateral de Juventudes Frente al Extremismo.
El objetivo es comprender, con datos y análisis comparativos, cómo las nuevas generaciones se relacionan con la democracia y de qué forma pueden ser una parte activa de su renovación.
Esta misión involucra a los gobiernos, las organizaciones juveniles y los especialistas, y dentro de esta deben buscar estrategias comunes para toda Iberoamérica.
En ese sentido, comprender el papel de las juventudes en la sostenibilidad de nuestras democracias es fundamental. Pero no basta con entender: es preciso invitar e integrar a estas y estos jóvenes en la construcción de soluciones.
Las juventudes no van a defender un régimen que no les está ofreciendo una buena vida en el presente, ni esperanza en el futuro.
Para garantizar el porvenir del régimen democrático, este debe abrirse a nuevas formas de participación y distribución del poder, asumiendo compromisos reales con la justicia social, la igualdad y la sostenibilidad.
Así pues, en un mundo caracterizado por las crisis ambientales, económicas y geopolíticas, el futuro de la democracia dependerá de su capacidad para reimaginar la esperanza y las oportunidades.
Y esta tarea solo será posible si las juventudes son reconocidas no como una amenaza o un problema, sino como las protagonistas de la transformación que tanto necesitamos.
