Son múltiples las razones por las que metimos y cómo podemos mentir, desde la que se nos ocurre sobre la marcha hasta la más estudiada trama. Mentiras para proteger, para protegerse, para ser aceptados, para impresionar, para divertirse, para hacer daño..., y mentiras “sin sentido”, esas que ni uno mismo sabe por qué ni para qué.

 

Suelen tener una finalidad, pero en las personas que mienten de forma patológica-compulsiva (mitomanía) no suele haber una conciencia que elabora sino una costumbre que se mantiene en el tiempo, una adicción, un aprendizaje ya desde pequeño y con referentes en casa, y aunque tenga consecuencias de ser pillados hay mecanismos muy potentes que empujan a seguir mintiendo, de ahí el apelativo de compulsivo: Te salen solas, son inevitables. 

Nunca en una de sus mentiras se muestran perjudicados y si son elaboradas, el contenido es la creación de una historia en la que el que miente se siente el héroe, distinto, grandioso. Cuando en estas circunstancias mentir es algo que no se puede controlar y crea malestar o problemas en el entorno, es necesario el tratamiento psicológico, que por cierto es la única opción de tratamiento contra el hábito de mentir. No existe ningún tratamiento farmacológico con efectividad alguna. A veces vemos mentir como un acto impulsivo y otras veces como un ritual dentro de un TOC (trastorno obsesivo compulsivo) en el que el hecho de mentir adquiere propiedades mágicas al desvirtuar una realidad que crea ansiedad, por ejemplo.

En el trastorno diagnosticado la característica que impera es la tendencia a dar una imagen/impresión llamativa, tal como ya he explicado. Pero no me voy a centrar en el extremo de este trastorno sino en la mentira como conducta habitual en muchas personas no diagnosticadas, sobre aquellas que no sienten control a la hora de mentir y que, aunque en ocasiones se sienten culpables, después siguen mintiendo porque en la base de su personalidad encontramos un YO que no se gusta o no se admite del todo.

Cuando mentir se convierte en algo muy habitual se es incapaz de discernir entre lo real y lo inventado, entre lo vivido y creado basado en las fantasías de lo que realmente les hubiese gustado que fuese su vida o hubiese ocurrido en ese momento. Aquí es donde el que miente llega a creerse sus propias mentiras. La invención es la creación mental de una experiencia que después se verbaliza y que realmente les gustaría haber tenido en su registro personal. Aunque parece que al mentir se obtiene un beneficio personal, en ocasiones encontramos pura diversión, la sensación de manipulación del otro y la gratificación momentánea de dominación, que visto de forma más psicofilosófica también es un refuerzo.

Y volvemos a lo de siempre, patología psicológica y conductual relacionada nuevamente con la autoestima a excepción del mentiroso patológico que está relacionado con un trastorno de personalidad. Las mentiras son devastadoras en las relaciones de amistad, de pareja. Basta ser pillado una vez para crear una desconfianza difícil de manejar: “¿cuántas veces más me habrá mentido?”, “¿cuánto se ha reído de mí?”, “no confía en mí”, “me manipula”. Desconfianza e inseguridad en las propias capacidades y forma de ser, dudar de si seremos o no aceptados tal y como somos hace que “juguemos” y nos “adornemos” con características que valoramos en otros para causar una impresión más positiva o favorable (que nosotros creemos, claro).

Así es como vamos formando versiones variadas de nosotros mismos a distintas personas para gustar más o ser aceptados. Al final es difícil poder mantener y recordar qué acritud y mentira le diste a cada uno, con lo que ser descubierto es el paso siguiente al que está abocado el mentiroso. Por tanto, si evitábamos una no aceptación o queríamos impresionar, obtenemos multiplicado por 1.000 el rechazo temido.

La envidia, que en el fondo también es un problema de autoestima, es otro motor para generar mentiras y perjudicar a quien valoramos y odiamos por no ser o tener lo que ellos. Mentir es crear vidas paralelas reales e imaginadas, personalidades ficticias deseables que en ningún momento llegan a conseguir en el que miente la GRATIFICACIÓN que buscan porque saben que esos no son ellos. Sufren profundamente por la no aceptación de sí mismos, de los otros y por la “necesidad” de mentir para acercarse a esa identidad ideal que sienten imposible. Son personas que no se quieren y que tienen que inventarse formas de ser ideales para ellos, aunque esto también les cueste hacer un esfuerzo.

En fin, las personas tenemos valor por nuestra forma de ser, por cómo nos sentimos de a gusto, cuidados y queridos con esa otra persona, por su simpatía y empatía; por ellos mismos, que es lo que perdura. Dejemos a un lado los adornos de nuestro árbol subjetivo de intentar agradar.

Ana M. Ángel Esteban. Psicóloga Clínica, Sexóloga. Toledo. 615224680

 

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